por Juan Batalla, artista plástico.
El igbalé es el bosque de los ancestros dentro del universo del candomblé bahiano, práctica que involucra mis fuerzas desde hace ya bastante tiempo.
Dentro de un tejido atravesado en parte por muchos silencios, acaso el que circunda al igbalé sea el más abisal de ellos. Así que la propuesta hecha a Dany Barreto y a mí de asistir a la celebración de Egungún resultó una deferencia muy grande de parte de Pai Balbino (Daniel de Paula, ojé) máxime teniendo en cuenta que él mismo no asistiría. Pero dispuso todo para que fuésemos seguros y una tarde cruzamos en ferry hacia la isla de Itaparica guiados por dos de sus hijos de santo. La práctica de Egungún está afincada tradicionalmente en esta isla, según sabemos, desde mediados del siglo 19, cuando fue introducida desde África. Es reciente y polémica su expansión por candomblés de Salvador, Río, Recife y otras partes de Brasil.
Itaparica es, claro, sitio contrastado. Club Med, franja turística y discotequizada; y tras la espesura de un mato cerrado, Ponta d'Areia. Para llegar hubo que sospechar un sendero y atender al coral que surge del matorral y saluda al paso. Cuentan que Mae Senhora,(Òsun Múyiwà, Bibiana do Espírito Santo) mujer legendaria del candomblé, llegaba a veces desde Salvador para asistir a la fiesta de los egun. Y que dada la importancia de la visita, el camino por el mato lo realizaba suspendida en un trono que portaban los habitantes de Ponta d'Areia.
Candomblé, y candomblé de egun, son situaciones que precisan de un inmenso apego al orden jerárquico. Por eso fuimos presentados a quienes correspondía durante la tarde que precedió a la fiesta. Los comentarios fragmentarios sólo aumentaban el volumen de interrogaciones que pendían sobre la fiesta y el comportamiento que era esperado que observásemos. Como analogía con la mayoría de las fiestas de candomblé, pensé que sería bueno portar un presente de alcohol. Había una mujer que a esas alturas hablaba a mi oído como una real radio, junto a su hija muda que emitía sonidos ininteligibles. Más tarde Babá Egún se comunicaría con voces no menos extrañas. Le pregunté a ella acerca de cuál sería la elección más adecuada de bebida. Me aseguró que debía comprar cognac en un único almacén tras el morro. Al volver con la botella nuestros guías desaprobaron con sorna la idea: "Babá Egun vai ficar chato com esse presente". Era mejor llegar con las manos vacías que con bebidas alcohólicas que pudiesen sugerir un comportamiento excesivo por parte de los ancestros. Volví al almacén y cambié el cognac seguramente incendiario por unas cervezas que bebimos con la cena que nuestros amigos habían preparado en una casa. Éramos invitados honoríficos y no era posible salir de ese rol. Esto significaba porciones algo mayores de los magros peixes vermelhos y un rato de descanso en dos diminutas camas antes de bajar al terreiro. El camino ya lo habíamos andado a la tarde. Abundaba en árboles en los que los pobladores de Ponta d'Areia aseguraban que habitaban encantados. Las crianças pequeñas ya desaparecían en los interiores de las casas pintadas de celeste o rosa. Se fueron escalonando las esperas. Preparativos interminables y recorridos desde unas casas hasta otras. Siempre las presentaciones, los pedidos de bençoes. Se había dictaminado que debíamos llegar al terreiro con la comitiva que dirigían el jefe de otro terreiro y una mae hija de Iansá (tradicional Presidenta de Honra de la Sociedad Egúngún) Afuera de las casas se abroquelaban mesas y sillas, y tras las ventanas acumulaciones de botellas de cerveza y de "pinga".
