GABRIELA VAZ
En Argentina, Macri multa a funcionarios impuntuales. En Perú, el gobierno lanzó campaña contra demoras. En Chile, esta conducta provocó pérdidas por US$340:
"Yo soy de las personas que practican la mala costumbre de la puntualidad. Eso significa que he pasado las dos terceras partes de mi vida esperando a alguien. Además de ser tachado de mala onda, y cuadrado. Todo por tener una real noción del tiempo, y saber que desplazarme del punto A al B me toma 20 minutos y no cinco, y que si tengo que estar en un lugar a las 8, me levanto a las 7, y no a las 7.55...". Con estas palabras se despachó, hace unos días, un internauta chileno en un blog que trata algunas cuestiones sobre el tiempo.
La queja es frecuente en el reducido grupo de los puntuales, esos que suelen llevar la espera adelante siempre consultando el reloj, fluctuando entre la indignación, la bronca y la resignación.
Pero ajustarse a los horarios no es una tema de buenas o malas vibras. Tampoco de rigidez. Se trata de respeto, y su incumplimiento puede ocasionar varios problemas, incluso económicos; algo a tener en cuenta en América Latina, cuyos países lideran los rankings de impuntualidad.
Tan es así que, el año pasado, el gobierno peruano lanzó una campaña en favor de la puntualidad, llamada La hora sin demora. Es que allí, ocho de cada diez habitantes afirmó llegar tarde a sus compromisos, según una encuesta oficial. Para peor, liderada por el presidente de la República. Alejandro Toledo solía llegar a todas sus reuniones con una hora de retraso, por lo que "en su honor" en el país andino se habla de "hora cabana", en alusión al pueblo donde nació el ex jefe de Estado.
No sorprende. También aquí se bromea con el término "hora uruguaya" para aclarar que si algo se pacta para las 21, por ejemplo, en los hechos comenzará como mínimo 30 minutos después, cuando no más. Algunos políticos frenteamplistas, preocupados, ya están intentando cambiar la situación.
En Paraguay, los parámetros se testean con la aclaración "¿hora de goma o de piedra?". En el primer caso, se entiende que es "estirable".
Todo ajuste es bienvenido. Si no lo cree, preste atención a estos números: en 2007, Chile perdió 340 millones de dólares por impuntualidad, según un estudio encargado por el vicepresidente del Senado, Baldo Prokurica. "Los chilenos pierden 15 minutos por día debido a esto (...) Llegar atrasado no tiene reproche social. En cambio ser puntual se relaciona con gente que no tiene nada más que hacer", opinó el legislador.
Mauricio Macri, jefe de gobierno de Buenos Aires, no anduvo con vueltas. Apenas asumió, dejó claro que no admitiría impuntuales. Implementó un mecanismo que a varios dejó atónitos: cobra multas a los funcionarios que llegan tarde a las reuniones de gabinete. Por demoras mayores a diez minutos, 100 pesos argentinos (unos 700 uruguayos). Si tarda menos, 50. Lo que recauda, a fin de año lo donará a una institución. Lleva recolectados unos 1.000 pesos, según consigna La Nación. La estrategia dio excelentes resultados.
Está claro que se trata de una epidemia latinoamericana. Y por supuesto rebasa el ámbito político. Las demoras son una circunstancia cotidiana que afectan la vida social.
Al igual que en el resto de los países, en Uruguay difícilmente algo comience en hora. Todo se inicia después de lo pactado: un espectáculo, un cumpleaños, una boda, un acto oficial, un programa de tevé, la cita con el médico. En 2001, en una encuesta de Interconsult, un 3% de los indagados consideró que la impuntualidad es la principal característica del uruguayo. Y tan inculcada está esa conducta que, en ocasiones, ser puntual aparece como inapropiado. "Me dijo que lo llame a las 3, pero... no voy a llamar 3 en punto. Mejor espero diez minutos". ¿A qué se debe ese comportamiento? ¿Es posible revertirlo o los puntuales están condenados a esperas interminables? Una revisión apta para este domingo, el más corto del año, donde el adelanto horario impone un nuevo desafío a los que ignoran el reloj: por 6 meses, todo comenzará aún más temprano.
