por HUGO GARCIA ROBLES (e intervenciones irreverentes de mi cosecha)
Federico García Lorca y Manuel de Falla organizaron en Granada - en junio de 1922 - el Primer Concurso de "cantejondo", preocupados por el destino de esta expresión musical andaluza. Habían atisbado lo signos de su corrupción mucho antes que el "flamenco pop" hiciera estragos. El poeta y el músico intentaron ayudar a la conservación del patrimonio cultural sonoro de su tierra, convocando al concurso mencionado. Resultaron triunfadores un septuagenario conocido como "el Tenazas" y un adolescente, casi un niño, Manolo Caracol. Éste último hizo una larga carrera de "cantaor", de la que han quedado registros, felizmente recogidos, en parte, en la serie de discos compactos "Chant du Monde".
En Uruguay hace tiempo que el cuidado del acervo cultural sonoro padece incuria. La muerte de Lauro Ayestarán en 1966 significó sin duda un duro y lamentable golpe para la salvaguarda de las expresiones populares y folclóricas nacionales. Coriún Aaronian, su discípulo, ha realizado una tarea encomiable, sobre todo formando musicalmente intérpretes populares y también con sus libros, donde aborda la problemática múltiple de esta área cultural.
Pero es palpable y no son sensaciones que un fenómeno de distorsión se ha instalado en materia de música popular en la sociedad uruguaya.(¿?) Curiosamente, la guitarra, que es el instrumento musical más difundido en nuestra música folclórica y popular, se ha visto desplazado por el tambor. El membranófono afro-uruguayo ha generado inesperados cultores en todos los niveles de la población y del gobierno. (¡Qué horror, Felicitas! Nos invade lo negro...)
Por otro lado la batería de la murga, integrada por redoblante, bombo y platillos, se suma a esta preeminencia de los instrumentos percusivos. Así se ha visto en el Solís la batería de alguna de las murgas, acompañada por la Filarmónica de Montevideo y cambios ministeriales amenizados por el espíritu del Carnaval. (El problema es grave: el populacho nos ha igualao...)
El tambor es un instrumento que ha encontrado en el seno de la sociedad un espacio en ascenso. Se ven por todas partes las baterías que desfilan por las calles de la ciudad a toda hora y día, con una cohorte de seguidores que marchan detrás convocados por el atractivo ritmo percutido. (Cohortes de desocupados, mulatillos beneficiados por planes de gobierno y enardecidos por el vino de cuarta en tetrapacks, Felicitas querida.)
Mientras tanto, otras expresiones e instrumentos desaparecen lentamente y en algunos casos, sin reparación posible. En alguna esquina de la ciudad, hasta no hace mucho se escuchaban bandoneones desgranando tangos, milongas y valses criollos. Eran, además, los pocos bandoneones sobrevivientes de origen alemán que resistían, porque la marca Yamaha japonesa se ha hecho de las patentes y los fabrica. (No puede ser: se ha terminado la austera tristeza autóctona; el amor a los valores alemanes se ha hecho tan amarillo como los fabricantes de órganos. El mundo está al revés, Felicitas. ¡Ah, qué buenos tiempos aquellos cuando en las esquinas se escuchaba "De cara al sol"!)
El país profundo, la música que fue patrimonio del gaucho, la del tango que ha encontrado entre nosotros intérpretes como Gardel y creaciones como "La Cumparsita", van cuesta abajo, para citar un tango. (Los gauchos desaparecieron con los alambrados, en 1874 y fueron definitivamente exterminados con la creación de "Manos del Uruguay" en 1963, en la que un grupo de señoras paquetas organiza la compra masiva de la producción de las burdas campesinas a vintenes para revenderla a cientos de pesos en sus exclusivas boutiques. El tango de Gardel sigue siendo objeto de culto hasta en radio Clarín cada media hora, para toda la cuenca del Plata. Felicitas, tú no escuchas... Lo que va cuesta abajo es nuestra estirpe patricia con los ojos en la Europa tradicional y cristiana...)
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