Nos congregamos hoy en profunda reverencia para presentar nuestros respetos a Obàlúwàiyé, divinidad de la Tierra y las transformaciones.
Que el Señor que trae las fiebres como señal de un proceso de cambios nos permita rendirle homenajes con salud y nos bañe con una lluvia interminable de doburu... Que nuestra piel-límite no se agriete y continúe húmeda bajo la gracia y vigilancia de esta bendita divinidad cuyo nombre más sagrado no conviene invocar en vano.
Que el Señor de las Perlas refresque la Tierra a nuestro paso para que éste sea leve y duradero, y en esa humedad fértil podamos imprimir huellas.
Que nos ampare bajo la frescura de sus pajonales y desde allí podamos cambiar y ser cambiados en solidaridad con toda forma de vida existente. Que los granos de cereal se multipliquen para que a nadie falten, sobre todo en Su Tierra predilecta secularmente devastada.
Que haya conciencia en cada hombre de Su benéfica presencia, eliminando el temor paralizante que impide la acción. Que el blanco y el negro con el rojo sean bandera de salud y prosperidad, pues como Omolú es Dueño de la Riqueza de los Suelos. Que la profusión de conchillas como signo de Su prosperidad no deje a ningún devoto con sed o hambre, o desamparado en la enfermedad.
Que se afilen los instrumentos de piedra, pues el Antiguo Señor llega puliendo el sílex y la obsidiana desde los cuatro rincones de la Tierra.
Ante tanta majestad, inclino mi cabeza y sólo pido silencio:
Atótó, bàbá! Àbà o! Ojú b'eru...
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