Esperas que desesperan. "Me dormí", "el despertador no sonó", "el ómnibus no pasaba más", "ah, ¿era a las 12? Te juro que entendí 12.30"... La lista puede ser interminable. Imprevistos, descoordinaciones y malos entendidos, cuando no una conducta que consideran absolutamente comprensible ("¡bueno che, fue sólo media hora!"), son las excusas de los impuntuales, que no decaen siquiera frente a la celeridad de la era actual, la cual exige sujetarse a la agenda. Es que cada vez hay menos tiempo, todo transcurre más rápido y las horas cotizan en alza; realidad que poco importa a los que administran su tiempo, y el de los demás, a su antojo. "En nuestro país impera una idiosincrasia basada en la laxitud horaria", afirma el psicólogo social Juan Fernández Romar. "Tan generalizado es este rasgo que en los entrenamientos protocolares de empresarios y políticos extranjeros destinados a Uruguay se los suele preparar para esa situación, advirtiéndoles que deben ser tolerantes en este aspecto y contemplar a priori en su agenda la demora del caso. Incluso se les suele sugerir, como muestra de adaptación temprana, llegar diez minutos tarde si se trata de un compromiso informal".
Pero lo cierto es que demorarse y hacer esperar a otro es de muy mal gusto en cualquier rincón del mundo, y más a nivel diplomático. "Denota mala educación y descortesía", asegura Cristina Sica, presidenta de la Asociación Uruguaya de Ceremonial y Protocolo.
Con ella coinciden desde ámbitos que pueden parecer más desestructurados, tal es el caso de los shows musicales. Carlos Taran, productor de eventos y creador de la revista Freeway, confiesa que no es tan puntual como querría pero asegura que no admite retraso en su trabajo. "Se considera que en este rubro se puede ser más flexible. En mi caso, hemos marcado horarios bastante rígidos y se cumplieron, en pruebas de sonido o actuaciones".
RESPETO. En algunos círculos, los horarios deben ser respetados a rajatabla: el Ejército, la Iglesia y la diplomacia son algunos, recuerda Alicia Iruretagoyena, argentina experta en Relaciones Públicas. No obstante, su significado es el mismo en todas partes. Ser puntual o impuntual "demuestra la forma de asumir los compromisos" y refleja "el grado de valoración que se siente por el otro. Si se promete y no se cumple, está implícita la indiferencia. El incumplimiento demuestra desinterés o displicencia ante la respuesta que podamos obtener".
Con esa idea, el grupo político creado por el senador oficialista Eleuterio Fernández Huidobro, destacó en un documento del último congreso la importancia de la puntualidad. "Nos parece que tiene que ver con el respeto hacia las personas. El que llega tarde juega con el tiempo de los demás. En política es común. Con los uruguayos, depende de dónde vivan para ver a qué hora llegan: todos salen de su casa a la hora que empieza la reunión. Entonces, si vive a media cuadra llega en hora, y si vive a 15 kilómetros, llega 15 kilómetros tarde", alega el diputado Álvarez.
¿En qué difieren una boda, un negocio, una cita de amigos o una reunión diplomática? En cada situación hay personas a ser respetadas, opina Iruretagoyena. "La única diferencia es la gravedad de las consecuencias que pueda ocasionar la demora".
En el ámbito formal, la mayor tolerancia se establece en 15 minutos, pero jamás se debe llegar después que la máxima jerarquía, explica Sica. "Si en la recepción se encuentra el Presidente de la República, no se llegará después que él".
Entre diplomáticos, incluso existen sanciones leves. Si el que llega tarde tenía el tercer lugar en la mesa, deberá quedarse en el final. En otras situaciones, si la demora supera los 15 minutos, el visitante directamente no es recibido. "El ceremonial es estricto -explica Edmundo Sosa Saravia, director académico del Instituto Uruguayo de Relaciones Públicas-, menos en nuestro país". Y evoca ejemplos, otra vez referentes a lo político.
LENTOS. ¿Tenemos a quién echarle la culpa de una conducta tan antipática? No con claridad. Identificar la causa de la impuntualidad casi genética de los uruguayos es difícil. El psicólogo social Juan Fernández Romar lista algunos indicios. "Tenemos una impronta productiva mucho más rural que industrial. No hemos sido nunca un país que se caracterice por la celeridad de sus medios de transporte y comunicación. La macrocefalia montevideana ha estado marcada por una burocracia lenta. Los tiempos institucionales fueron históricamente lentos. Es lenta la administración y la justicia. Esos factores nos han moldeado en la tolerancia de la espera", opina el terapeuta. En otras palabras, nos hemos acostumbrado a que todo tarda, y esa conducta se retroalimenta. Fernández Romar también ve una posible génesis en la ascendencia de los uruguayos; de españoles e italianos se ha heredado el cultivo de la sobremesa y la charla, y de los indígenas, el ritmo de la naturaleza, lo contemplativo.
Quizá por eso también sea un distintivo nacional dejar todo para último momento; desde un trámite hasta la entrega de un trabajo. Siempre al límite del tiempo establecido. Y las más de las veces, con retraso.