Sobre la fiesta de egun, nuestro amigo Robert Farris Thompson escribió lo siguiente: "Como un vislumbre de fantasmas en paños brillantes, los enmascarados Egungún inmortalizan a los muertos importantes. El vestido se vuelve ser abstracto. El traje de Egungún transforma al enmascarado en un espíritu ululante y sin rostro. Inviste de una vitalidad animal que transforma piel, voz, acento. Ninguna teoría explica su complejidad." (1)
Pierre Fatumbi Verger describió a su vez el acontecimiento: "Considérase que las almas de los muertos vuelven a la Tierra, en ciertas familias, bajo la forma de Egungún. Aparecen bajo bellos paños, decorados con retazos bordados y adornados con buzios y lentejuelas. Sociedades estrictamente reservadas a hombres cuidan de esos Egungún, invocándolos durante las ceremonias en las que los muertos de la familia deben ser honrados. Los Egungún, saliendo del igbalé, vienen a saludar a sus descendientes con voz ronca y profunda, garantizándoles su protección y prodigándoles bendiciones. Danzan de buen grado al son de los tambores batá y ogbon. Se piensa que el contacto de las telas de los Egungún es fatal para los seres vivos y por eso los mariwó y los ojé, miembros iniciados de la sociedad, los acompañan siempre, empuñando largas varas (isan) para alejar a los imprudentes. En contraposición se considera benéfico al viento provocado por los paños cuando Egungún danza girando". (2)
La ceremonia de Egungún tiene la banda de sonido más impresionante. Percusión demoledora y voces que disparan hacia otros pliegues de la realidad. Pero antes de la llegada de los ancestros hay baile para los Orixás. Al terminar llega el servicio para Babá Egún: un chivo, gallinas, flores, agua, frutas, acarajé, dulces. Tras la limpieza y los llamados insistentes, aparecen las primeras formas. Son espíritus no evolucionados. Están cubiertos por telas con dibujos desagradables. Se los aleja con violencia. A poco comienzan a llegar los deseados ancestros. Comienzan su danza y el lugar, en el que habría unas 150 personas y en el cual éramos los únicos invitados, queda cerrado. sólo se podrá salir acompañados por los iniciados con las varas capaces de mantener a raya a los no evolucionados. "Allí no hay persona humana bailando". "Sólo el viento". Eran ideas que hubieran bastado para abastecer de pesadillas toda mi infancia de haberlo oído entonces. Llegan espíritus de gente que ellos conocen. La abuela Rosa, el tío Netinho. Hablan con voces de ultratumba en yorubá arcaico. El calor máximo, la compresión, y el entendimiento termina por trasladarse a otros centros de captación del organismo. De ello, de la chorrera de nociones, sólo puede hablar, en caso de que lo haga, mi obra plástica.
El momento adecuado para emerger fue claro. La cerveza, necesaria para entrar a la fiesta paralela de la gente afuera. Con el amanecer, tiempo para más minutos de aquellas camas minúsculas. Pero el calor imperativo y el cuarto mal ventilado espinaron el posible descanso. Salí e intenté secar el pecho sudado exponiéndolo al fresco azulado. Aún la tormenta de tambores llegaba desde el terreiro. Alguien me forzó a volver al interior. Decía que en la noche de Egungún el viento trae cosas peligrosas, que era estúpido exponerse a esas cosas de muertos.
A poco las crianças volvían a jugar y el sol trepaba tras el vértigo de los enormes árboles. Se oían salvas que cerraban la ceremonia hasta la noche. Tres noches tendrían los ancestros para visitar la aldea.
Éste es el sustrato de Igbalé. Su vertiente épica. Mi trabajo funciona acoplando un discurrir visual y conceptual a tal esfera de aconteceres. No obstante, creo que existe un riesgo enorme en la manipulación de estéticas y acontecimientos de esta índole por parte de artistas entrenados. Suelo aborrecer los resultados de semejantes cruces y apropiaciones. Sé que para indagar en esta veta hay que realizar una operación del espíritu y estar muy consciente. Implica comprometerse con campos intensos de lo real. En cierto modo, el gesto artístico debe contener un componente sacrificial. Hay una clave en el sacrificio, justamente cuando la contemporaneidad en cierto modo le ha asignado un rol de fósil producido por los sistemas de adoración antiguos. Pero por ejemplo, cuando un gallo limpia un cuerpo y asume sus males con altivez, allí hay una acción sustitutoria que es afín a la que realiza el arte. Hay ahí secuencias de hechos que me llevan a percibirme hilado, una cuenta del collar atravesado por impulsos que me unen de un lado, a algo que es superior y virtualmente incomprensible; y, del otro, a criaturas que con solicitud extrema estructuran un ciclo que me liga a eso que me excede. Es una lógica, cierta lógica que podríamos pensar resulta de la percepción de continuidades y desplazamientos de los destinos. Y en la que acepto gozoso el hecho de ser comido puntualmente por divinidades que me mastican y reciben el sacrificio que ofrezco.
