No cabe duda que por rechazo o gusto, Ricardo Fort siempre está presente en la televisión. Más allá de su participación en Bailando por un Sueño se las ingenia, desde su mayor sustento que es el dinero, para permanecer. Lo cual no significa que pertenezca. De hecho, las versiones que circulan es que actores de renombre no lo reconocen como un par. Ni siquiera lo respetan.
Si bien es cierto que el empresario da trabajo, también es cierto que de él se destacan más sus escándalos que su labor en el escenario. O como “artista”.
Sus mujeres son envases que con cirugías estéticas, ropa, make up y accesorios, cambia constantemente. Traslada en la mujer sus propias inseguridades de hombre que evidencia no estar del todo conforme con su apariencia. De ahí, la permanente ostentación del tener y mostrar.
Y lo que en el Universo Fort es elegante, en el verdadero mundo de la moda es absolutamente cache. Sin estilo. En definitiva, un cocoliche. Cocoliches que entran y salen de su vida conforme a su estado de ánimo.
Mujeres que se degradan al lado de un hombre que no las agasaja como intenta mostrar. Tampoco les regala: lo de Fort es pura limosna, cambiarlas para exhibirlas. Y en algunos casos, hasta recurre a la patética compra de una acompañante. Caso de su "novia actual", Erika. Sin embargo el problema no es Fort. Son ellas.
Las auto degradadas del lumpen mediático que “matan” hasta la vergüenza por estar dos minutos en el programa de Marcelo Tinelli. Son, en la vida del chocolatero, bienes de uso y cambio. Que lo único que les queda de la relación son las siliconas y alguna que otra chuchería que con el tiempo, él sabrá como recriminarles. El costo que ellas pagan es alto. Porque cuando todo el circo rococó se termina, comienza el circo de la humillación. De la violencia, de la agresión verbal de un sujeto que no tiene límites para el escándalo. Que se enarbola tras la palabra "caballero" cuando en realidad es un incontinente verbal del mal gusto. Pedirle que, como caballero, no tenga memoria, es como pedirle a Fernanda Vives que hable bien, que pronuncie una S.
Fort no sólo tiene memoria, también posee astucia por las dudas. Entonces, todo aquello que puede llegársele a olvidar lo anota. Porque su negocio aunque le pese no es el arte, sino el mamarrachismo del que hasta ahora no pudo trascender.
Si bien es cierto que el empresario da trabajo, también es cierto que de él se destacan más sus escándalos que su labor en el escenario. O como “artista”.
Sus mujeres son envases que con cirugías estéticas, ropa, make up y accesorios, cambia constantemente. Traslada en la mujer sus propias inseguridades de hombre que evidencia no estar del todo conforme con su apariencia. De ahí, la permanente ostentación del tener y mostrar.
Y lo que en el Universo Fort es elegante, en el verdadero mundo de la moda es absolutamente cache. Sin estilo. En definitiva, un cocoliche. Cocoliches que entran y salen de su vida conforme a su estado de ánimo.
Mujeres que se degradan al lado de un hombre que no las agasaja como intenta mostrar. Tampoco les regala: lo de Fort es pura limosna, cambiarlas para exhibirlas. Y en algunos casos, hasta recurre a la patética compra de una acompañante. Caso de su "novia actual", Erika. Sin embargo el problema no es Fort. Son ellas.
Las auto degradadas del lumpen mediático que “matan” hasta la vergüenza por estar dos minutos en el programa de Marcelo Tinelli. Son, en la vida del chocolatero, bienes de uso y cambio. Que lo único que les queda de la relación son las siliconas y alguna que otra chuchería que con el tiempo, él sabrá como recriminarles. El costo que ellas pagan es alto. Porque cuando todo el circo rococó se termina, comienza el circo de la humillación. De la violencia, de la agresión verbal de un sujeto que no tiene límites para el escándalo. Que se enarbola tras la palabra "caballero" cuando en realidad es un incontinente verbal del mal gusto. Pedirle que, como caballero, no tenga memoria, es como pedirle a Fernanda Vives que hable bien, que pronuncie una S.
Fort no sólo tiene memoria, también posee astucia por las dudas. Entonces, todo aquello que puede llegársele a olvidar lo anota. Porque su negocio aunque le pese no es el arte, sino el mamarrachismo del que hasta ahora no pudo trascender.
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