por Juan de Marsilio
EN EL PRINCIPIO FUE LA SACARINA. En efecto, Monsanto & Co., fundada en 1901 en Saint Louis, Missouri, empezó fabricando sacarina para la Coca-Cola. Si hubiera seguido en eso tal vez no existieran los problemas y peligros expuestos en este libro, así como en el documental homónimo fruto de la misma investigación. Acaso por su experiencia en cine, la autora logra darle al libro un ritmo ágil, sin desmedro del rigor informativo y la abundancia de citas y referencias.
NEGOCIOS SON NEGOCIOS. Según Marie- Monique Robin, Monsanto ha puesto siempre los negocios por sobre las personas y el medio ambiente. Influyendo en científicos, funcionarios, jueces y políticos, así como también empleando la violencia, la empresa habría impuesto -primero en Norteamérica y luego en el mundo- productos químicos, en su mayoría de uso agrícola, riesgosos y hasta nocivos. Desde los `80, ha entrado en el rubro de los organismos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos, en especial las semillas de alimentos y textiles, área en la que lidera el mercado mundial.
El primer producto-problema para Monsanto fueron los policlorobifenilos (PCB), compuestos clorados de variado uso industrial y alto poder cancerígeno. Por su uso descuidado y vertido de desechos, los PCB aumentaron la incidencia de cáncer y malformaciones genéticas en varias comunidades estadounidenses. La empresa ha perdido pleitos en reclamo de daños y perjuicios por cientos de millones de dólares. Aprendida la lección, en sus posteriores contratos de venta de herbicidas o productos transgénicos, el comprador se compromete a presentar sus reclamos sólo ante tribunales de Saint Louis.
Después vinieron los herbicidas clorados. Estudios científicos demostraron su inocuidad: los financió Monsanto. Organismos estatales de contralor de los Estados Unidos -y luego de todo el mundo- avalaron esos estudios sin revisar muy a fondo. Estos herbicidas fueron la base del "agente naranja", desfoliante esparcido por la fuerza aérea norteamericana sobre la selva vietnamita, con resultados nefastos tanto para la población como para los combatientes norteamericanos que todavía sufren los efectos. Robin anota con detalle los casos de científicos, abogados y ejecutivos que han pasado de trabajar en Monsanto a revistar en la FDA (Foods and Drugs Administration, organismo estatal encargado del control de alimentos y medicamentos) y viceversa.
Llegó el turno del Round Up, herbicida a base de un compuesto llamado Glifosato. La empresa presentó estudios que probarían la inocuidad del Glifosato puro. Pero Round Up contiene además otras sustancias que permiten que el principio activo mate las malas hierbas. No son concluyentes los estudios acerca de estas sustancias, ni del Round Up en sí mismo, ni de los compuestos resultantes de la degradación del Glifosato. Entretanto, la empresa propagandea su herbicida como seguro para el ambiente y la salud.
Más leche a menor costo
Ya en la década de los 80, Monsanto incursionó en negocios biológicos con la producción de hormona de crecimiento bovino. Se quería más leche a menor costo, para bien de productores y consumidores. Según Robin, la empresa presentó investigaciones que demostraban que la hormona es idéntica a la que los vacunos producen de modo natural. Sin embargo, las vacas tratadas con la hormona pierden peso, son menos fecundas y sus mamas se enferman. Su leche contiene pus, con residuos de los antibióticos usados para el tratamiento. Esto hace que la flora bacteriana del consumidor desarrolle resistencia a esos antibióticos, con el consiguiente riesgo sanitario. La empresa ha dado costosas batallas legales -con éxito en su país- para impedir el etiquetado que diferencie a los lácteos "biológicos" de los provenientes de vacas tratadas con hormonas.
Pero el gran paso fueron las semillas transgénicas. Un organismo transgénico es aquel en el que se implanta un gen de otra especie para lograr en el huésped características propias del organismo de origen. Al sembrar las semillas modificadas se crean nuevas variedades de especies ya existentes. De nuevo la intención es loable y práctica: producir más alimento con menos uso de agrotóxicos, con beneficio para consumidores y agricultores.
Según Robin, la realidad es más compleja. Para empezar la empresa sustenta su pretensión de inocuidad de los transgénicos en dos afirmaciones falaces. Por un lado afirma que insertar genes de una especie en otra es lo mismo que crear nuevas variedades por polinización cruzada, cosa que los agricultores y la naturaleza vienen haciendo desde siempre. Y esto no es cierto: por el método tradicional, si no hay intercambio de polen entre variedades de una misma especie o de especies afines con el aporte de toda su carga genética el híbrido no se crea. En cambio, la ingeniería genética toma un gen o genes de un organismo y los implanta en otros. Asimismo se afirma la "igualdad en sustancia" de los organismos transgénicos y los naturales. La idea es esta: al comer alimentos de origen biológico, también se ingiere su ADN; al insertar un gen en una especie cualquiera, lo que se añade es ADN de lo que se sigue que al comer por ejemplo maíz transgénico, se ingiere en sustancia lo mismo que al comer maíz natural. Lo que no se tiene en cuenta es que no hay aún técnicas para implantar genes siempre en el mismo y exacto lugar de la cadena genética del organismo receptor, por lo cual suelen surgir en las variedades transgénicas características inesperadas y negativas.
El inicio comercial de Monsanto con las semillas transgénicas fue la Soja Round Up Ready, resistente al herbicida a base de Glifosato que elabora Monsanto. Negocio a dos puntas: Monsanto patenta sus semillas transgénicas prohibiendo a los agricultores, so pena de fuertes multas, guardar semillas para sembrarlas; el agricultor se ata a su proveedor semillero. En el caso de nuestros países, Monsanto no puede impedir la retención de semillas, pero cobra royalties por cada tonelada de transgénicos - en especial soja- que se exporta.
Al principio, los cultivos transgénicos rinden más a menor costo. Pero entonces empieza una serie de círculos viciosos. Por un lado, las variedades transgénicas contaminan con su polen a las naturales, lo que afecta la biodiversidad. En los Estados Unidos Monsanto lleva a juicio, pretendiendo cobrarles por usar su genética patentada, a los agricultores cuyos campos sean invadidos de modo accidental por variedades transgénicas. Los países del Cono Sur se ven perjudicados en sus exportaciones de granos naturales hacia Europa - los países europeos son reacios a la circulación de alimentos OGM sin etiquetar, y el público prefiere los alimentos no modificados- que muchas veces son rechazadas o multadas por contaminación transgénica. Por último, ocurre que con el tiempo las hierbas van desarrollando resistencia al Glifosato, con lo que la merma del costo en herbicidas se esfuma, llegando a darse una baja en los rendimientos por hectárea y en los resultados económicos. Además, esas fumigaciones masivas son incompatibles con los cultivos de subsistencia, lo que acelera en nuestros países el éxodo de los productores minifundistas hacia los cinturones de miseria de las ciudades, si no mueren antes por exceso de pesticidas en sus organismos.
EL MUNDO SEGÚN MONSANTO, de Marie-Monique Robin. Península, Barcelona, 2008. Distribuye Océano. 526 págs.