El PRIMER GENOCIDIO DOCUMENTADO: CARTAGO (146 a. C.)

por BEN KIERNAN


Delenda est Cartago (“¡Cartago debe ser destruída!”) podría ser la primera incitación al genocidio que registra la historia. Fueron palabras del censor Catón (Marcus Porcius)1. Cuenta Plutarco que Catón cerraba con esta proclama todos sus discursos en el Senado romano, “cualquiera fuese el tema en cuestión”, desde 153 a.C. hasta su muerte en 149 a.C., a los 85 años. Escipión Nasica (sobrino y yerno de Escipión el Africano, vencedor de Aníbal en la Segunda Guerra Púnica del 218 al 203 a.C.) siempre contestaba: “Habría que dejar existir a Cartago”. Pero estos adversarios fueron silenciados. Roma había decidido la guerra “mucho antes” del comienzo de la tercera guerra púnica, poco antes de la muerte de Catón. Uno de sus últimos discursos en el Senado, ante una delegación de Cartago, en 149, fue crucial:

¿Quiénes han violado el tratado varias veces? ... ¿Quiénes han hecho la guerra de la manera más cruel? ... ¿Quiénes asolaron Italia? Los cartagineses. ¿Quiénes piden perdón? Los cartagineses. Piensen el modo más conveniente de acoger su demanda.

Los delegados cartagineses no tuvieron derecho a responder. Poco tiempo después, Roma sitió durante tres años a la ciudad más rica del mundo. Sobre una población de entre 200 y 400.000 habitantes, al menos 150.000 cartagineses perecieron. Apiano describió una batalla en la que “70.000 hombres, incluídos los no combatientes” fueron muertos, probablemente una exageración. Pero Polibio, que participó en la campaña, confirmó que “el número de muertos era increíblemente alto” y que los cartagineses resultaron “totalmente exterminados”.En 146, las legiones romanas conducidas por Escipión Emiliano, aliado de Catón y cuñado de su hijo, arrasaron la ciudad y esclavizaron a los 55.000 sobrevivientes de los cuales 25.000 eran mujeres. Plutarco concluye: “La aniquilación de Cartago... se debió esencialmente a la opinión y a los consejos de Catón”.

No se trataba de una guerra de exterminio racial. Los romanos no masacraron a los sobrevivientes ni a los varones adultos. Cartago tampoco fue víctima de un Kulturkrieg. Pese a que los romanos destruyeron también cinco ciudades africanas de la cultura púnica aliadas, fueron indulgentes con otras siete que se le habían unido. Sin embargo, en 149 los cartagineses habían aceptado la exigencias de Roma de entregar sus 200.000 armas personales y las 2.000 catapultas. No sabían que el Senado había decidido secretamente “destruir Cartago para siempre, una vez que la guerra haya terminado.” La nueva y sorpresiva exigencia de abandonar la ciudad en forma inmediata significaba el abandono de sus altares y de sus cultos religiosos. Por esta razón los cartagineses resistieron en vano. Roma decidió “la destrucción de la nación.” Su política de “extrema violencia”, la “aniquilación de Cartago y de la mayoría de sus habitantes”, que dejó en ruinas “una cultura entera”, coincide con la moderna definición legal de 1948 de la Convención sobre Genocidio de las Naciones Unidas: la destrucción intencional“total o parcial, (de) un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal.”

Sería injusto condenar a los antiguos romanos por la violación de una ley penal internacional del siglo XX, o desconocer la encendida oposición que la política de Catón encontró en la propia Roma. ¿Pero qué ideología exigía la desaparición de una ciudad comercial desarmada? Independientemente de las razones militares que imponían la continuación del sitio después de 149, resulta significativa la motivación sociopolítica del principal sostenedor de la destrucción. Finalmente, Catón consiguió la mayoría en el Senado, pero la profundidad de su compromiso personal era poco común. Su catálogo de las atrocidades púnicas hizo vibrar a la audiencia, que recordaba los sufrimientos que el ejército de Aníbal había hecho padecer a Italia. Badiano escribe que “el odio y los resentimientos hacia [Cartago] han debido incubarse en la mente de los senadores, aun cuando hasta los años ‘50 jamás hubo una duda razonable sobre la lealtad de esa ciudad.” La lista de las violaciones al tratado por parte de los cartagineses, atribuída a Catón, era no sólo legalista –ningún otro escritor “puso tanto énfasis en la cuestión”–, sino también históricamente poco sólida.

En el pensamiento general de Catón también hay muchas características modernas de tragedias recientes como el Genocidio Armenio, el Holocausto y las catástrofes de Camboya y de Ruanda. Quienes cometieron estos crímenes en el siglo XX se inspiraron, como Catón, en el expansionismo militar, la idealización de la agricultura, las ideas de jerarquía de los sexos y de la jerarquía social, así como en los prejuicios raciales o culturales.

La expansión militar

A pesar de la “asombrosa regularidad de las guerras libradas por Roma” en esta época, la política de destrucción de Cartago salía de lo habitual. Por un lado se planificó anticipadamente y por otro, continuó aún después de la capitulación de la ciudad. Los autores tienen opiniones divergentes acerca de la amenaza que Cartago representaba para Roma y tampoco coinciden acerca de si las exigencias de Roma estaban calculadas para reducir a Cartago a su mínima expresión o si las motivaba una “enorme sed de poder”. Pero para Catón, el peligro también era una cuestión interna. Administrador distinguido y brillante orador romano, hombre de letras y de acción (“Ateneos al tema; las palabras vendrán después”), como veterano de la Segunda Guerra Púnica, se expresó con una franqueza brutal cuando criticó por primera vez la prodigalidad de Escipión el Africano. Con incesantes alegatos de corrupción, Catón se encarnizó con Escipión hasta la muerte de éste, ocurrida en 183. Plinio señaló que la historia de Catón de las dos primeras guerras púnicas “omitió los nombres” de varios Escipiones y de otros comandantes de legión, para sólo nombrar irónicamente al elefante de Aníbal. La gloria era una tentación peligrosa. Para Catón, “la avaricia y la extravagancia... fueron el origen de la destrucción de todos los grandes imperios”. Del mismo modo, insistió enfáticamente en la dominación militar romana. “Los cartagineses ya son nuestros enemigos, porque el que prepara una acción contra mí de modo de poder hacer la guerra cuando le convenga, ya es mi enemigo aunque todavía no utilice armas.”