Y aún en el corazón de este mundo devorador la cadena de engranajes incluye la posibilidad del libre albedrío que otorga lo representacional. Un gallo representa a algo que no es el gallo, es moneda de pago a la divinidad. Y dentro de la lógica dentro de la cual seré a la vez deglutido, pienso en crear obras que cumplan este rol de intermediarias entre lo que destruye y lo que forma. Obras gallo. Que alimentan a lo que se alimenta de mi.
El desarrollo de Igbalé requirió realizar varias operaciones. La primera fue ingresar la obra a un despojamiento de ángulos que podían interponerse a una flotación. El círculo en sus distintas variantes resultó adecuado. Esto significó cierto viraje en la obra que venía haciendo por entonces, que mayormente estaba dedicada a explorar tensiones entre rectas. En cuanto a la materia, el caucho de cubiertas usadas de bicicletas y de autos que ya había estado utilizando desde un tiempo antes encontró en esta obra el sentido más completo que podían darme. El tránsito sutil que era tan vital expresar tenía así un correlato en sordina desde la significación más llana que la palabra puede alcanzar. El caucho sirvió para tener escarificación, contrapunto, ritmo. Fue necesario que hubiera obras que se incorporasen desde el suelo, otras que flotasen, abarcar aproximaciones a una heráldica y a lo arbóreo. También a un vestuario intangible. Para las esculturas me gustó utilizar una base de hierro que me recuerda a las que se usaban para exhibir el arte "primitivo" en los tiempos que éste inspiró a los maestros del siglo pasado, casi como una broma dirigida a mí mismo.
El montaje en la galería de Loreto Arenas fue planeado junto a Gustavo Vásquez Ocampo, que fue sumamente receptivo para mis ideas. Sólo una franja roja de pared debía cortar una alternancia de negros y blancos. Al pie de un tondo trazamos un círculo de sal a modo de espejo. Sobre él imprimí la textura del círculo.
A la entrada de la sala un cuadro de bicicleta oxidado que recogí en una calle de Catamarca trazaba un paralelo con las firmas de los espíritus en los rituales afroamericanos. Antes había presidido el taller en el que la obra fue realizada. Aún hoy lo hace.
(1) "Face of the Gods", Robert Farris Thompson. The Museum for African Art /
(2) "Saída de iao", Pierre Verger. Axis Mundi Editora / Fundaçao Pierre Verger, 2002.
El igbalé es el bosque de los ancestros dentro del universo del candomblé bahiano, práctica que involucra mis fuerzas desde hace ya bastante tiempo.
Dentro de un tejido atravesado en parte por muchos silencios, acaso el que circunda al igbalé sea el más abisal de ellos. Así que la propuesta hecha a Dany Barreto y a mí de asistir a la celebración de Egungún resultó una deferencia muy grande de parte de Pai Balbino (Daniel de Paula, ojé) máxime teniendo en cuenta que él mismo no asistiría. Pero dispuso todo para que fuésemos seguros y una tarde cruzamos en ferry hacia la isla de Itaparica guiados por dos de sus hijos de santo. La práctica de Egungún está afincada tradicionalmente en esta isla, según sabemos, desde mediados del siglo 19, cuando fue introducida desde África. Es reciente y polémica su expansión por candomblés de Salvador, Río, Recife y otras partes de Brasil.
Itaparica es, claro, sitio contrastado. Club Med, franja turística y discotequizada; y tras la espesura de un mato cerrado, Ponta d'Areia. Para llegar hubo que sospechar un sendero y atender al coral que surge del matorral y saluda al paso. Cuentan que Mae Senhora,(Òsun Múyiwà, Bibiana do Espírito Santo) mujer legendaria del candomblé, llegaba a veces desde Salvador para asistir a la fiesta de los egun. Y que dada la importancia de la visita, el camino por el mato lo realizaba suspendida en un trono que portaban los habitantes de Ponta d'Areia.
