No a la violencia doméstica.
Hoy es el Día Mundial contra la Violencia Doméstica hacia la Mujer
Cada 25 de Noviembre, desde 1981, se conmemora a nivel mundial el Día Internacional por la No Violencia contra las Mujeres. La fecha responde al asesinato de las tres hermanas Mirabal a manos del régimen dictatorial de Rafael Trujillo, en República Dominicana.
La historia de la mujer es, casi en su totalidad, la historia de la violencia contra la mujer. El nuestro es un mundo en el que el machismo ha dejado desde siempre su marca de sangre y opresión. Y no hay que gozar de demasiadas luces para imaginar quiénes han sido sus principales víctimas (aunque no las únicas) En este contexto, me atrevo entonces a transcribir un fragmento del texto que leyera la periodista Liliana Daunes, del día sábado 22 de noviembre de 2008, en su habitual columna de Marca de Radio y cuyo audio completo pueden escuchar en el sitio del programa. Dice la Daunes:
Yo sabía que la Daunes no me podía fallar, que tendría la palabra justa para una conmemoración como esta. Sin embargo, a pesar de la fugaz mención, tampoco en su discurso estuvieron lo suficientemente presentes otras mujeres que junto a muchos hombres también son víctimas de esta sociedad machista que las margina, las expolia, las espía y las exilia.
Ellas saben muy bien qué es la violencia. Lo saben ya desde la escuela primaria, cuando sus compañeritos se burlan de su diferencia. Lo saben mucho mejor el día en que toman la decision de asumir quiénes son en realidad y sus papás les dicen que ya no pueden seguir viviendo bajo su mismo techo.
En la calle se dan cuenta de que su decisión fue, cuando menos audaz y que ciertas audacias se pagan con el cuerpo. Que para la sociedad ellas no son ellas, que para la sociedad cuenta más lo que dice el DNI que el grito sordo de sus sentimientos más profundos.
El odio tiene muchas caras y, en sus casos, el odio se les presenta día a día en el rostro de aquellos que se niegan a llamarlas por su nombre y se empeñan en recordarles el nombre de ese ser de fantasía que existe solamente en sus partidas de nacimiento. El odio también se camufla detrás de la sonrisa que les niega un trabajo formal, del médico que las interna en la sala equivocada o del que directamente se niega a asistirlas como corresponde. Está presente en la televisión, la radio, las revistas o cualquier otro medio o persona que se burle de lo que ellas son. O cuando las señalan por miedo a alguna peste.
Pero sobre todo el odio se muestra libre de caretas en el uniforme del policía que se las lleva presas con la excusa de la prostitución; en el puño de quien las persigue, las golpea, las tortura y las asesina; en la mirada de aquellos que las condenan a sobrevivir y a morir sin reconocer su dignidad.
En definitiva, el odio asume fatalmente la imagen del olvido.
Y ya sé que al leer estas líneas, no faltará quien sonría con sorna restándole valor a mis palabras, negándoles a estas mujeres (una vez más) su carácter de tales. A esas personas las invito a hurgar más allá de lo heredado, a cuestionar cuántas verdades se nos dieron hechas. En la medida en que pueda darse cuenta de que ser mujer es mucho más que tener una vagina, podrá también sentir el alivio de que ser varón es mucho más que tener un pene.