Elegido cónsul en 195, Catón se hizo cargo de la comandancia de Hispania, anteriormente dominada por los cartagineses y reprimió rebeliones importantes. Era un general valiente y eficaz que se destacaba “por su crueldad con los enemigos derrotados”. Tito Livio le demuestra cierta simpatía: “Catón tuvo muchas dificultades para doblegar al enemigo... porque en esas circunstancias tenía que reconquistarlos como esclavos que hubiesen pedido su libertad”. Catón dió órdenes a sus oficiales en Hispania “de obligar a esta nación a someterse nuevamente al yugo del que se había soltado”. Tito Livio cita aproximadamente 40.000 enemigos muertos en una sola batalla. Cuando se rebelaron siete ciudades, “Catón condujo su ejército contra ellas y las sometió, sin que valga la pena mencionar ninguna batalla pero luego, después de una nueva revuelta, se aseguró de que “los vencidos no se beneficiaran con el mismo perdón que antes. Todos fueron vendidos como esclavos en el mercado público”. Plutarco por su parte sostiene que Catón sometió a ciertas tribus por la fuerza y a otras mediante la diplomacia. “El mismo Catón afirma haber capturado más ciudades en Hispania que la cantidad de días que pasó en ella. Y no es poco decir, si es cierto que este número superó efectivamente los 400. Sin embargo, Catón “estuvo en Hispania bastante tiempo más”. Uno de los Escipiones intentó relevarlo de su comandancia. En respuesta, Catón tomó “cinco compañías de infantería y 500 caballos y sometió a la tribu de los Lacetani (Iaccetani) por la fuerza de las armas. Además, apresó y ejecutó a 600 de los que se habían pasado al enemigo. A semejanza de otros jefes, Catón era sanguinario ante la oposición militar y tolerante con los que se sometían.

En 154 la rebelión estalló nuevamente en Hispania. Desde Roma, Catón iba a seguir muy de cerca estos acontecimientos. A la rebelión de los lusitanos le siguió otra en Macedonia en 151, y finalmente la de los aqueos en el Peloponeso dos años más tarde. En 152, de misión en Cartago -a los 81 años- Catón se escandalizó ante el renacimiento de la ciudad después de la derrota. Liberada del imperio Cartago había vuelto a ser una pujante metrópoli comercial, “llena de jóvenes, desbordante de riquezas y de armas”. A su retorno, “mientras se acomodaba los pliegues de la toga en el Senado, Catón dejó caer deliberadamente unos higos de Libia y cuando todos hubieron elogiado su tamaño y belleza, explicó que el país que los producía estaba a sólo tres días de navegación de Roma.” Había que erradicar esta amenaza.

La idealización del granjero

Catón teatralizaba. Esos higos no podían haber venido de Cartago, distante a más de seis días de viaje en verano. Su auditorio de “senadores agricultores” probablemente supiera que provenían de los propios campos de Catón, cerca de Roma. Algunos hasta habían tenido ocasión de leer sus consejos sobre la manera de plantar higos africanos en Italia. Los productos cartagineses casi no llegaban al mercado italiano. ¿Cartago fue destruída para evitar la competencia con los comerciantes romanos en el resto del Mediterráneo? Pero Catón se burlaba de los comerciantes, fuesen romanos o cartagineses. Ante la pregunta sobre el préstamo de dinero respondió: “Me podrían preguntar también lo que pienso del asesinato.” La única obra que se conserva de él -De Agri Cultura- empieza con una comparación contrastante entre el comerciante y el ciudadano ideal de Catón, el granjero:

"Es cierto que ganar dinero con el comercio resulta a veces más beneficioso, si no fuese tan aleatorio; al igual que el préstamo de dinero, si también hubiese sido honorable. Nuestros ancestros adoptaron este punto de vista y le dieron forma de ley...Y cuando querían elogiar a un hombre digno, decían: “buen granjero” y “buen colono”. Quien era tratado así podía ser considerado como receptor del mejor de los elogios. Al comerciante lo considero un hombre emprendedor y dispuesto a hacer dinero, pero, como dije antes, es una carrera peligrosa y que puede transformarse en un desastre.Por otra parte –continúa Catón– los hombres más valientes y los soldados más vigorosos provienen de la clase de los granjeros, su vocación es la más respetada, sus medios de existencia son los mejor asegurados y son vistos con un mínimo de hostilidad; quienes han tomado este camino son menos proclives al descontento.”

Catón veía en el agricultor leal que solía utilizar el trabajo de los esclavos capturados en las campañas fuera del país, el cimiento del poderío romano en la nación y en el extranjero. Según Polibio “Catón declaró una vez en un discurso público que todo el mundo podía ver que la república decaería cuando un joven costase más que un lote de tierra y las tinajas de pescado más que los labriegos. Descendiente de una antigua familia plebeya, cultivaba “con placer una vida de sencillez y autodisciplina” aunque tenía “grandes plantaciones” de esclavos, “prefería comprar prisioneros de guerra aún jóvenes y maleables, como si fuesen perros jóvenes”, y se dedicaba a “la menos honrosa rama del negocio del préstamo financiero.”

La hipocresía atribuída a Catón no es tan grave como su visión romántica de los campesinos por oposición a los comerciantes, la significación militar de su política cartaginesa y su influencia ideológica permanente. Luego del desarme de los cartagineses a manos de Roma en 149, el cónsul Censorinus les ordenó alejarse a diez millas del litoral, “porque estamos decididos a arrasar vuestra ciudad hasta los cimientos.” Censorinus explicó las razones de los romanos: “La mar os hizo invadir Sicilia y perderla de nuevo ... (esto) engendra siempre una disposición a la avidez debido a la facilidad misma de la ganancia... Las proezas navales son como las ganancias de los comerciantes –beneficios hoy y ruina total mañana...–. Creédme ¡oh cartagineses!, la vida en las tierras con las dichas de la agricultura y su tranquilidad, es mucho más serena. Aun cuando las ganancias de la agricultura sean tal vez menores que las del comercio, son seguras y mucho más fáciles de conservar... una ciudad situada en el interior del territorio se beneficia con la seguridad de una tierra sólida.” Harris recuerda “el consejo de Platón cuando afirmaba que si una ciudad no quería que el comercio y sus consecuencias morales la invadieran, debía estar a 80 estadios (10 millas) del mar. Roma se encuentra a 16 millas de la costa.

