La rebelión del señorío

Por Leonardo Guzmán

¡Qué lección trajo la vida a este Uruguay en estado de asamblea, aterido por sucesivas tragedias como la de ayer en Rocha!

Que un Director Técnico pareciera tal a lo largo de los minutos de cada partido y de los años que lleva en funciones, fue toda una revelación. Echó luz sobre las sombras en que anduvimos sumidos. En vez de encharcarnos en conflictos de trastienda, unió a equipo y país en un esquema de juego y un ideal de triunfo.

Que el Uruguay quede entre los cuatro mejores del mundo al dirigirlo un caballero que viste como gente y habla con aplomo, fue rebelión. Se alzó contra la idealización pública de la grosería y la ordinariez. Mostró a qué alturas pueden ascender 3 millones y medio entre casi 7.000 millones si vuelven a regirse por criterios cultos.

Hace 86 años, al ver cómo jugaba la selección de Nasazzi que viajaba a Colombes, un periodista español escribió: "Por los campos de Goya ha pasado una ráfaga olímpica..." Parafraseándolo, hoy debemos decir: "De los campos de Sudáfrica, nos llegó una rebelión de señorío".

Sí: abuelos y nietos asistimos a un huracán que por unas semanas nos aventó el triunfalismo de la chabacanería y la guarangada. El maestro que parece Maestro se constituyó en símbolo de ese orden interior que, renaciendo entre las cenizas, alza al hombre como actitud y, más allá de lo previsible, lo proyecta como fuente de respuestas.

A este país donde todos callamos la vida espiritual y pasamos en silencio ante las tragedias morales que corroen al Derecho y arrancan vidas, la celeste lo llenó de cábalas para pedir ayuda a las fuerzas invisibles. Pues bien. Tras el último partido, volvamos la mirada hacia las fuerzas visibles que llevamos adentro. Repasemos lúcidos el método que nos devolvió sueños y triunfos. Hasta aprenderlo.

No es un sistema rígido. Es el alerta de una lógica viva, que improvisa sin perder estilo. Conjuga lo colectivo y potencia lo individual hasta la tensión de un Forlán y la mística de un Abreu. A la adversidad, responde atacando. Gana sin sobrar. Si le toca perder, hasta el último minuto aprieta. Tiene algo del Artigas que sublimó la victoria en "Clemencia para los vencidos" y transfiguró la redota en Instrucciones para "garantir la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable". Coloca valores en la persona por encima del éxito y el fracaso. Y en eso finca el señorío, que es dominio y libertad en el obrar donde voluntad y pasiones se sujetan a una razón que amplía horizontes.

Desde ese señorío debemos recobrar el Uruguay para el que nos criamos, cuando las jugadas no eran imagen, sino verbo gritado por un Semino que enseñaba a obedecer la ley y un Solé que convocaba grandezas.

Eso sí: cómo volvió a estar el Uruguay entre los mejores del mundo teniendo hoy una masa de marginales mal preparados y una incapacidad tóxica para la acción -lo probó ayer el horror de la cárcel de Rocha-, es pregunta que no debe ahogarnos los festejos.

Si no la respondemos con el señorío ventilado de Sudáfrica, todo habrá sido un relámpago apenas útil para tomarle las medidas a nuestras decadencias.

Y a eso no debemos resignarnos.

El País Digital

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