Ferviente admirador del Generalísimo resultara este blanquísimo...

UN JEFE

Verle, para nosotros que tanto habíamos oído hablar de él a los nuestros, fue algo muy especial.

Con un poco de atrevimiento y mucha esperanza, habíamos solicitado la correspondiente audiencia. Concedida ésta, parecía que nunca iba a llegar el día indicado, hasta que, por fin estábamos entrando al Pardo.

Llegábamos con retraso para ver a la famosa "guardia mora" que nos fascinara de chicos con mil y una historias. Correctos guardias con un uniforme bastante común hacían sus veces. Salones y más salones entrevistos al pasar. Una breve espera junto al Marqués de Casa de Loja, y no tardaron en abrirse las puertas del despacho donde de pie y con mirada impenetrable esperaba Francisco Franco y Bahamonde, jefe del Estado Español, en pocas letras "el caudillo", nombre con el cual se le designó siempre en casa. De mediana estatura, vestido con castrense sencillez y elegancia. Su uniforme con banda roja de Capitán General a la cintura y en el pecho una sola condecoración. Una sola, pero suficiente para eclipsar a todas las del mundo: ¡la Laureada, la de los sobrevivientes, la de los casi inmortales!

Pocos hombres han sido traídos y llevados en el comentario del mundo. Pocos hombres han gravitado tanto en la escena del mundo. Pocos han tenido tan larga parte en los planes de la Providencia.

En la vida, en la historia como toda cosa humana, la cifra es el hombre. Ideas, teorías, y planes se reducen a la unidad hecha a imagen y semejanza de Dios. El Jefe, el Conductor, el Caudillo, eternos en el tiempo, son la sublimación de hombre sin perder por ello su esencial carácter de ser vivo y real. El que no concibe o no comprende la figura de un jefe, carece de un elemento
primordial para juzgar los hechos. La raza latina es generosa en figuras enormes.En figuras que sin perder la dimensión de mortales, dejan en el paso del tiempo estampada su huella de manera particularmente imperecedera. Antes de conocer a Franco conocíamos ya un Jefe. El nuestro de ayer, de hoy, y de siempre. El caudillo de España era el segundo. Bastó que sus ojos claros miraran con profundidad para que lo comprendiéramos.

Habló, más que habló, expuso. Cuarenta y cinco extraordinarios y maravillosos minutos. Ni una coma de lo dicho se ha borrado de la memoria. El tema: España. Occidente, la obra de veinte y tres años, el futuro. Una mañana única en la vida. Por ello he querido que su recuerdo quedara grabado en estas páginas. Y porque al conocer a este hombre, le renovábamos la lealtad y la admiración de tres generaciones de gente de nuestra sangre.

Del libro: "TRASFOGUERO" de Luis Alberto LACALLE
Editado por Talleres Gráficos Donostia - 1963 - Página 26





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