Candomblé, y candomblé de egun, son situaciones que precisan de un inmenso apego al orden jerárquico. Por eso fuimos presentados a quienes correspondía durante la tarde que precedió a la fiesta. Los comentarios fragmentarios sólo aumentaban el volumen de interrogaciones que pendían sobre la fiesta y el comportamiento que era esperado que observásemos. Como analogía con la mayoría de las fiestas de candomblé, pensé que sería bueno portar un presente de alcohol. Había una mujer que a esas alturas hablaba a mi oído como una real radio, junto a su hija muda que emitía sonidos ininteligibles. Más tarde Babá Egún se comunicaría con voces no menos extrañas. Le pregunté a ella acerca de cuál sería la elección más adecuada de bebida. Me aseguró que debía comprar cognac en un único almacén tras el morro. Al volver con la botella nuestros guías desaprobaron con sorna la idea: "Babá Egun vai ficar chato com esse presente". Era mejor llegar con las manos vacías que con bebidas alcohólicas que pudiesen sugerir un comportamiento excesivo por parte de los ancestros. Volví al almacén y cambié el cognac seguramente incendiario por unas cervezas que bebimos con la cena que nuestros amigos habían preparado en una casa. Éramos invitados honoríficos y no era posible salir de ese rol. Esto significaba porciones algo mayores de los magros peixes vermelhos y un rato de descanso en dos diminutas camas antes de bajar al terreiro. El camino ya lo habíamos andado a la tarde. Abundaba en árboles en los que los pobladores de Ponta d'Areia aseguraban que habitaban encantados. Las crianças pequeñas ya desaparecían en los interiores de las casas pintadas de celeste o rosa. Se fueron escalonando las esperas. Preparativos interminables y recorridos desde unas casas hasta otras. Siempre las presentaciones, los pedidos de bençoes. Se había dictaminado que debíamos llegar al terreiro con la comitiva que dirigían el jefe de otro terreiro y una mae hija de Iansá (tradicional Presidenta de Honra de la Sociedad Egúngún) Afuera de las casas se abroquelaban mesas y sillas, y tras las ventanas acumulaciones de botellas de cerveza y de "pinga".
Sobre la fiesta de egun, nuestro amigo Robert Farris Thompson escribió lo siguiente: "Como un vislumbre de fantasmas en paños brillantes, los enmascarados Egungún inmortalizan a los muertos importantes. El vestido se vuelve ser abstracto. El traje de Egungún transforma al enmascarado en un espíritu ululante y sin rostro. Inviste de una vitalidad animal que transforma piel, voz, acento. Ninguna teoría explica su complejidad." (1)
Pierre Fatumbi Verger describió a su vez el acontecimiento: "Considérase que las almas de los muertos vuelven a la Tierra, en ciertas familias, bajo la forma de Egungún. Aparecen bajo bellos paños, decorados con retazos bordados y adornados con buzios y lentejuelas. Sociedades estrictamente reservadas a hombres cuidan de esos Egungún, invocándolos durante las ceremonias en las que los muertos de la familia deben ser honrados. Los Egungún, saliendo del igbalé, vienen a saludar a sus descendientes con voz ronca y profunda, garantizándoles su protección y prodigándoles bendiciones. Danzan de buen grado al son de los tambores batá y ogbon. Se piensa que el contacto de las telas de los Egungún es fatal para los seres vivos y por eso los mariwó y los ojé, miembros iniciados de la sociedad, los acompañan siempre, empuñando largas varas (isan) para alejar a los imprudentes. En contraposición se considera benéfico al viento provocado por los paños cuando Egungún danza girando". (2)
La ceremonia de Egungún tiene la banda de sonido más impresionante. Percusión demoledora y voces que disparan hacia otros pliegues de la realidad. Pero antes de la llegada de los ancestros hay baile para los Orixás. Al terminar llega el servicio para Babá Egún: un chivo, gallinas, flores, agua, frutas, acarajé, dulces. Tras la limpieza y los llamados insistentes, aparecen las primeras formas. Son espíritus no evolucionados. Están cubiertos por telas con dibujos desagradables. Se los aleja con violencia. A poco comienzan a llegar los deseados ancestros. Comienzan su danza y el lugar, en el que habría unas 150 personas y en el cual éramos los únicos invitados, queda cerrado. sólo se podrá salir acompañados por los iniciados con las varas capaces de mantener a raya a los no evolucionados. "Allí no hay persona humana bailando". "Sólo el viento". Eran ideas que hubieran bastado para abastecer de pesadillas toda mi infancia de haberlo oído entonces. Llegan espíritus de gente que ellos conocen. La abuela Rosa, el tío Netinho. Hablan con voces de ultratumba en yorubá arcaico. El calor máximo, la compresión, y el entendimiento termina por trasladarse a otros centros de captación del organismo. De ello, de la chorrera de nociones, sólo puede hablar, en caso de que lo haga, mi obra plástica.
