Y en esa última tapa, que recuerda el último día del conventillo Medio Mundo en Cuareim 1080, trae, confundida entre el gentío que danza su pesar por el cierre y demolición de su casa, la figura de Luis Eduardo "Pocholo" Albín. Sobrino del mítico "Pirulo" Albín -estrella impar de los carnavales y llamadas sólo alcanzada de lejos por otros eximios bailarines como Zulú o Piel Canela, "Pocholo" fue mi jefe en 1980/81 en el Ministerio del Interior. Un excelente jefe, además, que se preocupaba por el bienestar de sus subordinados en aquel ambiente militarizado de entonces. Mi pasaje por esa secretaría de Estado fue breve -un policía lo es veinticuatro horas del día durante los trescientos sesenta y cinco días del año- por incompatibilidad (?) con el sacerdocio afroumbandista. Lo descubrió y enfatizó un director interventor de administración que para ayudarme a razonarlo me tuvo un mes arrestado a rigor en el cuartel de Bomberos. El nombre de ese celoso funcionario militar lo eché al olvido. No así el del Comisario Albín, Luis Eduardo "Pocholo", ni su figura cachafaz que se exhibe en medio del candombe del fin del Medio Mundo, festejando como un negro más olvidado de ser policía. Es que los seres que son buenos nunca se olvidan; es imposible olvidar la generosa solidaridad que uno ha recibido a lo largo de la vida sin agradecerla, aún en los más pequeños gestos.
Nunca más me he cruzado con él y supongo que esté jubilado, viajando al carnaval carioca cada año como era su costumbre. Pero allí donde se encuentre, quiero que sepa que desde la portada de este fascículo de El País me ha regalado el inmejorable recuerdo de su don de gentes, ese que los negros de mi tierra hacen gala de tener de sobra.
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