Por James Nielson (adelanto)
A la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le gusta recordarnos que es una mujer. Como buena feminista, da a entender que se siente muy orgullosa de la condición que comparte con más de la mitad de la población mundial, pero también propende a tratarla como si fuera una suerte de discapacidad física, comparable con la ceguera o la parálisis, y que en consecuencia es deber de todos darle el beneficio de la duda. Suele prologar sus arengas cada vez más frecuentes aseverando que "siempre les dije que por ser mujer me iba a costar más", o para variar, diciendo que cometió "el pecado de ser mujer" y aludiendo a su "aparente fragilidad", lo que puede tomarse por un pedido de ayuda dirigido a sus compañeros masculinos, entre ellos aquel célebre caballero andante Luis D'Elia, o por un arranque de autocompasión destinado a desarmar a sus críticos poniéndose en el lugar de la víctima de fuerzas retardatarias oscuras.
Sea como fuere, sería con toda seguridad mejor que en adelante Cristina se abstuviera de insistir en lo tremendamente duro que es para una mujer desempeñar el papel de presidenta en un país que a juicio de muchos puede volverse ingobernable en cualquier momento. Al fin y al cabo, no le convendría del todo que la gente llegara a la conclusión de que está en lo cierto y que por lo tanto lo más sensato sería reemplazarla cuanto antes por alguien que no padezca de la desventaja que a su juicio le está ocasionando una cantidad creciente de problemas mayúsculos que no surgirían si un hombre estuviera al mando.
La idea de que por ser una mujer Cristina necesita ser rodeada de hombres listos para protegerla contra sus adversarios está socavando su presidencia. Tanto la presencia de su marido Néstor Kirchner a su lado en Plaza de Mayo como el acto mismo, sirvieron para llamar la atención a la debilidad que siente y al temor de que, si bien dice tener "la convicción para llevar el mandato", le resulte imposible hacerlo. Antes de iniciarse la gestión de su esposa, Néstor dio a entender que durante los meses primeros guardaría una distancia respetuosa a fin de no eclipsarla. Bien que mal, el esquema así propuesto no tardó en hacerse trizas. Y aquel acto con asistencia oficialista casi perfecta y una muchedumbre fletada, confirmó que para actuar Cristina precisa que la rodee una especie de guardia pretoriana.
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