Me han informado que alguna gente de Greenpeace se molestó con mi nota de la semana pasada porque mencioné al vuelo y de manera irresponsable a "la faramalla de oportunistas inescrupulosos que levantan banderas ecologistas para obtener pequeños réditos personales", sin aclarar a qué personas o instituciones me refería.
No quiero entablar una polémica inútil, y menos con amigos que de verdad están preocupados por el futuro de nuestra especie. Pero me veo en la obligación de reiterar una opinión: el vasto universo mediático de la ecología y el ambientalismo así como la temática sobre el calentamiento de la Tierra, han sido y son un permanente campo de cosecha para inescrupulosos de variada estirpe.Están los tarambanas que de forma acrítica y casi siempre ruidosa asumen y consumen cualquier propuesta, teoría u ocurrencia periférica al tema. Basta lanzarla al ruedo para que ellos y ellas la tomen como acertada y la propalen a los cuatro vientos. Hoy reclaman contra la siembra de eucaliptos y mañana contra la matanza de vacas. Con la mejor intención lo hacen, por supuesto. Aunque cabe aclarar que por lo general estas personas terminan siendo manipuladas por agentes políticos, ya sean piqueteros de origen dudoso o espías disfrazados de periodistas.
Están también los que trabajan de manera esforzada haciendo lobby para distintas compañías e instituciones, tanto privadas como públicas. Ellos ayudan a convencer a algunos gobernantes, contribuyen a desacreditar a otros, manejan los hilos de cierta prensa y bailan al compás del dinero. Tienen sus tarifas, sus métodos, sus trajes Armani y sus almuerzos ejecutivos en La Corte o en Panini. Se los puede ver allí al mediodía y luego en las tardes rondando despachos oficiales o redacciones de periódicos. Laboran con ahínco, y en ocasiones se salen con la suya, literalmente.
No voy a abundar en detalles acerca de la variada galería de "oportunistas inescrupulosos" a que me referí en el artículo sobre la soja y sus impactos. Pero sí quiero poner algunos ejemplos referidos al gigantesco desconcierto que se genera a partir de ese baturrillo que asemeja una Babel temática más que lingüística. No puedo ni debo dejar de mencionar a los científicos, ya que en los dichos de un científico me basé la semana pasada. Pongo un ejemplo: Paul Crutzen, holandés él, célebre por haber formulado el proceso químico del "agujero de ozono" y ganador del Premio Nobel en 1995, sorprendió al mundo hace un tiempo con un cambio sustancial de sus planteos anteriores, al proponer el uso de la contaminación atmosférica como "pantalla" para frenar las radiaciones nocivas del sol. Lo hizo en una conferencia sobre cambio climático celebrada en Nairobi y tuvo, según alguna prensa, "muy buena acogida entre los científicos". Una lectura apresurada -o más bien interesada- de la hipótesis de Crutzen concluyó que lo más útil era acrecentar la polución de la atmósfera para evitarnos los desastres por venir. Así titularon, de forma escandalosa, varios importantes periódicos y revistas de Alemania, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos: "La contaminación nos puede salvar", gritaban desde las portadas algunos diarios. Curiosamente, al mismo tiempo la Casa Blanca a través de la secretaria de Estado Condoleezza Rice, instaba a "tomar medidas científicas drásticas", respecto al calentamiento global. La extraña sintonía entre Crutzen y Rice se afincaba en un punto sutil pero terrible: las medidas contra el calentamiento de la Tierra podrían ser tan drásticas como se quisiera siempre que fueran medidas estrictamente científicas y no económicas.Un mes antes de ese episodio, a principios de octubre de 2006, un grupo de astrónomos rusos había sostenido que el calentamiento global no era tal, y que en realidad el planeta enfrentaría un "pequeño período glacial" alrededor del año 2020. Un científico ucraniano muy reputado llamado Khabibullo Abdusamatov, responsable del Centro de Investigaciones Espaciales del Observatorio Astronómico de Púlkovo, lanzó la hipótesis del enfriamiento de la Tierra a partir del año 2012 a raíz de una notoria disminución de las radiaciones solares sobre la superficie terrestre, lo que se ha dado en llamar "oscurecimiento global". El corolario obvio de ese trabajo fue que en pocos años el Protocolo de Kyoto se volvería innecesario. Es decir, Abdusamatov levantó el centro y Crutzer cabeceó.Para entender a cabalidad la movida hay que saber algunas cosas: Abdusamatov trabajó codo a codo con el doctor Yuri Israel, miembro de la Academia de Ciencias de Rusia y una especie de vocero no oficial del Kremlin para cuestiones ambientales. Las opiniones de Israel y Abdusamatov coincidieron con una declaración de Vladimir Putin en el sentido de que el Protocolo de Kyoto era "discriminatorio, ilusorio e inútil". Crutzer, quien trabaja ahora en el Instituto Max Plank de Maitz, en Alemania, investigó durante muchos años en la Universidad de Colorado, en EEUU. Era otra época, cuando el propio Crutzen decía consternado que "el infierno se adivina en ese agujero", al referirse a la acelerada pérdida del ozono en la atmósfera.
En realidad ha habido reiteradas advertencias al respecto, planteadas en diferentes tribunas de muchos países. Según la Oficina Meteorológica del Reino Unido, las superficies catalogadas como "inhabitables" en el planeta se multiplicarán por diez en el transcurso de este siglo. Uno de los redactores de ese apocalíptico informe de los meteorólogos británicos señaló que "no quedará a salvo ningún aspecto de la vida en los países en desarrollo". Eso quiere decir en buen romance que un tercio de la Tierra será desierto en el año 2100. Se avizora más hambre, más desastres y más muerte en África, buena parte de Asia y casi toda América Latina durante las próximas décadas. Chris Thomas, investigador de la Universidad de York, señaló que "la temperatura global se elevará hasta seis grados centígrados para 2100". Sí, el infierno se adivina.
La primera conclusión a la que se puede llegar tras un somero repaso a los cabildeos ocurridos en torno al Protocolo de Kyoto (ya finado) y el calentamiento global, es que son pocos los actores de este drama que aparecen con interés y a la vez con posibilidades reales de incidir en una problemática que nos compete a todos. Los gobiernos más poderosos hablan con la voz hegemónica de las compañías más importantes, que son las que más contaminan. Algunos de los científicos más reputados terminan envueltos en dudas y sospechas, porque plantean aporías indemostrables que son, oh casualidad, funcionales a esas compañías y a esos gobiernos. Las organizaciones que con ahínco trabajan para despertar la conciencia de los pueblos respecto a las futuras catástrofes, en ocasiones son manipuladas o tergiversadas en sus objetivos, y se colocan en posiciones incómodas que les impiden operar con seriedad. Los medios de comunicación, salvo excepciones, ofrecen una mirada casi pintoresca del asunto, entre la nota de color y el recuadrito de relleno. En fin, el panorama no es demasiado alentador.
Claro que está también la otra gente. Son millones de personas que desde trincheras diversas y en todo el mundo trabajan con la convicción de que aún no es demasiado tarde y que se puede hacer algo. Entre esas personas de buena fe y de corazón inquieto hay científicos, políticos, artistas, empresarios, campesinos, diplomáticos, periodistas, empleados y desempleados, mujeres y hombres, pobres y ricos. Se trata de una energía extraordinaria que en algún momento podrá enlazar los miles de pequeños esfuerzos aislados que hoy se hacen, para convertirlos en un gran esfuerzo colectivo. Ojalá ese momento llegue antes de que sea demasiado tarde para todos, incluidos los inescrupulosos oportunistas.
|*| Escritor y periodista oriental (del Uruguay)
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