Sexo y poder

Catón “ideologizó” al campesinado pero no promovió los intereses de sus miembros. Las mujeres también tenían que conservar su lugar: “En todas las clases sociales, el peligro mayor aparece cuando se permiten asambleas, conferencias y consultas secretas.” Catón se oponía en este punto a la derogación en 195 a.C. de una ley de guerra que negaba a las mujeres el derecho a “poseer más de media onza de oro, usar ropa abigarrada o pasear en un vehículo tirado por caballos en un poblado o en una ciudad”. Pidiendo a viva voz la derogación de dicha ley, como nos lo cuenta Tito Livio, una cantidad creciente de mujeres “vino de pequeñas ciudades y centros rurales [e] invadió las calles de la ciudad y los accesos al Foro”. Catón les preguntó: “¿Tienen la costumbre de correr por las calles, bloqueando los caminos e interpelando a los maridos de otras mujeres? ¿O bien son ustedes más seductoras en la calle que en la casa? ¿Son más seductoras con los maridos de otras mujeres…? Además, incluso en la casa no deberían preocuparse por la cuestión de las leyes que se promulgan o se derogan aquí.” Las mujeres politizadas eran una amenaza interna para la república.

"Nuestra libertad, derrotada en la casa por la indisciplina de las mujeres, está ahora hecha pedazos y pisoteada aquí también en el Foro. Como no las hemos controlado individualmente, ahora ellas nos aterrorizan colectivamente... Pero nosotros (¡que el cielo nos proteja!) ¡les concedemos un lugar también en la política y el derecho a aparecer en el Foro y a estar presentes en nuestras reuniones y asambleas! Lo que pretenden es la libertad total, o mejor dicho el libertinaje completo... En el mismo momento en que se conviertan en sus pares, serán superiores a ustedes. ¡Dioses del cielo!"

Catón calificó a la caterva femenina de “animal no domesticado”, de “secesión de mujeres”. Comparó lo ocurrido con una rebelión de la plebe, pero convirtió en ejemplo a “aquella rica mujer” que sólo quiere hacer alarde de su riqueza. Prefería que las ropas de (todas) las mujeres se uniformaran.”Para Catón este era en gran medida un asunto de control social. Según Plutarco, “como creía que entre los esclavos el sexo era la mayor causa de delincuencia, estableció una regla según la cual sus esclavos podían, a cambio de cierta tasa, tener relaciones sexuales con sus esclavas, pero a ninguno se le permitía frecuentar a otras mujeres.” Después de la muerte de la esposa de Catón, una prostituta “lo veía cada tanto a escondidas de todos”. En la vida pública en cambio, todavía era más severo. En Hispania, cuando descubrió que uno de sus oficiales había comprado tres muchachos cautivos para su casa “Catón le confiscó y vendió los muchachos a otro comprador y devolvió la suma al tesoro.” Una vez expulsó del Senado a un hombre que “había besado a su propia esposa en pleno día y delante de su hija”. Catón bromeó en público, afirmando que “jamás besó a su esposa, salvo después de un fuerte trueno”, la bendición de Júpiter. Pero las mujeres no eran el único grupo doméstico cuyas actividades independientes suscitaban temor de amenazas externas o que justificaba la expansión hacia el exterior. En 186 magistrados romanos descubrieron y persiguieron un culto báquico presuntamente conspirador que patrocinaba actos sexuales ilícitos, en violación a una ordenanza religiosa que establecía el secreto y el sacerdocio masculino. Compuesto originariamente por mujeres, la actividad homosexual masculina reemplazó al objetivo principal del culto. Los magistrados consideraron "culpables de actos sexuales infames a un gran número de hombres y mujeres al servicio de un culto" al que calificaron de “extranjero, no romano”. En 156, el Senado desencadenó una invasión a Dalmacia, en gran medida “porque no querían que los hombres de Italia se afeminaran bajo los encantos de una paz duradera.”

Raza y cultura

La carrera militar de Catón terminó en 191 después de un hecho de armas intrépido que selló la victoria de Roma sobre Grecia. Pero en Roma “nunca dejó de meterse en pleitos por el bien de la República”. Se convirtió en un procurador combativo y en “un opositor vigoroso de la nobleza, de la vida lujuriosa y de la invasión a Italia de la cultura griega”. Estas cuestiones estaban interrelacionadas porque los nobles “introducen en Roma el lujo y el refinamiento griego.” En este asunto, Catón apuntaba a los nobles más que a los comerciantes.Para Catón, la corrupción exótica amenazaba la cultura romana: “Hemos cruzado a Grecia y a Asia (regiones pletóricas de todo tipo de atracciones sensuales) y hasta hemos estado en contacto con los tesores de los reyes; tengo mucho miedo de que esas cosas nos conquisten antes de que nosotros las conquistemos”. En esta época como explicaba Plutarco “Roma era incapaz por su tamaño de preservar su pureza, porque su dominación sobre un gran número de países y de pueblos la hacía tomar contacto con razas diferentes y la dejaba expuesta a todos los modelos de comportamiento posibles”. Como lo señala Ramsay MacMullen, “la mitad de la vida urbana era importada”. Los romanos utilizaban términos griegos no sólo para la arquitectura de la casa, el equipamiento, los recipientes y los alimentos, sino también para los cosméticos, “adornos, presentes, cosas que sentarían bien en las fiestas o en el teatro, términos técnicos de la ciencia y de la mecánica, actos y objetos de culto, la terminología del viaje y del comercio marítimo”. La aristocracia romana “estaba rodeada, flotaba en un mar de productos y de objetos de uso cotidiano llegados de Oriente”. Esto desencadenó la inevitable reacción que condujo Catón. Había “dos escuelas de pensamiento en las clases dominantes, acérrimamente opuestas en cuanto alestilo de vida adecuado.”

