La verdad sobre Godoy

Dentro de una semana se cumplirá el segundo centenario del Motín de Aranjuez, que no fue una rebelión popular en contra de lo vulgarmente establecido, sino que tuvo su origen y planteamiento en la camarilla del entonces Príncipe de Asturias formada por Escoiquiz -un canónigo iluminado- y un grupo de la alta nobleza que pretendía recuperar los privilegios que había ido perdiendo a lo largo del siglo XVIII, para lo cual creían contar con el apoyo de las tropas napoleónicas que se acercaban a Madrid.

Godoy por el contrario propuso alejar a la familia real, bien protegida por el ejército frente al francés, hacia Sevilla y la inexpugnable Cádiz. Para evitar este viaje los amotinados contaron para su ejecución con criados de sus casas, remuneraron a campesinos procedentes de los pueblos cercanos, se infiltraron con falsas filiaciones (el conde de Teba disfrazado como "el tío Pedro") y lograron enrarecer el ambiente de la localidad y azuzar al vecindario creando así un simulacro de revolución popular que enmascaraba lo que realmente fue: un golpe de Estado aristocrático que tuvo como desenlace la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando.

El pueblo fue simple comparsa que apoyó sin apercibirlo una reacción de clase; en cambio, en el Dos de Mayo fue el protagonista principal que forzó a las autoridades a luchar contra los franceses.


Una de las pocas mentes que vio con antelación el peligro fue Godoy, en quien paradójicamente la posteridad ha hecho recaer todas las culpas del desastre acaecido. En parte se explica por su soledad, rasgo decisivo de su mandato, al que llegó por la exclusiva voluntad de Carlos IV que se propuso independizarse de los dos partidos dominantes en la Corte -el de los golillas, encabezado por Floridablanca- y el aristocrático por Aranda, creando un hombre libre de influencias y relaciones anteriores, sin consignas de equipo o de grupo del que dependiese; que fuese su hechura propia, un amigo incorruptible, unido estrechamente a sus personas y a su casa, cuyo interés personal fuese el suyo.

La respuesta de Godoy fue de una lealtad ciega y absoluta a los reyes de cuya voluntad dependió en exclusiva. Pero sin partido propio, careció del medio habitual para contrarrestar y defenderse de las calumnias, embustes y difamaciones que jalonaron su trayectoria, como la de sus amores ocultos con la reina María Luisa. Calumnia que el propio príncipe de Asturias -el futuro Fernando VII- difundió en coplas satíricas sin importarle tachar a su madre de adúltera y a su padre de bobo además de cornudo con tal de eliminar a Godoy. Como decía éste en sus Memorias, "para mover los pueblos, es un medio probado en todos tiempos esforzar las mentiras más allá de lo atroz y lo creíble, porque entonces se cree todo".


Estas Memorias, que son un excelente documento para conocer el reinado de Carlos IV, llegaron demasiado tarde para poder contrarrestar la imagen forjada por sus adversarios, que publicaron todo tipo de escritos de descargo sobre su actuación poniendo a Godoy de chivo expiatorio y cuyo contenido sirvió de base para los historiadores. Al iniciar el destierro con los reyes, Carlos IV le pidió que no escribiera nada en defensa de su reinado mientras vivieran él y su hijo Fernando. Carlos IV murió en ı8ı9 en Roma y Fernando VII en ı833. En su exilio de París Godoy
empezó a escribir su obra en ı836 hasta terminarla en ı842. Treinta años son muchos para rectificar las opiniones forjadas. Pero han servido para que los historiadores actuales hayan revisado con imparcialidad su actuación política y hecho valer aspectos muy positivos de su etapa de gobierno. Y sobre todo para desechar por calumniosas muchas acusaciones sin fundamento que constituyen el núcleo de su peyorativa imagen, tan negativa que roza con la caricatura pero que no obstante permanecen aún hoy día en el imaginario colectivo, tanta es la persistencia de los estereotipos históricos que resisten con la fuerza de lo irracional las investigaciones más serias.