El momento adecuado para emerger fue claro. La cerveza, necesaria para entrar a la fiesta paralela de la gente afuera. Con el amanecer, tiempo para más minutos de aquellas camas minúsculas. Pero el calor imperativo y el cuarto mal ventilado espinaron el posible descanso. Salí e intenté secar el pecho sudado exponiéndolo al fresco azulado. Aún la tormenta de tambores llegaba desde el terreiro. Alguien me forzó a volver al interior. Decía que en la noche de Egungún el viento trae cosas peligrosas, que era estúpido exponerse a esas cosas de muertos.
A poco las crianças volvían a jugar y el sol trepaba tras el vértigo de los enormes árboles. Se oían salvas que cerraban la ceremonia hasta la noche. Tres noches tendrían los ancestros para visitar la aldea.
Éste es el sustrato de Igbalé. Su vertiente épica. Mi trabajo funciona acoplando un discurrir visual y conceptual a tal esfera de aconteceres. No obstante, creo que existe un riesgo enorme en la manipulación de estéticas y acontecimientos de esta índole por parte de artistas entrenados. Suelo aborrecer los resultados de semejantes cruces y apropiaciones. Sé que para indagar en esta veta hay que realizar una operación del espíritu y estar muy consciente. Implica comprometerse con campos intensos de lo real. En cierto modo, el gesto artístico debe contener un componente sacrificial. Hay una clave en el sacrificio, justamente cuando la contemporaneidad en cierto modo le ha asignado un rol de fósil producido por los sistemas de adoración antiguos. Pero por ejemplo, cuando un gallo limpia un cuerpo y asume sus males con altivez, allí hay una acción sustitutoria que es afín a la que realiza el arte. Hay ahí secuencias de hechos que me llevan a percibirme hilado, una cuenta del collar atravesado por impulsos que me unen de un lado, a algo que es superior y virtualmente incomprensible; y, del otro, a criaturas que con solicitud extrema estructuran un ciclo que me liga a eso que me excede. Es una lógica, cierta lógica que podríamos pensar resulta de la percepción de continuidades y desplazamientos de los destinos. Y en la que acepto gozoso el hecho de ser comido puntualmente por divinidades que me mastican y reciben el sacrificio que ofrezco.
Y aún en el corazón de este mundo devorador la cadena de engranajes incluye la posibilidad del libre albedrío que otorga lo representacional. Un gallo representa a algo que no es el gallo, es moneda de pago a la divinidad. Y dentro de la lógica dentro de la cual seré a la vez deglutido, pienso en crear obras que cumplan este rol de intermediarias entre lo que destruye y lo que forma. Obras gallo. Que alimentan a lo que se alimenta de mi.
El desarrollo de Igbalé requirió realizar varias operaciones. La primera fue ingresar la obra a un despojamiento de ángulos que podían interponerse a una flotación. El círculo en sus distintas variantes resultó adecuado. Esto significó cierto viraje en la obra que venía haciendo por entonces, que mayormente estaba dedicada a explorar tensiones entre rectas. En cuanto a la materia, el caucho de cubiertas usadas de bicicletas y de autos que ya había estado utilizando desde un tiempo antes encontró en esta obra el sentido más completo que podían darme. El tránsito sutil que era tan vital expresar tenía así un correlato en sordina desde la significación más llana que la palabra puede alcanzar. El caucho sirvió para tener escarificación, contrapunto, ritmo. Fue necesario que hubiera obras que se incorporasen desde el suelo, otras que flotasen, abarcar aproximaciones a una heráldica y a lo arbóreo. También a un vestuario intangible. Para las esculturas me gustó utilizar una base de hierro que me recuerda a las que se usaban para exhibir el arte "primitivo" en los tiempos que éste inspiró a los maestros del siglo pasado, casi como una broma dirigida a mí mismo.
El montaje en la galería de Loreto Arenas fue planeado junto a Gustavo Vásquez Ocampo, que fue sumamente receptivo para mis ideas. Sólo una franja roja de pared debía cortar una alternancia de negros y blancos. Al pie de un tondo trazamos un círculo de sal a modo de espejo. Sobre él imprimí la textura del círculo.
A la entrada de la sala un cuadro de bicicleta oxidado que recogí en una calle de Catamarca trazaba un paralelo con las firmas de los espíritus en los rituales afroamericanos. Antes había presidido el taller en el que la obra fue realizada. Aún hoy lo hace.
(1) "Face of the Gods", Robert Farris Thompson. The Museum for African Art /
Prestel, 1993.
(2) "Saída de iao", Pierre Verger. Axis Mundi Editora / Fundaçao Pierre Verger, 2002.
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