Los historiadores romanos anteriores habían escrito en griego. Catón producía ahora la primera obra histórica en latín. Su innovación era expresión de una ideología conservadora. Sus siete libros no sobrevivieron, pero un resumen de ellos redactado por Cornelius Nepos revela las preocupaciones “moralizadoras y didácticas y pioneras de la etnografía” de Catón. Uno de los libros narraba la historia de los antiguos reyes romanos y otros dos versaban sobre los “orígenes de todas las comunidades de Italia”, las guerras púnicas y otros “sucesos y opiniones sobre Hispania e Italia.” El prejuicio racial tal como lo conocemos hoy, era relativamente poco común en el mundo antiguo, pero Catón se concentró en los orígenes de Roma considerándolos distintos de los de sus enemigos, y en los secretos de sus éxitos –economía agrícola, moral y disciplina–. "Roma -escribía- continuaba con las costumbres de los sabinos –ancestros de Catón– que se decían descendientes de los duros espartanos. Los ligures, por el contrario, eran “analfabetos y mentirosos”. Los griegos de la época de Catón eran “una raza totalmente vil e indisciplinada”. En los últimos años de su vida, admiró ciertos aspectos de su historia y hasta aprendió su lengua, pero condenó “sistemáticamente toda la literatura griega” y promovió una serie de medidas represivas como la expulsión de los maestros del epicureísmo y la destrucción de las obras filosóficas griegas. La hostilidad de Catón contra la retórica griega llevó en 161 a otra persecución contra los filósofos y los maestros. A los 79 años, expulsó al escéptico griego Carnéades, que estaba de paso y cuya brillante retórica empezaba a atraer a los jóvenes de Roma hacia la filosofía. Catón “logró expulsar a todos los filósofos de la ciudad”, dice Plutarco. “Como esta pasión por las palabras lo perturbaba... había llegado a tener conflictos con las investigaciones filosóficas en general y trataba por todos los medios de desacreditar a la civilización y a la cultura griega en su conjunto.” Atacó a un adversario político por haber cantado e interpretado versos griegos. Tanto “la lujuria y el descontrol” de los griegos como la cultura, las ropas coloridas y los higos de Libia, alimentaban la extravagancia y la decadencia de Roma. Catón estaba convencido de que “la ciudad necesitaba una gran purga.”

La visión que Catón tenía de Cartago era simplemente su más sustentada respuesta ante un panorama de peligro. Su percepción de la combinación entre subversión externa e interna ayuda a explicar la firme decisión de Catón de destruir Cartago. Plutarco consideró que Escipión Nasica, por su lado, prefería mantener la amenaza bajo control, “como una rienda que sirva para corregir la impudicia de las masas, porque sintió que Cartago no era tan poderosa como para poder superar a Roma pero tampoco tan débil como para poder tratarla con desprecio. Pero para Catón precisamente esto era una fuente de inquietud, porque una ciudad que ha sido siempre grande y además depurada y purificada por las duras condiciones impuestas, resultaba amenazadora para el pueblo romano en el momento en que éste estaba demasiado embriagado y vacilante como consecuencia de la autoridad recuperada. Sentía por el contrario que Roma necesitaba eliminar de cualquier manera las amenazas a su supremacía que venían del extranjero y que los romanos tenían que aprovechar la ocasión para reparar sus falencias internas”. En un mismo año Roma destruyó Cartago y saqueó Corinto. Un especialista sugiere que insistiendo contra Cartago Catón apuntaba “a lanzar a Roma a una guerra larga y difícil en Occidente” contra un enemigo tradicional por temor a que un involucramiento más duradero en Grecia y en Oriente pudiese amenazar la identidad cultural de Roma. Las nociones en sentido amplio de cultura y de política de Catón fomentaron una hostilidad violenta y vengativa hacia Cartago que no se manifestaba con respecto a otras regiones.La amenaza que Cartago significaba para Roma resultaba insignificante comparada con la que el ideal catoniano de una comunidad rural étnica, controlada y militarizada hacía pesar sobre Cartago. Con menor intesidad, su visión también amenazaba los derechos de los ciudadanos romanos.El pensamiento de Catón pone en evidencia los vínculos entre los aspectos internos y transnacionales de las políticas de genocidio, antiguas y modernas.

Historia y memoria

Después de la destrucción de Cartago, Roma gobernó el Mediterráneo. Pero a partir del 49 a. C., las guerras civiles arruinaron la república. Fue en esta época cuando Virgilio comenzó a escribir sus poesías pastorales en latín. La cuarta Égloga presagiaba “una nueva raza” descendiente de los cielos para “terminar con la raza de hierro y traer la raza de oro al mundo entero”.En las Geórgicas, aparecidas en el 29 a.C., Virgilio abordó un tema más próximo a la agricultura:

… El granjero
Remueve la tierra con la reja colgada del carro; de aquí
surge su trabajo del año; desde aquí, alimentará también
al país y a la granja...
Mientras los dulces niños se aferran a sus labios:
Su casto hogar conserva su pureza; …

Virgilio remite esta dicha de la agricultura a la herencia itálica que le dio a Roma su gloria: “Esa vida de antaño llevaban los viejos sabinos, como Remo y su hermano... y Roma se convirtió en la ciudad más honesta del mundo.”

Las guerras civiles terminaron en el 30 a.C. con la victoria de Octavio sobre Antonio y Cleopatra en Egipto. Al año siguiente Octavio regresó a Roma para convertirse en el emperador Augusto en el 27. Virgilio pasó sus últimos diez años (29-19) componiendo su poema épico imperial, La Eneida, después de haber dado una visión de la historia: “Conduciré a las musas a casa como cautivas en una procesión triunfal”. Esto expresaba también su punto de vista sobre el sexo. Ellen Oliensis escribe: “En el mundo de los poemas pastorales de Virgilio las jóvenes no cantan, no son actrices, y si se las cita nunca las escuchamos hablar.” En La Eneida, siguiendo a Catón, las mujeres son “criaturas inquietantes y violentas, dispuestas a provocar escenas terribles”, que encarnan incluso un “choque entre la civilización occidental y el esplendor bárbaro y las divinidades animales de Oriente”. Cuando Cleopatra comandaba sus navíos de guerra, “una amalgama de dioses monstruosos, como el ladrador Anubis, hilvana su trayecto...”

