Por Leila Macor
La noticia cayó súbita, con la violencia repentina de un sismo. El Peluca se suicidó pegándose un balazo en la cabeza. Era el líder del movimiento Plancha, que se coló en las solemnidades del Partido Colorado el año pasado haciendo de los horrores sociales su bandera. José Peluca Valdez apenas irrumpía en el statu quo político, a medio camino entre la reivindicación de la cultura marginal y la burla a la clase dirigente, cuando, con la misma brusquedad, desaparece.
Hace un tiempo, en una nota para Vayven, comparé a Peluca con Antonio Fadol y Domingo Tortorelli, otros dos folclóricos casos de la historia electoral uruguaya. Fadol fue candidato a la Presidencia en 1962 y en 1971: en la primera elección consiguió 33 votos y en la siguiente 27. Fue célebre por su maravilloso sistema de propaganda: el solitario candidato se promocionaba escribiendo con tiza su nombre y número de lista: “Fadol 47”, en paredes de la ciudad y en baños de bares y restaurantes. Con el tiempo la gente lo asimiló a otro político veinte años anterior a él, Tortorelli, un candidato independiente que prometió en las elecciones de 1942 canillas de leche en cada esquina, carreteras en bajada para ahorrar nafta y jornadas laborales de 15 minutos, entre otras delicias.
En conversaciones con Oscar Bottinelli sobre este tema, el analista había definido a Fadol como un “outsider sistémico” -valga la paradoja- por su pretensión de confrontar el sistema desde el sistema mismo. Imposible vaticinar cuál pudo ser el futuro político del Peluca. Tal vez se habría diluido en el olvido tras las próximas elecciones. Tal vez habría podido sacar provecho de su golpe de efecto inicial para dar lugar a proyectos viables. En cambio, ahora se une a Fadol y a Tortorelli en esta trinidad de outsiders sistémicos; dejando tras de sí una estela de despavorido rechazo o de admiración marginal entre sus contemporáneos, y de estimulantes sorpresas para los futuros historiadores.
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