A una semana de abrir las puertas de la nueva casa-comunidad de Sòngó y con muy poco tiempo para comunicarme por este medio, ha llegado el momento de agradecer a quienes de un modo u otro hicieron posible este evento.
Primero, a mis orisha, compadres y caboclos que nunca dejaron de estimular y apoyar este sueño. A mi familia carnal, que ha soportado mis ausencias por treinta y cinco largos años.
A mis primeros hijos Ema y Elbio, que decidieron que su vida carecía de sentido sin la seguridad eterna de esta maravillosa religión. A todos los que fueron un día parte de esta familia, porque dejaron algo de sí y llevaron alguna cosa de aquí. A la ìyá kékéré de la casa, Omolújemolà, por su constante sostén y por su amistad. A los hijos espirituales que hoy son el capital humano de esta comunidad, que se pusieron a trabajar casi sin descanso para llegar a buen término.
A Manert Òsànlábunmi y a Walter Baladán que se pusieron la obra al hombro.
A los amigos que pusieron el hombro, como Williams; a Natalia, que pintó la leyenda de la arcada, a Fernando el herrero que saca tiempo del tiempo para terminar a tiempo. A Lorena, que recorrió a amistades y a amistades de amistades por los pasillos de la Intendencia para lograr un pronto despacho. A la familia Benítez con el patriarca Hugo a la cabeza, hacedor de mesadas de lujo y a José, Alejandro y Daniel que nos dieron muchas horas de trabajo honorario. A “Pato”, al "Bala", a Fabián, a Sebastián y a José Wilson Feijó, que además de su tarea específica ayudó a hacer otras con buena onda y desinterés. A Fernando Nocetti, que puso un día de descanso el ómnibus a trabajar para Sòngó; a Santiago, que puso el camión cada vez que se necesitó traer materiales, muebles, chapas de fibrocemento. A Petrona Sòngótóbí, que cocinó para los que trabajaban y nunca sentía cansancio; a Flavio Sòngódarémi que logró ponerse las pilas de a ratos para cablear la energía eléctrica.; a César de Òsànlá, que trajo impulso y aire nuevo cuando los caballos ya estaban cansados; a Julio Èsùlébun. Mis respetos, mi gratitud, mi bendición.
Tampoco puedo obviar la invaluable ayuda de la escribana Raquel Stratta de
A los amigos intelectuales de Argentina, comenzando por el Dr. Alejandro Frigerio, que escribiera cartas a las autoridades señalando la importancia como patrimonio intangible de esta comunidad religiosa y que además logró interesar a colegas del fuste de Ari Pedro Oro, Reginaldo Prandi, Sérgio y Mundicarmo Ferretti, Lísias Negrão, Patrícia Birman, José Flávio Pessoa de Barros, Kali Argyriadis, Myriam Rabelo, Raúl Lody y otros que a su vez llenaron de e-mails el correo del Intendente Municipal de Montevideo Ricardo Ehrlich.
A los artistas plásticos Juan Batalla y Dany Barreto de Argentina, que hicieron una campaña similar e integraron a gente de la cultura y la plástica de su patria y de diversas partes del mundo reconociendo la familiaridad que las religiones –y éstas particularmente- tienen con las artes. A los artistas y sacerdotes compatriotas Ángela López Ruiz y Guillermo Zabaleta, que también encendieron la mecha entre sus amigos.
A
Al estímulo moral de ìyá Peggie Poggi y su marido Rodolfo –ìgbà e- que me daban ánimo cuando todo parecía detenerse.
A los amigos religiosos de Brasil que hacían rezos y agrados a sus orisha, nkisi y vodun para que se resolviera pronto este tema nuestro porque "una casa más añade, no resta"… Vanderlei, Beto, Muriçoca, Duda, tia Lete, Caio, Arlette y Norminha Arruda.
A todos, y a los tantos que no nombro pero tengo en mi mente y en mi corazón, infinitas gracias. Que las bendiciones de orisha se multipliquen en proporción geométrica.
El próximo sábado formaremos la rueda de batuque para festejar a orisha y abrazaremos uno por uno a quienes puedan acompañar el fin de este proceso.También danzaremos por quienes no están y han sido mentores, como la familia Omi O Bàbá-Odùgbèmi de Buenos Aires –por razones obvias, de duelo- y la familia del Ilé Òsun-Sònpònnò de bàbá Gustavo e ìyá Isabel que están de obligaciones ese mismo día.
Para nuestra comunidad se abre otra etapa que sin duda será tan enriquecedora como las precedentes. Porque navegar es necesario: aún más que vivir sin hacerlo.
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