La Eneida remonta la gloria de Roma y de Octavio al fundador putativo de la ciudad, un sobreviviente de la destrucción de Troya por los griegos. Catón había escrito sobre los troyanos de Eneas y su llegada legendaria al Lacio, en donde afirma que los troyanos mataron al rey local Latino en una batalla. Virgilio transformó a Latino en un aliado de Eneas e hizo de él un símbolo nacional, así como llamaba “pequeños romanos” a las abejas laboriosas de Las Geórgicas. Octavio se proclamó descendiente de Iulo Ascanio, hijo de Eneas. Y así como Octavio conquistó a Cleopatra, Virgilio compara el destino de Eneas con el de otra reina de África del Norte: Dido de Cartago.El relato de La Eneida comienza con “Hubo una ciudad antigua...”; los lectores de Virgilio habrán pensado en Roma o en Troya. Pero se refería a otra ciudad: “… Cartago, poblada por colonos tirios, en frente y a gran distancia de Italia y de las bocas del Tiber, opulenta y bravísima en el arte de la guerra… Juno la habitaba con preferencia a todas las demás ciudades … pero había oído que del linaje de los Troyanos procedería una raza que, andando el tiempo, había de derribar las fortalezas tirias… [una raza] destinada a exterminar la Libia.”

El segundo libro de La Eneida ofrece una de las más sorprendentes pinturas literarias del genocidio: la destrucción de Troya. Eneas relata la desdichada caída de la ciudad y su propia fuga peligrosa. “¡Quién podría narrar dignamente la mortandad y los horrores de aquella noche y ajustar sus lágrimas a tantos desastres!...”. Eneas narra una “orgía de matanzas” cerca del palacio del rey Príamo: “vi a Hécuba y a sus cien nueras, y a Príamo en los altares, ensangrentando con sacrificios las hogueras que él propio había consagrado. Los cincuenta tálamos de sus hijos, esperanza de una numerosísima prole; […] lo que no arrasan las llamas es presa de los griegos. […] allí Hécuba y sus hijas, buscando vanamente un refugio alrededor de los altares, semejantes a una bandada de palomas impelidas por negra tempestad, se apiñaban abrazadas a las imágenes de los dioses. […] de aquel gran rey sólo quedan una cabeza separada de los hombros y un cuerpo sin nombre”.Sucumbió “en el incendio de Troya”, mientras que todos los hombres de Eneas “desaparecieron”: se arrojaron al vacío o entregaron sus cuerpos doloridos a las llamas”, así como siglos más tarde la esposa del último comandante de Cartago, Asdrúbal, habrá de hundirse con sus hijos en las llamas de su ciudad. Viva descripción de un genocidio legendario que reemplaza al que la historia no relata.Trágica ironía, es Eneas el que cuenta su historia a Dido, la fundadora de Cartago. Todos los lectores de Virgilio conocen la suerte de Cartago y él, justamente, acaba de recordársela. Cuando Eneas desembarca en África del Norte antes de tocar Italia encuentra a Dido, también refugiada de Tiro, fundando su nueva ciudad. Pero Júpiter ha prometido a la Roma de Eneas “un imperio sin límites” (imperium sine fine) Virgilio hace que Júpiter someta el “temperamento feroz” de los cartagineses, por miedo a que Dido “en su ignorancia del destino aleje de sus fronteras...” a los ancestros de los romanos destinados a destruirla. Las ironías de Virgilio son burdas y rápidas. “Con ardor sumo trabajan los Tirios, unos en levantar las murallas, en construir la ciudadela y en arrastrar a brazo grandes piedras; otros eligen solar para labrarse casa […]; éstos atienden a la elección de jueces y magistrados y del venerando senado. […] Tal en la primavera ejercitan las abejas su trabajo al sol por los floridos campos cuando sacan los enjambres ya crecidos, o cuando labran la líquida miel, o llenan sus celdillas con el dulce néctar, o reciben las cargas de las que llegan, o en batallón cerrado embisten a la indolente turba de los zánganos y los ahuyentan de las colmenas. […] ‘¡Oh, afortunados aquellos cuyas murallas se están ya levantando!’, exclama Eneas, y contempla las cimas de la ciudad naciente.”. Mientras espera encontrar a Dido, Eneas los ve erigir un templo. Entonces una “extraña visión... mitigó sus temores”, dándole “más confianza en mejor suerte”. En los muros del nuevo templo ¡había escenas de recientes batallas de Troya! Eneas lloró: “¿Cuál lugar […] hay ya en la tierra adonde no haya llegado la fama de nuestras desventuras? Ve ahí a Príamo; también aquí reciben su recompensa las virtudes; […]” Virgilio, “el poeta visionario del imperio y de la vida humana”, construía la destrucción de Cartago en su propia creación.Cuando Eneas “se maravilla” al ver estos cuadros, reconociéndose a sí mismo “enfrentando a los príncipes aqueos”, llegó Dido. Los lectores romanos debían de estar en vilo. Para complicar la acción, un troyano le asegura a Dido que “No venimos a asolar con el hierro los líbicos hogares, ni a llevarnos a la costa las robadas presas...”. Dido les dice sin querer: “Vuestra es esta ciudad que estoy edificando; sacad a tierra vuestras naves...”. Eneas responde: “...[nosotros] lo que aún queda de la gente dardania, desparramada por el ancho mundo. Los dioses te den digno premio, si es que hay númenes que respetan a los piadosos […]” Dido relata entonces sus propias peregrinaciones e, inconsciente del futuro, agrega: “Conocedora de la desgracia, he aprendido a socorrer a los desgraciados.”

Venus, la madre de Eneas,”se recela de aquella poco segura casa y de los falaces tirios”. La diosa se entera de que Eneas envía a Cartago a su hijo Iulo, ancestro de los futuros conquistadores romanos, llevando “regalos salvados de la ruinas de Troya” –un abrigo que visitió Helena y el cetro de la hija de Príamo–. Venus envía a Cupido con los dones bajo la forma de Iulo. Y así la infortunada Dido, “presa del fuego que la ha de perder”, se enamora de Eneas. Inconsciente del peligro de los dones troyanos, “Dido, condenada por el destino” festeja este “día... feliz para los tirios y para los que vienen a nosotros desde Troya; ¡y que nuestros descendientes lo celebren en su memoria!” Acompañada por un centenar de esclavas, como la infortunada Hécuba, Dido “pasaba la noche entretenida en varias pláticas... preguntando a Eneas mil cosas de Príamo”. Cediendo a su insistencia Eneas le cuenta la historia de “Príamo condenado por el destino” y “del último día de un pueblo condenado”. Mientras los sobrevivientes se arrastran fuera de la ciudad, “Por todas partes lamentos y horror, por todas partes la muerte, bajo innumerables formas. […] y toda Troya, la ciudad de Neptuno quedó reducida a humeantes pavesas.”

