Durante 200 años, se realizaron más de 4.000 castraciones anuales en Italia a niños de entre 7 y 9 años. El objetivo era preservar el tono alto y claro de la voz infantil mientras se adquiría la fuerza vocal de un hombre y la técnica de un cantante adulto. Se les llamaba castrati, o, de forma más educada, musici o evirati. Muy pocos lograron la fama y fortuna que perseguían sus padres con la operación y ninguno igualó al gran Farinelli (en la imagen). Ocurrió en los siglos XVII y XVIII. Kindsein hace un extenso análisis de estos grandes olvidados de la Historia de la Música, con motivo de la exposición "Handel y los castrati" que se inaugurará esta semana en Londres.
Los castrati solían ser hijos de las familias más pobres. La posibilidad de que el niño tras la castración se convirtiera en un cantante de gran fama y fortuna, como era el caso de los grandes maestros, debió ser muy tentadora. Sin embargo en la mayoría de los casos, la operación no servía para nada, porque ni todos tenían excepcionales aptitudes para el canto, ni todos sobrevivían a aquella intervención ejecutada sin las menores garantías.
Se estima que sólo un 10 ó 15 % de aquellos niños llegaron a ganarse la vida con su voz y que de ese exiguo número sólo un 1% consiguió la fama.
De entre los miles de niños “debilitados”, surgió un grupo de maestros del canto -Pistocchi, Farinelli, Bernacchi, Senecino- a los que se les atribuye la perfección en su arte. Algunos de ellos incluso montaron escuelas por las que pasaron muchos otros nombres ilustres.
El auge de este fenómeno coincidió con la gran época de la ópera seria, cuando la voz irreal de los castrati encajaba en los personajes de héroes mitológicos, dioses y figuras legendarias. El público los prefería por encima de todas las demás voces. Superaban en potencia y en riqueza de matices a las voces femeninas y eran capaces de un deslumbrante virtuosismo vocal. Representaron papeles de mujeres, como la primera Eurídice. El un dibujo de 1724, aparece el famosísimo castrato Farinelli vestido de mujer en una ópera de Roma.
Durante 200 años, la voz de estos desgraciados varones fue un elemento imprescindible del Barroco (s. XVI al XVIII), un estilo musical que se basó en la idea de ornamentar las líneas vocales de los cantantes castrati para mostrar sus habilidades y su dinámico registro. Händel y otros compositores crearon piezas exclusivas para ellos que ningún cantante varón moderno ha sido capaz de interpretar. Nadie ha vuelto a superarles en perseverancia, en minuciosidad, en virtuosismo vocal, en conocimiento de las posibilidades de la voz humana.
Un día en la escuela de los 'castrati'
Después de la operación los niños castrados eran enviados a escuelas de canto donde se les entrenaba de forma intensiva hasta durante diez años, y donde llevaban una vida sumamente austera. Aunque había escuelas por toda Italia, las mejores se encontraban en Roma, Bolonia y Nápoles. El centro neurálgico de la educación musical era Nápoles, donde había nada menos que cuatro conservatorios dedicados al entrenamiento de los pequeños cantantes.
Sólo había escuelas de castrati en Italia y eran de propiedad de la Iglesia. En ellas, trataban a los niños como un "producto de exportación" y les preparaban para cubrir la fuerte demanda de voces que había en toda Europa. A cambio de la formación, las escuelas los utilizaban para funerales, misas, procesiones, conciertos privados... A los más pequeños -los querubines- los vestían de angelitos y les hacían cantar en los funerales de los niños, lo que reportaba muchos ingresos a la Curia, dada la alta mortalidad infantil de la época.
En las escuelas les sometían a un duro trabajo y una estricta disciplina. He aquí el ejemplo de cómo era un día en la vida de uno de ellos, en este caso del joven Caffarelli:
Por la mañana:
1 hora para cantar pasajes de difícil ejecución
1 hora para el estudio de letras
1 hora de ejercicios de canto frente a un espejo, para practicar gestos y formas, y para evitar feas expresiones de la cara mientras se canta, etcétera.
Por la tarde:
1/2 hora de trabajo teórico
1/2 hora de contrapunto en “canto fermo” (práctica de improvisación)
1 hora de contrapunto con “cartella”
1 hora de estudio de letras
El resto del día lo pasaban haciendo ejercicios con el clavicordio, componiendo salmos, motetes (canciones polifónicas de la iglesia que se cantan a capella), etc.
Eran mimados, pero atormentados…
Los alumnos castrati recibían un trato especial. Se les consideraba más delicados que los otros figlioli (como se llamaba a los alumnos), y se les proporcionaba mejor comida y habitaciones más cálidas con el objetivo de cuidar su voz. Pero «a pesar de estos mimos, los castrati no parecían disfrutar mucho de sus años de entrenamiento, y no sólo porque tuviesen que trabajar duro», escribió el historiador musical Charles Burney (1726-1814) «Los duros métodos de aquellos días no tenían muy en cuenta las dificultades psicológicas que debían asaltar a aquellos seres separados de la sociedad normal, y sin duda debieron sufrir la despiadada crueldad de los otros estudiantes cuando sus profesores giraban la espalda».
Muchos de aquellos estudiantes fueron rechazados porque no mostraban las cualidades esperadas o por holgazanería. Y algunos incluso se escaparon. Burney añadía: «Es mi opinión que la cruel operación se realiza sin hacer las pruebas previas de voz (...); de otro modo, no se encontrarían tantos en cada una de las grandes ciudades italianas sin ninguna voz en absoluto o sin la suficiente para compensar semejante pérdida». Según este historiador, todos los musici de los coros de las iglesias habían sido rechazados en los teatros de Ópera y era muy raro encontrarse con una voz más que tolerable.
La moda de la castración de niños con fines musicales parece limitarse sólo a Italia y un poco a Alemania. En ambos países había eunucos en los coros eclesiásticos ya en el siglo XVI y en 1640 había castrati en todos los coros de Italia. Pero era ilegal. Se excomulgaba a quienes se sometieran a la operación y se condenaba a quienes la realizaban, porque había una ley de derecho canónico y civil que prohibía la amputación deliberada de cualquier parte del cuerpo. Pero paradójicamente, la Iglesia de Roma lo toleraba y sólo buscaba castrati para sus servicios. El Papa Clemente VIII (1536-1605) autorizó la castración solo ad Gloriam Dei (por la gloria de Dios) La música de la época requería voces con registros muy agudos. Alguien tenía que cantar esas partes más altas en los coros, y los niños crecían pronto y las mujeres excitaban a la lujuria…
El inconveniente de los niños normales era que cuando adquirían la técnica necesaria para poder competir con un castrato, llegaban a la pubertad y les cambiaba la voz. Y a las mujeres les estaba prohibido cantar en público en las Iglesias: Mulier taceat in ecclesia (Las mujeres deben permanecer en silencio en la asamblea), señala una epístola de San Pablo. Así apareció todo un negocio clandestino que realizaban cirujanos y barberos. Poco se sabe de quienes hacían las castraciones. Se considera que los mejores cirujanos procedían de Bolonia, pero se sabe que incluso los barberos de toda Italia también hacían ese trabajo y vivían de la venta de niños castrados a los coros de la Iglesia. Charles Burney cuenta que fue preguntando por Milán, Venecia, Bolonia, Florencia, Roma, Nápoles, y en todas partes le decían que tales operaciones se realizaban en una ciudad vecina: «Los italianos están tan avergonzados de ello que en cada provincia lo transfieren a otra». Por otro lado, lo normal era decir que la pérdida de atributos masculinos había sido causada por una enfermedad o accidente, como una patada o una cornada.
Esta es una carta escrita en 1685 por Charles de Saint-Evremond a M. Dery, joven paje de su amante, en Histoire des Castrats [Historia de los Castrati] Patrick Barbier, Grasset, 1989:
Mi querido niño:
No me sorprende que tengas una aversión insuperable hasta ahora por aquello que más te importa en el mundo. La gente ordinaria y poco refinada te ha hablado sin rodeos sobre tu castración. Es una expresión tan fea y horrible que habría repugnado a una mente mucho menos delicada que la tuya.
Por mi parte, intentaré conseguir tu fortuna de una manera menos desagradable y te diré, utilizando la insinuación, que necesitas suavizarte por medio de una pequeña operación que garantizará la delicadeza de tu complexión durante muchos años, y la belleza de tu voz para el resto de tu vida.
Actualmente tienes un trato cordial con Nuestro Señor el Rey, te acarician las duquesas, te alaban las personas de calidad. Sin embargo, cuando el encanto de tu voz se haya ido, sólo serás el amigo de Pompée y quiza te despreciará M. Stourton (el negro y el paje de la Duquesa Mazarino, respectivamente)
Pero dices que temes que las damas te quieran menos. Olvida esa aprensión: ya no vivimos en época de imbéciles. Lo que sabemos bastante bien hoy en día es que la gloria sigue a la operación, y por cada amante con M. Dery como lo hizo la naturaleza, un M. Dery suavizado tendrá cien como ella.
Están por tanto garantizadas tus amantes, y es una gran suerte; no tener esposa quiere decir que te librarás de un gran mal -¡tendrás la suerte de no tener mujer, y más suerte aún de no tener hijos!- Una hija de M. Dery se quedaría embarazada, un hijo conseguiría que le enviaran a la horca y, lo que es todavía más seguro, su propia mujer le convertiría en un cornudo.
Protégete de todos estos males con una operación rápida; sólo estarás comprometido contigo mismo, disfrutando de la gloria después de este pequeño asunto que te conseguirá tanto fortuna como la amistad del mundo.
Si vivo lo suficiente para verte cuando tu voz se haya roto y te haya crecido la barba, te lo reprocharé ampliamente. Evita que esto ocurra y créeme el más sincero de todos tus amigos.
El auge y la caída del castrato fueron paralelos a los de la ópera seria. Y su punto más álgido fue a mediados del siglo XVIII, cuando el 70% de los cantantes de ópera eran castrati. El último fue Giovanni Battista Velluti (1780-1861)
Meyerbeer escribió especialmente para él Il crociato in Egitto. Cantó en Londres en 1825, pero no le recibieron tan bien como en previas ocasiones, así que Velluti dejó Londres y dicen que pasó el resto de sus días diciendo a sus amigos: «Gracias a Dios, yo soy uno de los últimos desgraciados». Desde entonces, hubo castrati en algunos coros pero nunca más se les escuchó en la ópera.
Existe la anécdota –graciosa si no fuese trágica- de un castrato pontificio que solicitó audiencia al santo padre León XIII para pedirle su anuencia y bendición para casarse y retirarse del canto sacro. El papa, más que sorprendido y quizá molesto por el pedido de su cantor, le preguntó:
-Pero cómo, figliuolo, ¿no eres acaso castrado?
-Claro que sí, Santidad. Y mi novia lo sabe y lo acepta.
-Déjate de novias y sigue cantando, o haré que te castren mejor. Caso cerrado.
3 comentarios:
QUE ESPANTOSA TIENE QUE HABER SIDO LA VIDA DE ESTOS "CASTRATI"
Da escalofríos sólo de pensarlo...
La gloria por el infierno .
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