por LEONARDO GUZMÁN
La crisis financiera internacional no parece un bucle más de los ciclos que describen los manuales. No se produce por superproducción ni por recalentamiento. La genera la onda expansiva de la pérdida de confianza.
Al caer gigantes -primero Enron, después las hipotecas, ahora Lehman Brothers, AIG y siga… - se evidencia la debilidad de esa economía virtual que en las cadenas internacionales puso de moda un desfile de números que parecen omnipotentes pero terminan revelándose demasiado parecidos a la tabla esquinera de nuestros clásicos juegos de azar -"hoy buseca hoy".
Probablemente se está terminando la temporada de superstición que nos llevó primero a idolatrar el mercado y después a llamarle mercado al manejo de las corporaciones mayoristas. También se están terminando los dogmas: Estados Unidos arma salvatajes y abandonos bancarios tan parecidos a los nuestros que el Uruguay podría ofrecerles la asistencia técnica de Alejandro Achugarry e Isaac Alfie, Ministros vencedores de crisis -y no sólo administradores de abundancias.
Es posible que tras este remezón regrese el sentimiento de que la economía es el hombre y reaparezca la convicción de que los resultados económicos deben apreciarse desde valores personales y culturales profundos.
El vínculo entre los valores humanos y la lucha contra la pobreza no es un invento romántico de quienes entramos a las ciencias sociales por la avenida del Derecho. Viene de muy lejos. Ya en la base misma de la doctrina de la Ilustración, la Enciclopedia y Adam Smith palpitaba una preocupación por la condición humana. Y veinte siglos antes, en Platón, la idea del Bien -lo muestra Whitehead- se purificaba en paralelo con la noción de número.
No ha sido una suerte haber vivido una larga temporada en que se nos hizo creer que las cifras heladas y la obediencia mecánica a sistemas preordenados podían sustituir a la vibración humana. De esa confianza excesiva en la sustitución de lo viviente por lo cibernético viene despertando el mundo cada pocos meses. A fines de enero, Francia asombraba al mundo con un error mayúsculo atribuido a un solitario que infligió pérdidas monstruosas al Banco Société Générale. Ahora sobreviene esto en EE.UU.
Los hechos macro del mundo vienen a confirmar lo que, aquí en el barrio, todos intuimos a escala micro: las máquinas no pueden sustituir lo principal de la persona; la verdadera confianza se genera desde el interlocutor y no desde un programa; las relaciones de crédito no pueden agotarse en la letra de un manual: son un quién es quién. Todo esto y mucho más se nos confirma.
Se gastan billones en salvar bancarrotas en vez de invertirlas en sembrar y criar proteínas para los 925 millones de hambrientos censados por la ONU. De semejante dislate debemos recoger otro mensaje: tenemos que revalorizar la función de la producción de bienes y servicios auténticos en vez de admirar boquiabiertos el efímero éxito de la especulación sobre canastas de sueños volátiles.
En un mundo cambiante, tumbado por la transitoriedad y el relativismo, todos ganaríamos si pudiéramos aprovechar para la vida común las luchas que libra el Derecho por hacer predominar la realidad sobre las ficciones y la angustia que sufrimos todos por la pérdida global del sentimiento de norma.
Esa lucha y esa angustia expresan el hambre por el Bien que nos renace a todos cada vez que enfrentamos desgracias, quiebras y crímenes que pudieron y debieron evitarse.
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