Nació Manuel Godoy y Álvarez de Faría Sánchez Ríos Zarzosa el 12 de mayo de 1767 en Badajoz –y no en Castuera, según se decía para menospreciarlo y tildarlo de aldeano ignorante, como si nacer en dicha localidad fuera un demérito-

Hijo y nieto de regidores de la capital extremeña, pertenecía a la nobleza no titulada de provincia, con antepasados que habían sido Grandes Maestres de Santiago o de Calatrava. De economía modesta pero saneada, pudo ingresar a los 17 años con el apoyo paterno en la Guardia de Corps, reservada a jóvenes de familias nobles, escolta del rey y primer cuerpo de caballería del ejército, en donde ya estaba su hermano Luis, y poco tiempo después entraría su otro hermano Diego.

Llevaba cuatro años de simple guardia cuando el conocido episodio en el que se le encabritó el caballo y lo derribó, le abrió el acceso a los círculos del poder. La princesa de Asturias, admirada por su valentía al volver a montar y dominar la cabalgadura, lo comentó con su esposo don Carlos y al cabo de pocos días fue llamado al cuarto de los príncipes, causándoles tan buena impresión que, a partir de aquel día, fue un habitual a las reuniones.
Carlos IV creyó haber encontrado aquel espíritu libre que buscaba. Cuatro años más tarde, el 15 de noviembre de 1792, lo nombró primer Secretario de Estado y del Despacho, sustituyendo al conde de Aranda. Previamente el ya rey Carlos IV lo había nombrado Gentilhombre de Cámara de Su Majestad en ejercicio, Sargento Mayor de Guardias de Corps con grado de Teniente General, Caballero de la Gran Cruz de Carlos III, y finalmente le concedió el título de duque de la Alcudía con Grandeza de España de primera clase y le designó Consejero de Estado. Al acceder a primer secretario de Estado era ya por tanto Grande de España -máxima jerarquía nobiliaria- y consejero de Estado, máxima jerarquía política. No hay duda de que Carlos IV seguía un plan muy bien diseñado.

El reinado de Carlos IV coincidió plenamente con la Revolución Francesa y con el régimen napoleónico. Evitar la contaminación revolucionaria en España fue el propósito del rey, pero en su opinión, tanto Floridablanca como Aranda fracasaron, y nombró a Godoy con el objetivo in extremis de salvar la amenazada vida de Luis XVI. De este primer reto salió airoso, pues a pesar de la condena y ejecución del rey francés y de la poco favorable guerra subsiguiente con la Convención Nacional consiguió firmar la paz en Basilea el 22 de julio de 1795 en unas condiciones muy beneficiosas para España, que recuperó todas las plazas y territorios ocupados cediendo a cambio la mitad de la isla de Santo Domingo, pérdida mínima en comparación con las sufridas por las otras naciones contendientes. El 4 de septiembre Carlos IV concedió a Godoy el título de Príncipe de la Paz. Y dos años después el rey lo casó con su prima María Teresa de Borbón, hija del Infante don Luis, un claro matrimonio de Estado, puesto que el objetivo del soberano era asociarlo a su familia y situarlo por encima de los Grandes y de cualquier estamento, dentro de la esfera de sacralidad e intangibilidad del monarca. "Por esta idea, toda suya", resumía Godoy, "me colmó de favores, me formó un patrimonio de su propio dinero, me elevó a la grandeza, me asoció a su familia y ligó mi fortuna con la suya".