La potencia dramática de las diversas formas de ironía que emplea Virgilio surgen del conocimiento que tienen los lectores romanos de la suerte similar aunque más reciente de Cartago, anunciada involuntariamente a Dido por el relato que Eneas le hace de la caída de Troya. Los romanos no necesitaban que se les recordara explícitamente la destrucción de Cartago. Virgilio adhiere a ello pasándola por alto en un silencio que exacerba el drama, pero que hiela realmente la sangre. La decisión de Eneas de abandonar Cartago hace vivir a Dido la pesadilla de “ver a sus tirios en un país desierto”. Lamentando no haber destruído “padre e hijo y toda su raza”, maldice de esta forma a Eneas: “[…] y vea la indigna matanza de sus compañeros… Y vosotros, ¡oh, tirios!, cebad vuestros odios en su hijo y en todo su futuro linaje. .. Nunca haya amistad, nunca haya alianza entre los dos pueblos… ¡playa contra playa, olas contra olas, armas contra armas, y que lidien también hasta sus últimos descendientes!”. El suicidio de Dido que se arroja al fuego cuando los navíos de Eneas parten a fundar Roma, recuerda no solamente el principio legendario de Cartago, sino que presagia una vez más su final, cuando la esposa de Asdrúbal sigue el ejemplo de Dido.Más tarde Eneas encuentra a Dido durante su viaje por los Infiernos. Le pregunta llorando: “¿Y fui yo, ¡oh dolor!, causa de tu muerte? … Ella … no se mostraba más conmovida por ellas (sus palabras) que si fuera duro pedernal o roca marpesia”, a la manera de las piedras arrasadas de Cartago. “Aléjase al fin precipitadamente y va a refugiarse indignada en un bosque sombrío... Eneas, traspasado de dolor a la vista de tan cruel desventura la sigue largo tiempo, compadecido y lloroso”, como si el mismo Virgilio contemplara en silencio la desaparición de su ciudad. Entonces, la sombra del padre de Eneas, Anquises, le muestra el futuro “la gloria que aguarda en lo futuro a la prole de Dárdano, qué descendientes vamos a tener en Italia.” Rómulo, Cesar, “y toda la progenie de Iulo” desfilan allí. “¿Quién podría pasarte en silencio, ¡oh, gran Catón! [...] ¿quién a […] los dos Escipiones, rayos de la guerra, terror de la Libia?”

La Eneida describe siglos de una mortal enemistad mutua entre Roma y Cartago y relaciona a ambas con Troya. La metáfora dramática de Virgilio que hace de Roma un “imperio sin fin” como producto de genocidios perpetrados mil años antes, resuena en toda la civilización occidental aun dos milenios después. Lo que Dryden llamaba “el mejor poema del mejor poeta” aseguró a Virgilio una “influencia ininterrumpida de dieciocho siglos.”

En los decenios que siguen a la muerte de Virgilio, Tito Livio terminó su Historia de Roma luego de su fundación. Pero todos los libros desde el 46 al 142, incluída su narración de la Tercera Guerra Púnica, desaparecieron... Por esta razón, su relato in extenso termina en 167 a.C. Incluso el libro 44 con el agregado de su predicción de “la destrucción de Cartago”,se redescubrió y se imprimió sólo en 1531.En sus primeros trabajos, Tito Livio puso a Catón el Censor “muy por encima” de sus pares por su “fuerza de carácter” y su “genio versátil”. Fue “el soldado más valiente en las batallas”, un “general sin parangón”, el “más dotado” de los juristas y “el abogado más elocuente”, cuyas palabras “han sido preservadas intactas en toda clase de escritos”. Para Tito Livio, Catón era “un hombre de una constitución de hierro, tanto física como intelectualmente”, dotado de “una integridad incólume y un desprecio total por la gloria y las riquezas.” Con la sutil transformación en leyenda troyana que en honor a Roma, Virgilio hace de la tragedia de Cartago, las suposiciones de Tito Livio sobre los comienzos de Catón y el silencio de su perdido relato de la Tercera Guerra Púnica, avalaron la reputación histórica de Catón como modelo de dirigente de la República.

