Los libros sibilinos eran unos libros mitológicos y proféticos de la antigua Roma.
Cuenta la tradición que la sibila de Cumas se presentó en cierta ocasión ante el rey romano Lucio Tarquino -el soberbio- como una mujer muy anciana y le ofreció los nueve libros proféticos a un precio extremadamente alto. Tarquino se negó, pensando en conseguirlos más baratos y entonces frente a él la sibila destruyó tres de los libros. A continuación le ofreció los seis restantes al mismo precio que al principio; Tarquino se negó de nuevo y ella destruyó otros tres. Ante el temor de que desaparecieran todos, el rey aceptó comprar los tres últimos, pero pagando por ellos el precio que la sibila había pedido por los nueve.
Estos tres libros fueron guardados en el templo de Júpiter, en la ciudad de Roma y sólo eran consultados en situaciones muy especiales. Son los llamados Libros Sibilinos. Estaban escritos en griego y en hojas de palmera, que posteriormente pasaron a papiro y en época del emperador Claudio a vitela de la mejor calidad, con comentarios al margen del monarca, que era un erudito y hablaba fluidamente el etrusco antiguo, la lengua sagrada de los augures.
Los romanos del siglo II a. C. todavía en tiempos de la República, apreciaban mucho estos libros y los guardaban en un colegio formado por diez sacerdotes menores llamados decenviri sacris faciundis. En situaciones de crisis los consultaban con gran atención, para ver si había una profecía que pudiera aplicarse a la situación del momento.
En el año 83 a. C. el fuego destruyó los Libros Sibilinos originales y hubo que formar una nueva colección, para lo que el Senado envió a Troya, Samos, Eritrea y otras partes a recoger los que pudieran encontrarse. Augusto mandó encerrarlos en dos arcas y el nieto de su esposa, Claudio, los copió en vitela y comentó con inteligencia, pero estos libros tampoco ha llegado hasta nuestros días, porque en el año 405 de nuestra era se destruyeron también.
Parece que Cicerón pudo leerlos, pues dice de ellos que estaban trabajados y escritos con arte y diligencia y que la mayor parte de los versos eran acrósticos.
Cuenta la tradición que la sibila de Cumas se presentó en cierta ocasión ante el rey romano Lucio Tarquino -el soberbio- como una mujer muy anciana y le ofreció los nueve libros proféticos a un precio extremadamente alto. Tarquino se negó, pensando en conseguirlos más baratos y entonces frente a él la sibila destruyó tres de los libros. A continuación le ofreció los seis restantes al mismo precio que al principio; Tarquino se negó de nuevo y ella destruyó otros tres. Ante el temor de que desaparecieran todos, el rey aceptó comprar los tres últimos, pero pagando por ellos el precio que la sibila había pedido por los nueve.
Estos tres libros fueron guardados en el templo de Júpiter, en la ciudad de Roma y sólo eran consultados en situaciones muy especiales. Son los llamados Libros Sibilinos. Estaban escritos en griego y en hojas de palmera, que posteriormente pasaron a papiro y en época del emperador Claudio a vitela de la mejor calidad, con comentarios al margen del monarca, que era un erudito y hablaba fluidamente el etrusco antiguo, la lengua sagrada de los augures.
Los romanos del siglo II a. C. todavía en tiempos de la República, apreciaban mucho estos libros y los guardaban en un colegio formado por diez sacerdotes menores llamados decenviri sacris faciundis. En situaciones de crisis los consultaban con gran atención, para ver si había una profecía que pudiera aplicarse a la situación del momento.
En el año 83 a. C. el fuego destruyó los Libros Sibilinos originales y hubo que formar una nueva colección, para lo que el Senado envió a Troya, Samos, Eritrea y otras partes a recoger los que pudieran encontrarse. Augusto mandó encerrarlos en dos arcas y el nieto de su esposa, Claudio, los copió en vitela y comentó con inteligencia, pero estos libros tampoco ha llegado hasta nuestros días, porque en el año 405 de nuestra era se destruyeron también.
Parece que Cicerón pudo leerlos, pues dice de ellos que estaban trabajados y escritos con arte y diligencia y que la mayor parte de los versos eran acrósticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario