Saudade es poesía en Rosalía de Castro


¿Cómo no hablar de saudade al tratar de la poeta más representativa de Galicia? «Divina Rosalía, Senhora da Saudade e da Melancolía», decía Teixeira de Pascoaes. Pero, también, ¿cómo ponernos de acuerdo sobre lo que designamos con el nombre de saudade? Los problemas comienzan desde que se intenta determinar el sentido originario de la palabra: ¿«soledad»?, ¿«mal de ausencia»?, ¿«melancolía»? Cada autor defiende denodadamente y con pruebas literarias o documentales su teoría. Las posibles relaciones con sentimientos de otros países es otro tema discutido; así la comunidad o no de significados entre saudade y los vocablos suecos langtan y langter, el alemán Sehnsucht, el rumano dór o el gallego morriña. ¿Hasta qué punto es o no la saudade un sentimiento exclusivo y caracterizador de los galaico-portugueses? Con todo, el capítulo más interesante y el más intrincado es el de las teorías interpretativas de la saudade: ¿qué es?, ¿de dónde surge?, ¿qué causas la provocan?, ¿cuáles son sus manifestaciones?...

Vamos a exponer brevemente algunas de las teorías más importantes.

Para Teixeira de Pascoaes, la saudade es un sentimiento esencial del espíritu lusitano, y exclusivo de él; no tiene equivalente en otras lenguas. Surgió de la unión del paganismo greco-romano con el cristianismo judaico; o lo que es igual, del deseo carnal -pagano- unido al dolor espiritual -cristiano-. La saudade es la tristeza y la alegría, la luz y la sombra, la vida y la muerte. Ampliada a la naturaleza, la saudade es el alma universal, donde se realiza la unidad de todo lo existente.

Las palabras de Teixeira de Pascoaes son de poeta; aluden sin concretar a la realidad de la saudade. Según esa teoría, saudade es la forma especial, única y característica con que el pueblo portugués se enfrenta con la existencia y que aparece reflejada en la obra de sus mejores poetas. Imposible concretar más.

Un importante grupo de teorías ponen en relación la saudade con un deseo vago e impreciso. Vicente Risco habla del «deseo de lo lejano», distinguiendo entre morriña -que es deseo de lo lejano concreto- de la tierra, y saudade, deseo de lo lejano inconcreto. Ramón Cabanillas, en su discurso de ingreso en la Academia Gallega, señala de forma metafórica el carácter impreciso del deseo: "recuerdo de una luz que nos hirió en la vaguedad de un sueño”. César Barja se refiere al carácter de deseo insatisfecho que para él tiene la saudade; con palabras de Rosalía de Castro: "«el fantasma del bien soñado»".

Muy numerosas han sido también las teorías que han puesto en relación la saudade con el sentimiento de la tierra ya sea en un sentido de naturaleza o paisaje, ya en el sentido de patria, ya en el de «gran madre». Castelao se plantea si la saudade del gallego no será más que la lucha de dos deseos opuestos e incompatibles: el de estar y no estar en la tierra. La saudade vendría a ser el sentimiento característico de un pueblo escindido por dos tensiones opuestas; la que le lleva a emigrar, a conocer mundo, y la que le impulsa a volver siempre a la tierra.

Interesantísima es la teoría de Nóvoa Santos, el gran médico compostelano, sobre la saudade. Distingue en ella dos elementos básicos: la nostalgia de un pasado fabuloso y el anhelo de revertirse en la tierra. La saudade viene a ser una manifestación del instinto de muerte: un deseo de anularse en el seno de la tierra, de retornar al regazo tierno de la «gran madre».

De carácter psicológico es también la interpretación de otro médico ensayista: Rof Carballo Distingue tres componentes de la saudade (que identifica con 'morriña'): versión hacia la madre, anhelo de la seguridad primigenia y nostalgia de nuestra unidad última. La saudade es así la nostalgia de un paraíso perdido infantil en contraste con las vivencias maduras de la soledad, del desamparo, del desarraigo. Seguridad, unidad, compañía definitivamente perdidas y siempre anheladas están en la base de la saudade. Y, para continuar con médicos, la teoría de otro ilustre galeno: García Sabell: para él la saudade es la nostalgia de la propia persona desaparecida. El proceso es el siguiente: la vida se torna problemática, se produce una objetivación de la propia existencia y surge el extrañamiento. La vida se siente vacía y sin sentido; como consecuencia, también el yo, que vive esa vida que pasa a objetivarse y a cosificarse. Se conserva la conciencia de esa pérdida y se intenta escapar a la vivencia dolorosa buscando la despersonalización absoluta. En este intento infructuoso se llega a veces a la creación artística. El hombre saudoso vive una carencia de sentido en todo, en sí mismo y en la naturaleza.

La teoría filosófica más estructurada sobre la saudade es sin duda la de Ramón Piñeiro. Saudade es sentimiento de soledad, de vivencia sentimental de la soledad. Cuando este sentimiento se vincula a un objeto trascendente al hombre, puede recibir otros nombres: la soledad del ser amado o del bien perdido es añoranza; la soledad de la tierra, nostalgia, etc. Cuando el sentimiento de la soledad se hace inmanente al hombre, entramos en el campo de la verdadera saudade. Por su condición de ser singular, el hombre siente su soledad ontológica, se siente a sí mismo. Este sentirse a sí mismo en su propia singularidad original es sentir saudade. La saudade carece de significación psicológica; es un puro sentimiento ontológico. Distingue Piñeiro así entre morriña y saudade. La primera es un estado de depresión vital al que va unido un sentimiento de tristeza; su sinónimo es la melancolía. Lo contrario de la morriña es la euforia; lo contrario de la saudade -la soledad del ser- es el éxtasis místico -la contemplación del ser-.

El mismo autor aplica su teoría al análisis de la lírica rosaliana y descubre que Rosalía habla de dos clases de saudade: la de la tierra y la del amor, pero expresa en sus poemas las vivencias de las restantes formas de saudade, incluso de la saudade ontológica, pura.

Nosotros vamos a seguir en líneas generales esta última teoría de la saudade. Trataré, pues, las distintas formas de soledad que aparecen reflejadas en la obra de Rosalía. La mayor diferencia con la teoría de Piñeiro es que excluyo del tema de la saudade el «anhelo del bien ideal», no porque me parezca desacertada su inclusión, sino por razones de método. El tema del anhelo tiene en Rosalía de Castro múltiples matices y ramificaciones que nos pueden llevar lejos del sentimiento originario de la soledad. Por esta razón prefiero tratarlo aparte.

La saudade que tiene más amplia representación en la obra de Rosalía es la de la tierra. Podríamos pensar que es la típica del emigrante que marcha a América, pero no es así; en éste coinciden distintas saudades. Para sentir la saudade de la tierra no se necesita una gran distancia, y muchas veces no es saudade de Galicia sino del pequeño lugar donde se ha nacido. Veamos algunos ejemplos:

Empezaremos con un ejemplo típico de saudade provocada por lejanía de Galicia, pero sin que sepamos el lugar desde donde se siente ni las circunstancias personales de la persona que habla.

Airiños, airiños aires,

airiños da miña terra;

airiños, airiños aires,

airiños, leváime a ela.

Sin ela vivir non podo,

non podo vivir contenta,

que adonde queira que vaia,

cróbeme unha sombra espesa.

Cróbeme unha espesa nube

tal preñada de tormentas,

tal de soidás preñada,

que a miña vida envenena.

En este poema, como en los de emigrantes, se sufre de soidás: soledad de la tierra, pero también soledad de personas y cosas que quedan en Galicia:

Leváime, leváime, airiños,

leváime a donde me esperan

unha nai que por min chora,

un pai que sin min n'alenta,

un irmán por quen daría

a sangre das miñas venas,

e un amoriño a quen alma

e vida lle prometera.

¡Ai, miña probe casiña!