Ben Kiernan

(Genocide Studies Program, Director, Yale)
1- Dubuisson, M., “‘Delenda est Cartago’: replanteo de un estereotipo”.Studia Phoenicia X, guerras púnicas, Lovaina, 1989, págs. 87-279; Limonier, F., “Rome et la destruction de Carthage: un crime gratuit ?”, Revue des Études Ancienne, 101, Nº 3-4, 1999, págs. 405-11; Huss, W., Geschichte der Karthager, Munich, 1985, págs. 436-57; Maroti, E., “On the Causes of Carthage’s Destruction”, Oikumene 4, 1983, págs. 223-31.
2- Plutarco, Les vies d’Aristide et de Caton, tr. D. Sansone, Warminster, 1989, pág. 159; Lancel, Serge, Carthage, Oxford, 1995, pág. 410; Badian, E., Foreign Clientelae (264- 70 av. J.C.), Oxford, 2000, págs. 130-33.
3- Polibio, 36.2.1; Harris, W.V., “Rome and Carthage”, The Cambridge Ancient History, Vol. VIII, Rome et la Méditerranée jusqu’à 33 av. J.C., 2da. ed., Cambridge, 1989, págs. 148-49, 152.
4- Maroti, “Carthage’s Destruction”, pág. 228, citado por Rhet. ad Herenn., IV,14, 20; Polibio, 18.3.59.
5- Estrabón estimó la población de Cartago circa 149 a.C. en 700.000 habitantes (17.3.15). B.H. Warmington lo considera imposible y sugiere unos 200.000, aunque “a principios del siglo III… sería sorprendente que no se acercara a los 400.000 habitantes” (Carthage, London, 1980, págs. 124-27). Apiano asegura que la población aumentó “sensiblemente” a partir de 201 a.C. (Histoire Romaine 8.10.69), tal como la arqueología lo “confirmó totalmente” (Vogel-Weidemann, Ursula, ‘Carthago Delenda Est: Aitia and Prophasis,’ Acta Classica, XXXII, 1989, págs. 79-95 y 86-7). Huss agrega que durante el sitio, “amplios sectores de la población rural encontraron refugio entre los muros de la ciudad” (Geschichte, 452).
6- Apiano, Histoire Romaine, 8.126; Polibio, Histoires, 38.8.10.12, 38.1.1.6.
7- Astin, A. E., Scipio Aemilianus, Oxford, 1967, págs. 36, 53 y 81-280; Le Bohec, Yann, Histoire militaire des guerres puniques, Mónaco, 1995, pág. 311, con una estimación de aproximadamente 55.000 sobrevivientes; Huss, Geschichte, págs. 455-56, Nº 133; Plutarco, Les vies d’Aristide et de Caton, 157.
8- Los conquistadores atenienses de Milo en 416 “mataron a todos los varones adultos capturados y vendieron a las mujeres y a los niños como esclavos”. Tucídides, Histoire de la guerre du Péloponnèse, V.115.
9- La orden senatorial era: “Se ha decidido que las ciudades aliadas de manera constante con el enemigo deben ser destruídas” (Apiano, Histoire romaine, págs. 8-135). Tunis, Hermaea, Neapolis y Aspis “fueron demolidas” (Estrabon, 17.3.16). Bizerta fue destruída y siete ciudades fueron respetadas (Le Bohec, Histoire militaire, 314). La suerte de los aliados de Cartago: Kelibia, Nabeul y Nepheris no está especificada. (págs. 298-99 y 308).
10- Vogel-Weidemann, “Carthago Delenda Est”, pág. 80; Huss, Geschichte, págs. 441-2.
11- Harris, en Cambridge Ancient History, VIII, pág. 160. “Semejante diktat equivalía a una sentencia de muerte [para Cartago]... la destrucción de sus templos y cementerios, la deportación de sus objetos de culto, eran un golpe seguramente más mortal que el desplazamiento de la población”. Lancel, Carthage, pág. 413. Ver Badian, Foreign Clientelae, pág.138.
12- Astin, Scipio Aemilianus, págs. 51-53; Apiano, Histoire romaine, págs. 8, 12, 83-85, 89.
13- Harris, en Cambridge Ancient History, VIII, pág. 154 (“la sumisión y el desarme no eran suficientes”), pág. 161. “El Senado envió diez...diputados para poner orden en los asuntos de África... Estos hombres decretaron que si algo quedaba aún en pie en Cartago, Escipión debería arrasarlo desde la base, para que nadie pueda vivir allí.” Apiano, Histoire romaine,8. 20.135.
14- Un amigo de Escipión el Africano dijo en el Senado durante el debate sobre la política cartaginesa en 201 que era “justo y oportuno para nuestra prosperidad no exterminar razas enteras, sino conducirlas a un mejor estado espiritual”. Apiano, Histoire romaine, 8.9.58. Polibio escribió sobre este debate cincuenta años más tarde, afirmando que “las disputas entre ellos relativas al efecto en la opinión extranjera los disuadió de ir a la guerra” contra Cartago (Les Histoires, 36.1.2.4). Narró las opiniones griegas sobre la destrucción de la ciudad por Roma (36.2.9); “no es fácil encontrar un tema con tanto renombre ” (36.1.1). Astin, Scipio Aemilianus, págs. 52-3, 276-80.
15- Astin, A. E., Cato the Censor, Oxford, 1978, págs.127-28; Badian, Foreign Clientelae, pág. 125.
16- Dexter Hoyos, B., ‘Caton’s Punic Perfidies,’ Ancient History Bulletin, 1.5, 1987, págs.112-121 en 120.
17- Kiernan, Ben, “Sur la notion de génocide,” Le Débat, París, 104, marzo- abril 1999, págs .179-92.
18- Harris, Cambridge Ancient History, VIII, págs.155, 160, señala que “es difícil creer que Cartago en sígenerara profundo temor a Roma en los años 150” (153). Estrabon especificó que los preparativos bélicos de los cartagineses se realizaron después del último ultimátum de Roma (17.3.15). Vogel-Weidemann argumenta que Cartago estaba “bien armada…Restos de navíos y una gran cantidad de material” fueron encontrados(‘Carthago Delenda Est,’ págs. 86-7). Maroti coincide: “A principios del sitio, la flota cartaginesa estaba lista en el puerto... si se construían nuevas embarcaciones, era para luchar contra Roma” (pág. 227). El puerto de Cartago tenía capacidad para 250 navíos, lo cual para Limonier era una violación del tratado de 201. Pero agrega (pág. 409, Nº 27) que los navíos de guerra no estaban mencionados en las exigencias romanas de 149 y podían haber sido construídos ulteriormente, o adaptados a partir de navíos comerciales. Badian, citando a Estrabón (17.3.15)dice “los cartagineses, por cierto, tenían los pocos navíos de guerra permitidos por el tratado” (Foreign Clientelae, 134 n.). D. Kienast cree que “el material naval… estaba destinadoa acrecentar la flota mercante”,Harris descarta el material naval y los navíos de guerra (Vogel-Weidemann, pág. 93, n 88). Ver igualmente Astin, Scipio Aemilianus, págs. 270-76.