La historia de la mujer es, casi en su totalidad, la historia de la violencia contra la mujer. El nuestro es un mundo en el que el machismo ha dejado desde siempre su marca de sangre y opresión. Y no hay que gozar de demasiadas luces para imaginar quiénes han sido sus principales víctimas (aunque no las únicas) En este contexto, me atrevo entonces a transcribir un fragmento del texto que leyera la periodista Liliana Daunes, del día sábado 22 de noviembre de 2008, en su habitual columna de Marca de Radio y cuyo audio completo pueden escuchar en el sitio del programa. Dice la Daunes:
"Yo soy María Soledad, violada y asesinada en Catamarca; Teresa Rodríguez, muerta cuando reprimían un piquete allá en el sur; Sandra Cabrera, asesinada en Rosario; Liliana Tallarico, asesinada en La Plata. Soy las mujeres de Juárez. Soy todas las asesinadas por odio. También soy Romina Tejerina, presa y reprimida en Jujuy. Y Claudia Sosa de Mendoza y Etelvina y Patricia y la "Galle", presas. He sido violada por Hoyos en Salta. Soy Elly Díaz, violada por Benavidez en Córdoba. Soy Leila y Patricia, violadas y asesinadas en Santiago del Estero. Soy las mujeres asesinadas en Mar del Plata; la trabajadora violada en el ANSES; las niñas violadas en el Congreso. Soy María (me violó mi papá). Soy Marita, Vanesa, Lidia, Fernanda, Andrea y tantas secuestradas para el tráfico sexual en La Rioja, Tucumán, Córdoba, Corrientes, Río Gallegos, La Pampa... Soy las abusadas por los curas del poder. Soy las originarias desterradas de sus casas. Soy las wichis desnutridas. Soy la beba que no llegó al hospital. Soy la niña de once años violada y embarazada porque no hay ley que nos ampare. Soy una africana sin clítoris; una musulmana que pueden lapidar; una colombiana desplazada expuesta a la violencia paramilitar. Soy una mujer estéril por un aborto mal practicado. Soy aquella que murió tras un aborto clandestino. Soy Ana María Acevedo (me dejaron morir en un hospital de Santa Fe). Yo soy la castigada, la invisible, soy la maltratada. ¿Quién ha cavado estos agujeros? ¿Quién ha roto mi mirada? ¿Quién ha desoído mi respiración de espanto? ¿Quién ha cortado, golpe a golpe, los pedazos que me arman? Me repliego muda. Las palabras vuelan lejos. No las sujeto, como si me esquivasen desde el principio de los siglos. Palabras vacías que se deletrean sonido a sonido perdiendo su significado. Como toda criatura marginada, expoliada, espiada y exiliada, me quedo sin lenguaje. Entonces recuerdo que existe el grito. Que puedo gritar 'soy mujer, travestí, transexual, lesbiana, intersex, boliviana, negra, musulmana, inmigrante, pobre, oprimida'... Soy la que está HARTA, la que se rebela, la que se organiza, la que quiere cambiar las relaciones sociales, la que quiere desterrar la injusticia, la que lucha contra el patriarcado" .
Yo sabía que la Daunes no me podía fallar, que tendría la palabra justa para una conmemoración como esta. Sin embargo, a pesar de la fugaz mención, tampoco en su discurso estuvieron lo suficientemente presentes otras mujeres que junto a muchos hombres también son víctimas de esta sociedad machista que las margina, las expolia, las espía y las exilia.
Ellas saben muy bien qué es la violencia. Lo saben ya desde la escuela primaria, cuando sus compañeritos se burlan de su diferencia. Lo saben mucho mejor el día en que toman la decision de asumir quiénes son en realidad y sus papás les dicen que ya no pueden seguir viviendo bajo su mismo techo.
En la calle se dan cuenta de que su decisión fue, cuando menos audaz y que ciertas audacias se pagan con el cuerpo. Que para la sociedad ellas no son ellas, que para la sociedad cuenta más lo que dice el DNI que el grito sordo de sus sentimientos más profundos.
El odio tiene muchas caras y, en sus casos, el odio se les presenta día a día en el rostro de aquellos que se niegan a llamarlas por su nombre y se empeñan en recordarles el nombre de ese ser de fantasía que existe solamente en sus partidas de nacimiento. El odio también se camufla detrás de la sonrisa que les niega un trabajo formal, del médico que las interna en la sala equivocada o del que directamente se niega a asistirlas como corresponde. Está presente en la televisión, la radio, las revistas o cualquier otro medio o persona que se burle de lo que ellas son. O cuando las señalan por miedo a alguna peste.
Pero sobre todo el odio se muestra libre de caretas en el uniforme del policía que se las lleva presas con la excusa de la prostitución; en el puño de quien las persigue, las golpea, las tortura y las asesina; en la mirada de aquellos que las condenan a sobrevivir y a morir sin reconocer su dignidad.
En definitiva, el odio asume fatalmente la imagen del olvido.
Y ya sé que al leer estas líneas, no faltará quien sonría con sorna restándole valor a mis palabras, negándoles a estas mujeres (una vez más) su carácter de tales. A esas personas las invito a hurgar más allá de lo heredado, a cuestionar cuántas verdades se nos dieron hechas. En la medida en que pueda darse cuenta de que ser mujer es mucho más que tener una vagina, podrá también sentir el alivio de que ser varón es mucho más que tener un pene.
(Aporte de mãe Noelia Luna, Buenos Aires, Argentina)
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