La Ilustración alcanzó su cima en el reinado de Carlos IV. El nada sospechoso Blanco White afirmó que el Príncipe de la Paz "promovió bajo su tutela la libertad de pensamiento con múltiples reformas, y fue el periodo más favorable para España desde la muerte de Felipe II". Por otro lado, el general Foy, encarnizado enemigo de Godoy reconoció, sin embargo, que "mereció el reconocimiento de la patria y de la humanidad pues hizo más por la industria, las artes y las ciencias durante 15 años que cuanto se había hecho bajo los tres reinados anteriores". Godoy llamó a formar parte del Gobierno a Jovellanos y a Saavedra, como secretarios de Estado de Gracia y Justicia y de Hacienda respectivamente, dentro de un proyecto general de dar cabida en la administración del Estado a insignes ilustrados, como ya había hecho con Meléndez Valdés, Eugenio Llaguno, Juan Pablo Forner, Leandro Fernández de Moratín o Estanislao de Lugo.

Suprimió impuestos a las clases trabajadoras e industriosas para estimular el acceso a la propiedad a todas las capas sociales, y adoptó medidas para ir suprimiendo las manos muertas, lo que le acarreó la enemistad de parte del clero y la nobleza. Se preocupó por la elevación del pueblo creando multitud de instituciones educativas, culturales y de fomento de las artes, con una visión de largo alcance de gran modernidad, pues defendía que "para salir de su abyección y su ignorancia no es bastante a la inmensa muchedumbre saber leer, escribir, contar, medir y hacer dibujos: necesita también saber pensar, y esta necesidad se ha descuidado por todos los gobiernos. Sin que se enseñe a todos a juzgar y a discurrir por obra propia suya, valdría mejor no enseñar nada". Certero diagnóstico del analfabetismo funcional, enemigo de la auténtica libertad de pensamiento.

Pero tuvo que enfrentarse a dos enemigos: uno temible -la Revolución Francesa y su encarnación posterior en Bonaparte, quien recorrió triunfalmente Europa sometiéndola a su dictado, a los que resistió evitando la contaminación revolucionaria y la tiranía imperial- y otro menor -la oposición interna que fue, a la postre, la que lo derrotó. Ante Napoleón, cuyo poder aumentaba día a día, llevó una hábil política de tira y afloja, de concesiones y negativas que condujo por un lado a la catástrofe de Trafalgar, pero por otro lado, logró mantener la integridad del reino en los dos mundos, "única España en las naciones de la Europa a quien la Francia o la Inglaterra no hubiesen sojuzgado ni mutilado en sus dominios durante 15 años", concluía así en sus Memorias.


En dos ocasiones para satisfacer las demandas de Napoleón se vio obligado a declarar la guerra contra Portugal con el fin de cerrar los puertos portugueses a la armada inglesa. En la primera, nombrado generalísimo de las fuerzas españolas, logró Godoy la capitulación del ejército portugués en una fulminante ofensiva sin dar tiempo a que entrasen en juego las tropas francesas. El 6 de julio de 1801 se firmó la Paz de Badajoz, por la que se garantizaba la permanencia de la monarquía portuguesa y se devolvían todas las plazas conquistadas salvo Olivença y su territorio, lo que causó gran irritación a Napoleón que se vio burlado en su sinuoso intento de dominar la península ibérica calificándolo como "uno de los reveses más espectaculares que he sufrido durante mi magistratura". Hasta tal grado dominaban los adversarios de Godoy la opinión pública que la brillante acción militar fue menospreciada, llamándola peyorativamente "guerra de las naranjas", y su incontrovertible triunfo personal fue minusvalorado y ridiculizado.

Seis años más tarde Napoleón, en el ápice de su gloria y poder, quiso someter definitivamente a Portugal. Para ello se firmó el Tratado de Fontainebleau por el que se concretaba la colaboración hispano-francesa en la invasión del territorio portugués que se dividiría en tres principados feudatarios del rey de España, el norte para los reyes de Etruria, el sur para el Príncipe de la Paz y el centro a resultas de la respuesta de la casa de Bragança. Napoleón garantizaba a Carlos IV sus territorios al mediodía de los Pirineos y se obligaba a reconocerlo como Emperador de las Américas. Pero incumplió los términos del acuerdo: comenzó antes de tiempo a introducir tropas en España y exigió la entrega de los territorios españoles al norte del Ebro, a cambio de Portugal. El príncipe de la Paz, que creyó que con el tratado quedaba España a salvo de cualquier asechanza francesa, vio a tiempo la perfidia del emperador y con el objetivo de mantener la integridad territorial y preservar la monarquía, quiso trasladar al rey hacia el sur. Pero el motín de Aranjuez lo impidió: se dejó vía libre al ejército napoleónico y la familia real quedó en manos del Emperador.

