Madre amada, a ti la gloria


Las aguas continúan limpiando nuestra casa y refrescando a la comunidad: el sábado 13 homenajearemos a la Madre de los Peces, Yemoja.

Para los yorubá, esta divinidad de la costa de Ègbà es la más alta representación del matriarcado. Sugiere siempre la idea de alimento, riqueza y multiplicación, porque custodia la riqueza que proveen las aguas -tanto dulces como saladas- a quienes se afincan en su entorno. Yemoja se viste de agua, adorna su cuerpo con espumas, hace de corales y conchas su abigarrado elenco de abalorios. Viene y va, se acerca y aleja de acuerdo a un ritmo que mucho se condice con lo lunar y femenino. Sus pechos generosos son siempre expuestos en la iconografía yorubá como uno de los distintivos más transparentes de su misión en este mundo: es el lugar donde la madre primigenia acuna los sueños de sus hijos, numerosos como peces y escindidos del vientre como escamas que relucirán una vez se refleje el sol -padre y dador de vida, Òrun- en ellos. Es ìyálorí -madre de las cabezas trascendentes- por cuanto cada cabeza es un recipiente, una calabaza que mantiene en su interior las sustancias espirituales y materiales que harán de ella un ser único y diferenciado. Por ese motivo, todo cabello le pertenece y a ella le es devuelto para que esa multiplicidad retorne a ser parte de la unidad primordial...
Yemoja es madre celosa, arrogante y consciente de su propia esencia. ¿No es el agua indispensable? ¿No es el agua lo que contiene una semilla en si misma? Esa es la razón por la cual los testículos -elementos absolutos de lo masculino- están bajo su cuidado, porque contienen el agua de la multiplicación. Hay en ella un cierto rasgo de masculinidad que se representa con la espada que maneja con destreza mientras que la otra mano carga un abanico redondeado -el abébé, vientre simbólico- y el movimiento de sus brazos que alternativamente se juntan y separan provoca flujo, vida, creatividad y dinamismo. Yemoja es asociada siempre a esa maternidad que se considera calma, pero sólo lo creen así quienes no entienden que la madre africana -la magna mater prototipo por excelencia- es un tanto madre sola que ha de lidiar con su prole para unificar en sí los roles de madre y padre proveedor, y por ende es severa y caprichosa, nunca calma y bonachona. Òsànlá es distante, casi inaccesible bajo su misterioso manto de algodón; ella en cambio exhibe su cuerpo voluminoso exceptuando tan sólo el rostro que debe ser preservado a la visión de aquellos momentos absolutamente necesarios: el nacer y el morir, que son dos cosas tan semejantes y complementarias.
A esta madre poderosa cuyos pájaros nadan y cuyo plumaje está compuesto de escamas nacaradas de irisadas venas saludamos con respeto, devoción y certidumbre. Nos traerá la dicha, y de sus pechos saldrá la provisión interminable del futuro. Òdò ìyá oló yòn o rúbà! (Adoración reverente a la madre de senos chorreantes, dadora de vida y esperanza)
Àse para sus hijas, hijos, entenados y protegidos. Abarcativa e invasora, acoge en sus márgenes a todos los que deseen verla con el respeto que merece una madre de familia monoparental y pródiga. No necesitamos ir a ningún curso de agua a festejarla si nos reconocemos hechos de agua en un ochenta por ciento generoso; no precisamos festejos ostensivos para una personalidad tan recoleta que esconde su riqueza -y sus decisiones intempestivas- en el seno del océano. No le hacemos procesiones masivas a quien escoge solamente los pensamientos más cristalinos entre su dilatada prole; no le echamos barcas a quien es barca, camino, puerto y regreso...

Omi iyo, Yemoja!

1 comentario:

SzoSzi dijo...

Gracias Pai, por tus alabanzas, tus tan dulces palabras, por describir a mi Mai Yemoja, otra vez gracias Szoszi