19- La orden del Senado a los cartagineses “de abandonar su ciudad y desplazarse al interior era el mejor método para incitar a este pueblo humillado, privado de su pasado, a ponerse al servicio de un príncipe númida… una masa acorralada por Roma y dispuesta a hacer lo que fuere para recuperar la patria perdida”. (Limonier, 407).
20- Vogel-Weidemann sugiere que Roma “en su venganza, habría podido dar muestras de una política fría, por ejemplo, liquidando de una buena vez todos los centros tradicionales de oposición a Roma y, de ser posible, dando un ejemplo” (pág. 88), citando a W.V. Harris, War and Imperialism in Republican Rome, 1979, págs. 234-40, y a Diodoro, en el sentido de que con posterioridad a 168 a.C., “a cualquier precio” Roma “procuraba asegurar su predominio a través del miedo y la intimidación, destruyendo las ciudades más importantes” (83, págs. 85-6).
21- Cornelius Nepos: A selection, including the lives of Cato and Atticus, trad. N. Horsfall, Oxford, 1989, pág. 35.
22- Plutarco, Vies, pág. 173; Cornelius Nepos, págs. 37-8 (Plinio, NH 8.11).
23- Tito Livio, Rome and the Mediterranean, trad. H. Bettenson, Harmondsworth, 1976, 34.4.,pág. 144.
24- Vogel-Weidemann, pág. 92, n. 73, citando el discurso de Catón De bello Carthaginiensi, en Malcovati H., Oratorum Romanorum Fragmenta 3, 1967, fr. 195.
25- Cato and Varro on Agriculture, trad. W. D. Hooper y H. B. Ash, Cambridge, Ma., 1993, Introduction, X.
26- Tito Livio, Rome and the Mediterranean, 155-58; Cornelius Nepos, pág. 5; Plutarco, Vies, 113-117.
27- Maroti, “Carthage’s Destruction”, pág. 226; Astin, Cato, págs. 126-7; Plutarco, Vies, 157-59.
28- “El modo que empleó Catón para difundir su chauvinismo itálico los sorprendió.” Meijer, F.J., “Cato’s African Figs”, Mnemosyne, Vol. XXXVII, Fasc. 1-2 (1984), págs. 117-124, en 122-23; Marcus Cato, De Agri Cultura, 8. 1 y Marcus Terentius Varro, De Re Rustica, I. 41, en Cato and Varro on Agriculture, 21, pág. 273.
29- Maroti, “Carthage's Destruction”, pág. 228; Cicerón, On the Good Life, trad. Michael Grant, London, 1971, pág. 171.
30- Catón, De Agri Cultura, en Cato and Varro on Agriculture, 3.
31- Polibio, The Rise of the Roman Empire, trad. Ian Scott-Kilvert, Londres, 1979, pág. 529.
32- Cato and Varro on Agriculture, ix; Plutarco, Vies, pág. 95, 143-47.
33- Apiano, Histoire romaine, 8.12.86-9; Harris, W. V., en Cambridge Ancient History, VIII, pág. 156.
34- Tito Livio, Rome and the Mediterranean, págs. 141-47; ver también Forde, Nels W., Cato the Censor, págs. 101-4.
35- Plutarco, Vies, págs. 143, 153, 115, 133.
36- MacMullen, Ramsay, “Hellenizing the Romans (Siglo II a.C.)”, Historia 44 (1991), págs. 429-30, 434.
37- Cornelius Nepos, 5-6; Cato and Varro on Agriculture, x-xi.
38- Tito Livio, Rome and the Mediterranean, pág. 144; Plutarco, Vies, pág. 101; MacMullen, “Hellenizing”, págs. 427-28, 433.
39- Sobre la apertura precoz de los nobles romanos a la cultura griega, MacMullen, “Hellenizing”, pág. 426; Briscoe, J., “Cato the Elder”, Oxford Companion to Classical Civilization, S. Hornblower, A. Spawforth ed., Oxford, 1998, pág. 146.
40- Cornelius Nepos, 6, y comentario, 57; vertambién Cato and Varro on Agriculture, XII.
41- Snowden, Frank M. Jr., Blacks in Antiquity, Cambridge, Ma., 1970; Morton Braund, Susanna, “Roman Assimilations of the Other: Humanitas at Rome,” Acta Classica XL (1997), págs. 15-32.
42- Cornelius Nepos, 5, 36, nota, pág. 47; Astin, Cato, 171, citandoAd Filium de Catón según Plinio, NH., 29. 13 f.
43- Conjunto de tratados de filosofía griega hallados en 181 que fueron apenas examinados antes de ser destruídos por orden senatorial - se temía que sus enseñanzas generaran dudas sobre la religión”. En 173, Roma expulsó a los profesores de filosofía epicúrea. (MacMullen, “Hellenizing”, pág. 435). Sobre la “paranoia de Catón respecto de los médicos griegos” y su opinión de las“estatuas extranjeras como profanación”,436 nn 62, 63.
44- Plutarco, Vies, págs. 147-149.
45- MacMullen, “Hellenizing”, pág.432n. 41; Plutarco, Vies, pág. 129.
46- Plutarco, Vies, págs. 159-61; Krings, V., “La Destruction de Carthage: problèmes d’historiographie ancienne et moderne”, Studia Phoenicia, X, Les guerres puniques, Lovaina, 1989, págs. 329-344, en la335.
47- Dubuisson, “Delenda est Carthago”, pág.285.
48- Kiernan, Ben, “Twentieth Century Genocides: Underlying Ideological Themes from Armenia to East Timor”, en R. Gellately y B. Kiernan ed., The Specter of Genocide, Nueva York, 2003, págs. 29-51.
49- Griffin, Jasper, Virgil, Nueva York, 1986, págs. 27, 36 ff.
50- Virgilio, Geórgicas 2, trad. The Internet Classics Archive, http://classics.mit.edu/Virgil/georgics.html
51-Geórgicas 3, citada en Griffin, Virgilio, pág. 52.
52- Oliensis, Ellen, “Sons and Lovers: Sexuality and Gender in Virgil’s Poetry,” en Charles Martindale ed. The Cambridge Companion to Virgil, Cambridge, 1997, págs. 297-99.
53- Griffin, Virgil, 84, 62; La Eneida: trad. J. Perret,, Les Belles Lettres, París, VIII, pág. 698. N.del T.: Las citas de la versión francesa utilizada por el autor fueron reemplazadas por las de la traducción latín-castellano realizada por Eugenio de Ochoa en 1869, Editorial Losada, 10ª. edición, Buenos Aires, 1997. En adelante, las llamadas remitirán a dicha versión.
54- Griffin, Virgil, 63-4, pág. 54.
55- Virgilio, La Eneida, I,15
56- Virgilio, La Eneida, II, 41-42, 45-46
57- Virgilio, La Eneida, I,25.
58- Griffin, Virgil, pág. 110.
59- Virgilio, La Eneida, I, 27,28 y 29.
60- Virgilio, La Eneida, II,42; III, 53.
61- Ver Hardie, Philip R., Virgil’s Aeneid: Cosmos and Imperium, Oxford, 1986, págs. 282-4.
62- Virgilio, La Eneida, VI, 119,127.
63- West, “Introduction,” W.Y. Sellar, Virgil, Oxford, 1897, págs. 59 -68.
64- Tito Livio, Rome and the Mediterranean: Books XXXI-XLV of The History of Rome from its Foundation, trad. H. Bettenson, Londres, 1976, pág. 596 (XLIV.44), Introduction, pág. 20. Estrabón, Géographie, Libros III, VIII, y Apiano, Libyca 69, Histoire romaine, 8.20.135, mencionan también la destrucción de Cartago.
65- Tito Livio, Rome and the Mediterranean, 430 (39.40).

Extraído de Revista Diógenes

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