Construir es colaborar con la tierra: es poner una señal humana en un paisaje que quedará modificado para siempre; es contribuir también a esta lenta transformación que es la vida de las ciudades. Cuánto esmero por encontrar el emplazamiento exacto de un puente o de una fuente, para dar a una carretera de montaña la curva más económica que al mismo tiempo sea la más pura… El ensanchamiento de la carretera de Megara transformaba el paisaje de rocas temibles; los dos mil estadios de la vía pavimentada, provista de cisternas y postes militares, que unen Antino y el Mar Rojo hacen que en el desierto la era de la seguridad haya sustituido la del peligro. Los impuestos de quinientas ciudades de Asia no eran suficientes para construir un sistema de aqueductos en Troada; el aqueducto de Cartago compensaba de algún modo las durezas de las guerras púnicas. Bastir fortificaciones era en definitiva lo mismo que construir diques: era como encontrar la línea sobre la qual podia ser defendido un río o un imperio, el punto en el que el asalto de las olas o de los bárbaros será contenido, detenido y roto. Construir puertos era fecundar la belleza de las badías. Fundar bibliotecas era además construir graneros públicos, amontonar reservas contra un invierno del espíritu que, a juzgar por ciertos signos y aún a mi pesar, veo a venir. He reconstruido mucho: esto es colaborar con el tiempo en su aspecto del pasado, captar y modificar el espíritu, hacerle de relieve para que tenga un futuro más largo; es reencontrar bajo las piedras el secreto de las fuentes. Nuestra vida es breve: hablamos continuamente de los siglos precedentes o de los siguientes al nuestro como si nos fueran totalmente extraños; sin embargo en mis juegos con las piedras los tenía a tocar. Los muros que apuntalo todavía conservan el calor del contacto con los cuerpos desaparecidos; manos que no existen todavía acariciarán la madera de estas columnas.
Memorias de Adriano
Marguerite Yourcenar
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