¡Ai, miña vaca bermella!

Años que balás nos montes,

pombas que arrulás nas eiras,

mozos que atruxás bailando,

redobre das castañetas,

xas-co-ras-chás das cunchiñas,

xurre-xurre das pandeiras,

tambor do tamborileiro,

gaitiña, gaita gallega,

xa non me alegras dicindo:

¡Muiñeira, muiñeira!

En otros poemas, la evocación de los seres que provocan el sentimiento de soledad es aún más desordenada: se habla antes de las higueras o los nabos que de la mujer. Estas explosiones de sentimiento ante cosas al parecer insignificantes -típicas del gallego- han sido ridiculizadas en multitud de chistes y anécdotas por pueblos en los que la afectividad tiene menos importancia. Sin embargo son propias de todo estado emocional y revelan por parte de Rosalía un gran conocimiento del espíritu humano. Esta vinculación sentimental a seres y cosas que en la vida ordinaria pasan casi inadvertidos es universal. Pensemos en la persona que ante la muerte de un ser querido es capaz de mantener la serenidad y que de pronto estalla en lágrimas a la vista de un objeto insignificante usado por él: unas zapatillas, un lápiz, un pañuelo...

Otro ejemplo de esta vinculación saudosa del emigrante hacia personas y cosas es el poema «Adiós ríos, adiós fontes». En él, en primer lugar, tras una evocación general de la tierra, va la huerta; en medio más o menos, la Virgen de la Asunción, y justo al final, aunque ya antes hubo una alusión ("amoriñas das silveiras/que eu lle daba o meu amor") va la mujer amada. Esta forma de enumerar que emplea Rosalía es precisamente el elemento que mejor expresa la emoción del protagonista.

Este sentimiento mixto de saudade de la tierra, del amor, de compañía, puede sobrevenir sin relación con la distancia física que separa al saudoso del lugar donde vivió. En «Campanas de Bastabales», es el sonido de esas campanas lo que provoca la saudade. Por tanto no se trata de una lejanía física sino espiritual. Probablemente la mujer que habla siente saudade de la seguridad que le ofrecía la casa paterna, de la ternura de familiares y amigos antiguos.

Lugar idóneo para que el gallego sienta saudade de su tierra es Castilla: el contraste de paisaje y clima exacerba la nostalgia de la tierra natal. Un ejemplo en que Rosalía nos habla de sus propias experiencias saudosas es el poema «Unha tarde alá en Castilla»

La saudade de la tierra se produce a menudo dentro de la misma Galicia y a veces tiene razones sociológicas y no psicológicas, como en el caso de «Campanas de Bastabales». Por ejemplo, la gente de mar se siente extraña tierra adentro, tiene distintas costumbres y formas de vivir. E incluso en el interior hay diferencias entre las gentes de la montaña y las de valles y llanos, que suelen ser más ricas y más "civilizadas". La saudade de una montañesa que piensa en sus lares nativos está recogida en el poema «Rosiña cal sol dourado»:

Danlle estrañesa os cantares,

danlle de chorar deseios,

i, os ollos de bágoas cheios,

pensa nos nativos lares.

Que n'hai máis tristes pesares,

máis negra malencolía

que a que entre estraños se cría.

La aldeana, trasladada a la ciudad, siente saudades de la aldea: las calles enlosadas, las torres de las iglesias, los muros de las casas la hacen sentirse extraña. Le falta el olor a campo de su aldea, los bosques, los espacios abiertos al aire y al sol:

De soidás morríase

na vila, sospirando pola aldea;

asombrábana as casas cos seus muros,

e asombrábana as torres e as igrexas.

En este poema advertimos el sentido maternal de la tierra. La pobre se muere lejos de ella como un niño separado de su madre. En realidad no hay razones para esa extrañeza que siente la aldeana, para su negativa inconsciente al ambiente ciudadano. Sólo nos lo explicamos por una vinculación a la tierra que reproduce la del niño con su madre: seguridad, ternura, protección... En este poema, como en el anterior, y también en el de «Campanas de Bastabales», encontramos un sentimiento de la tierra de carácter tribal; tierra es el pequeño rincón donde se nace, el conjunto de seres unidos por lazos familiares o de antigua amistad. Fuera de esos estrechos límites acecha la saudade.