Pero del otro lado del mostrador (siempre debe haber alguien) están los puntuales. Los que se quejan, se resignan y esperan. Los que ni siquiera sucumben al acuerdo de la impuntualidad tácita ("es a las 9, así que todos van a llegar 9.30; por ende, no voy antes"), ¿por qué lo aceptan? "Podemos sentirnos molestos, pero si nos interesa el encuentro y el otro llega con su mejor sonrisa, estaremos dispuestos a creer que tuvo un problema; después de todo es cierto que tenemos un tránsito caótico, o que podemos quedarnos dormidos. En esos casos nuestro deseo de no sentirnos desairados nos predispone a creer excusas", dice la experta en Relaciones Públicas Iruretagoyena.
A su vez, los reclamos por puntualidad pueden volverse relativos, sostiene la argentina. "Si somos recibidos dos horas después por el médico, estaremos molestos, pero nuestra necesidad coloca en segundo plano el requisito de la puntualidad. Tampoco será bien visto llegar tarde a una entrevista laboral; pero si se llega a tiempo, el empleador no tendrá reparo en hacer esperar dos horas al postulante. Para él, su tiempo es más valioso. Mientras unos abusan, otros lo aceptan".
Lejos estamos del consejo de William Shakespeare: "Mejor tres horas demasiado temprano, que un minuto demasiado tarde".
Shows admiten la menor demora
Hace cinco años, cuando Carlos Taran se embarcaba en el proyecto de fundar la revista Freeway, un periodista le recomendó que adelantase los tiempos de entrega de las notas al día realmente necesario, debido a que "los periodistas siempre entregan tarde". "Como política, me tracé que eso era inaceptable para cualquier gremio, y que si realmente queremos cambiar, no podíamos fundar una revista que aceptase esos parámetros", explica desde su casa en Río de Janeiro.
Taran reconoce que no es "tan puntual" como le gustaría, pero que no admite demoras como parte natural de su labor. Ni siquiera a la hora de trabajar con músicos, colectivo asociado a la bohemia y a una leve sujeción a formalidades. "Si los shows están marcados a una hora, deben comenzar a dicha hora. Claro que eso se vuelve relativo al evento. Hay quien tiene la capacidad agotada y empieza en horario. Pero hay quien necesita que el horario se retrase para que la gente entre, por temor de que, si se empezó, el público se resista a entrar. En general, y cada vez más, los horarios se cumplen", dice Taran.
Por haber vivido en otros países, el productor tiene material de comparación y confirma que la impuntualidad es una epidemia latina. "En Japón, los horarios se cumplen. Es de muy mal gusto llegar tarde y puede eliminarte de cualquier proceso en el que estés incluido. Cuando estuve en México, experimenté lo contrario. Usan el término `ahorita` para todo; no es un período de tiempo, pueden ser tres horas, tres días o un mes", cuenta el uruguayo.
Política puntual
La convocatoria estaba pactada para las 17 horas. En un atiborrado local del club Valle Miñor, el domingo pasado, a esa hora se iniciaría el acto de clausura del segundo congreso de la Corriente de Acción Pensamiento y Libertad (CAPL), el sector liderado por Eleuterio Fernández Huidobro. Pero algo bastante inusual "descuajeringó" el acto, al decir del diputado del grupo Pablo Álvarez. El encuentro comenzó efectivamente a las 17 horas; en punto y sin licencias. Tanto es así que ni siquiera se esperó por uno de los oradores: el senador José Mujica arribó 30 minutos después, ya que, "conociendo el paño", supuso que llegaría más que bien.
La puntualidad "inglesa" empleada por la CAPL responde a una preocupación del grupo, que también se incluyó en el documento redactado para ese segundo congreso. "Lo propusimos al reflexionar sobre los valores que queremos para llevar adelante la construcción de una nueva organización política. Tiene que ver con el respeto. Y no solamente en el debate, en la diversidad de pensamientos, sino al tiempo de la otra persona", explica Álvarez. "La idea es generar una suerte de contracultura. Es sólo darle un cariz congresal. No hay ningún aspecto sancionatorio", aclara. El diputado reconoce que en política es complicado manejar los tiempos porque en general "nadie está sin nada que hacer, esperando que comience una reunión. Uno sale de una actividad para otra", pero igual considera que "si todos van a llegar tarde, me avisan y yo uso mi tiempo en otra cosa".
La impuntualidad suele ser una muy mala costumbre de los legisladores. En el Parlamento, las sesiones difícilmente comiencen en hora y el quorum suele lograrse con 20 minutos de atraso o más. "Y eso que para empezar se necesitan pocos", dice Álvarez.
Edmundo Sosa, director del Instituto de RR.PP., opina que en el ambiente parlamentario hay "un total desprecio por la normativa". Como ejemplo, asegura que el 80% no contesta los RSVP de las invitaciones. "Hemos invitado a los 99 diputados; vinieron tres y confirmó uno", cuenta.
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