¿Cómo es posible que se llegara a este despropósito? En los mismos días que se concordaba el tratado de Fontainebleau, Fernando, el príncipe de Asturias, escribió una carta secreta a Napoleón pidiendo su protección y la mano de alguna princesa de su familia. Formaba parte de la fallida Conjura de El Escorial, que Carlos IV descubrió a tiempo y en la que Fernando y sus cómplices pretendían derribar a Godoy y derrocar al rey. Seis meses después lo realizaron en Aranjuez. Creyeron que Napoleón venía a ayudarles y le abrieron el camino. El corso vio el cielo abierto y jugó con la división de la familia real.

Encarcelado en el castillo de Villaviciosa de Odón, Godoy quedó absolutamente al margen de los catastróficos sucesos posteriores. Fernando VII y su camarilla fueron a Bayona sin armas, sin defensa, sin garantía ninguna, y -como el mismo emperador por mofa dijo un día- "hasta sin pasaportes", con la insólita pretensión de que aquel advenedizo autoproclamado Emperador, a cambio de la entrega de las provincias al norte del Ebro reconociera como rey de España al heredero de una de las monarquías más antiguas de Europa. Napoleón les comunicó nada más llegar que la dinastía Borbón sería sustituida por la Bonaparte.

El desenlace fue la entrega de la Corona española y el exilio de la familia real, con seis años de guerra terrible, la vuelta de Fernando VII, la imposición del absolutismo y la represión sin miramientos de los constitucionalistas, la pérdida de los territorios de ultramar, y para colofón, tras la muerte del rey, el comienzo de las guerras carlistas. Nada parecido al gobierno de Carlos IV, aunque en el afán cainita de buscar un culpable se le haya achacado contra toda racionalidad a Godoy. No regresó el Príncipe de la Paz a España. A los 41 años la abandonó acompañando a los reyes en su exilio, y 43 años más tarde murió en la miseria en París.

Entre tanto Fernando VII embargó todos sus bienes y títulos, inició una causa contra él que por falta de pruebas y de verdadero proceso dio lugar a que en ı847 su propia hija Isabel II firmara su completa rehabilitación con la devolución de bienes y títulos. Al tiempo le autorizaba a regresar a España, pero ya demasiado viejo, no pudo cumplir su anhelo de regresar a la patria y falleció el 4 de octubre de 1851.

El presidente de la primera República, Castelar, firmó un decreto en 1873 por el que se declararon bienes nacionales todos los pertenecientes al secuestro de Godoy.

Una loable iniciativa del Ayuntamiento de Badajoz, apoyada por la Junta de Extremadura y la Diputación Provincial, ha propuesto traer el cuerpo de Godoy, enterrado en el cementerio parisino del Père-Lachaise, a su ciudad natal, al tiempo que se erigirá un monumento en su honor en una de las plazas más céntricas de la ciudad pacense. Esperemos que sirva de estímulo para un reconocimiento generalizado e imparcial de su imagen histórica.

1 comentario:

PATO08 dijo...

Y NOSOTROS NOS QUEJAMOS , HAY MI DIOS TODO LO QUE TENIAN QUE PASAR , DECRETAR GUERRAS ( PARA DEJAR CONTENTO AL GOBERNANTE DE TURNO), LE CONFISCABAN BIENES , LO APRESABAN , PERDIA TODO, SE REPONIA , QUE VIDA TAN INTENSA , NO SE PUEDE CREER !!!