El anhelo de revertirse a la tierra, que es según Nóvoa Santos uno de los componentes de la saudade, aparece reflejado en la obra de Rosalía de Castro. Sólo en la propia tierra encuentra reposo absoluto el cuerpo muerto:

Jamás del extranjero el pobre cuerpo inerte,

como en la propia tierra en la ajena descansa.

En el poema a sir John Moore, general inglés muerto en la batalla de Elviña (La Coruña) y allí enterrado, Rosalía lamenta lo lejos que sus restos están de su país natal, aunque insiste en que, después de su patria, en ningún sitio encontraría mejor sepultura.

La saudade amorosa está también reflejada en la obra de Rosalía. No faltan ejemplos masculinos («Queridiña dos meus ollos», pero lo más frecuente es que aparezca en boca de una mujer:

¡Si souperas qué estrañeza,

si souperas qué sofrir

desque dél vivo apartado

o meu corazón sentíu!

Tal me acoden as soidades,

tal me queren afrixir,

que inda máis feras me afogan,

si as quero botar de min.

La nostalgia de un pasado nebuloso que, como hemos visto, es para algunos autores elemento capital de la saudade, se encuentra reflejada por Rosalía. Unas veces se refiere a un pasado personal y otras al pasado de Galicia, pero siempre del mismo modo vago. El «pasado dichoso» en su momento no dejó huella poética o bien porque cuando fue presente no se vivió como dichoso o bien porque Rosalía empezó a escribir más tarde. Creemos que sucedió lo primero y que el tiempo actuó como elemento idealizador, influyendo en esto la comparación con el presente más doloroso. Veamos un ejemplo de saudade por el propio pasado:

Aquelas risas sin fin,

aquel brincar sin dolor,

aquela louca alegría,

¿Por qué acabóu?

Aqueles doces cantares,

aquelas falas de amor,

aquelas noites serenas,

¿Por qué non son?

Aquel vibrar sonoroso

das cordas da arpa y os sons

da guitarra malencónica,

¿quén os levóu?

Todo é silencio mudo,

soidá, dolor,

onde outro tempo a dicha

sola reinóu...

Cuando nos trasladamos al pasado real de Rosalía, a La Flor, a sus veinte años, nos encontramos con que el «pasado dichoso» ha retrocedido aún más: ya han desaparecido los días de dicha y sólo vemos dolores, soledad y llanto. En estos poemas juveniles encontramos una vivencia de la soledad que, pese a las rotundas afirmaciones de la autora, sentimos como propia de la adolescencia. Rosalía se siente sola, predestinada a la soledad en un mundo de seres acompañados: es el héroe romántico marcado con «fatídico emblema». La soledad es una nota distintiva:

Cuando miré de soledad vestida

la senda que el Destino me trazó,

[...]

sentí en un punto aniquilar mi vida.

¡Sola era yo con mi dolor profundo

en el abismo de un imbécil mundo!

En uno de sus más conocidos poemas, Rosalía nos habla de una clase de saudade más rara: la saudade del dolor. Relacionado con ella está ese convencimiento del poeta de que en el fondo del alma hay un vacío que no se llena con alegrías sino con dolor, de que el dolor es una forma de compañía. Así, cuando un dolor hondo desaparece, se sienten soledades de él. El poema «Unha vez tiven un cravo» es un ejemplo perfecto:

...xa non sentín máis tormentos

nin soupen qué era delor;

soupen só que non sei qué me faltaba

en donde o cravo faltóu,

e seica, seica tiven soidades

daquela pena... ¡Bon Dios!

Y con esto nos vamos aproximando a la vivencia más pura de la saudade: la vivencia de la propia singularidad, de la soledad ontológica del hombre. En sus versos podemos distinguir los pasos previos que la fueron acercando a ese sentimiento. En primer lugar, Rosalía pasa por la experiencia de quedarse sola, es decir, prescindir voluntariamente de compañía. En esa soledad provocada advierte todavía presencias diminutas: un ratón oculto, la mosca, el ruido de la leña al arder, y se aferra a esa forma de compañía («Aquel romor de cántigas e risas».

En la teoría de García Sabell sobre la saudade hemos visto que en el proceso que llevaba a ella es importante el extrañamiento. Hemos tenido ocasión de comprobar en los poemas citados la frecuencia con que el saudoso siente extrañeza o asombro ante lo que le rodea. Veamos ahora cómo ese extrañamiento se prolonga a la tierra madre. Rosalía se siente extranjera, extraña en su propia tierra:

...cerraba a noite silenciosa

os seus loitos tristísimos

en torno da estranxeira na súa patria,

que, sin lar nin arrimo,

sentada na baranda contempraba

cál brilaban os lumes fuxitivos.

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca, contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos.

Normalmente no encontramos en la saudade ontológica de Rosalía la neutralidad psicológica que Piñeiro señala en esa vivencia. En general aparece teñida de amargura, se vive como una limitación. Es como si Rosalía hubiera intentado romper los límites de su ser y comprobara con dolor el fracaso. Creo que el ejemplo más claro de esto está al comienzo de En las orillas del Sar:

Ya que de la esperanza, para la vida mía,

triste y descolorido ha llegado el ocaso,

a mi morada oscura, desmantelada y fría

tornemos paso a paso,

porque con su alegría no aumente mi amargura

la blanca luz del día.

Contenta, el negro nido busca el ave agorera;

bien reposa la fiera en el antro escondido;

en su sepulcro, el muerto; el triste, en el olvido,

y mi alma en su desierto.

Aunque se dice que el alma reposa contenta en su desierto, antes se nos ha hablado del ocaso de la esperanza y de la amargura que produce la luz del día. Sin embargo es cierto que, al menos en un poema, Rosalía expresó la vivencia de la soledad ontológica incontaminada de cualquier otro sentimiento; vivencia pura de su singularidad personal, hecha de cuerpo y espíritu:

Algúns din: ¡miña terra!

Din outros: ¡meu cariño!

I éste: ¡miñas lembranzas!

I aquél: ¡os meus amigos!

Todos sospiran, todos,

por algún ben perdido.

Eu só non digo nada,

eu só nunca sospiro,

que o meu corpo de terra

i o meu cansado esprito,

a donde quer que eu vaia,

van conmigo.

En este poema, Rosalía hace una especie de recuento de las saudades de que ha hablado: de la tierra, del amor, del pasado, de la amistad. Se da cuenta de que ha superado esas etapas, pero curiosamente no da nombre a ese sentimiento de sentirse a sí misma, a su cuerpo de tierra y a su cansado espíritu. Rosalía era consciente de que el sentimiento de soledad que inspiraba la falta de la tierra, o del amor, o de los amigos, o del dolor, era saudade. Ella emplea escasamente esa palabra. Prefiere soidá, soedade, soidade, que son equivalentes y más populares. Sin embargo no llamó por ese nombre al sentimiento más radical de la soledad. Parece claro que Rosalía tenía de la saudade una idea distinta a la que nosotros estamos siguiendo. Para ella, saudade era la nostalgia de un bien perdido. El sentimiento de la íntima soledad no puede relacionarlo con esa pérdida, y lo deja innominado. De todas formas, de Rosalía interesan menos sus ideas que sus intuiciones poéticas. Llamémosla o no saudade, en sus versos ha dejado constancia de la más radical vivencia de la soledad del hombre.

2 comentarios:

gallega dijo...

ME HAS HECHO LLORAR,MI MADRE DECIA UNA DE ELLAS!!

Milton Acosta, Òséfúnmi ti Bàáyin dijo...

Es una fabulosa poeta que va derechito al corazón. Gracias por tus comentarios.