Después que el martes pasado Francia saliera humillada de la Copa del Mundo sin ganar un partido y entre escenas de egoísmo, indiferencia e indisciplina, la prensa francesa se parapetó detrás de la bandera de la "humillación" y la "vergüenza" de sus futbolistas. No hubo llamados a refundar el estilo de entrenamiento o la forma de jugar, porque los gritos en la prensa "especializada" eran para reclamar una "reestructura del método de seleccionar los jugadores que representan el orgueil bleu."
Pero casi unánimemente las crónicas parisinas y no parisinas que leí se centraban en la falta de patriotismo, la ausencia de valores compartidos y el desconocimiento de lo que es el honor nacional francés achacado a una enorme mayoría de los jugadores seleccionados que son negros, mestizos, nacidos en las colonias y ex colonias o descendientes de inmigrantes.
La crónica más abominable que leí fue la del filósofo (¿?) Alain Finkielkraut, quien criticó la "ausencia de asimilación francesa" y dijo que los jugadores de Francia "no son un equipo sino una banda de matones que sólo conocen los valores de los guetos suburbanos y que ni siquiera entonan una estrofa de La Marsellesa"
Peor fue leer los comentarios de la clase política que empezaron hablando de valores como el patriotismo para terminar desbarrancándose para el lado de la raza, la inmigración, los valores religiosos y completar su strip-tease racista diciendo que son "una basura de inadaptados con kebab en la cabeza en lugar de cerebro".
¡Esa frase rompe el hígado! Y debe ser un deleite para el racista Jean Marie Le Pen, el único político prominente francés que cuando su selección ganó la copa del Mundo de 1998 declaró que "sintió ganas de vomitar cuando vio la imagen de un argelino proyectada a lo grande en el Arco del Triunfo", en obvia alusión a Zinedine Zidane.
La tendencia a mirar el fiasco futbolístico desde un punto de vista etnicista es más vergonzosa que la novela entre Domenech y sus seleccionados. Que el propio presidente Nicolás Sarkozy se sumara al debate sobre la identidad nacional y advirtiera sobre la pérdida de los valores democráticos y republicanos en el equipo que representa a Francia es casi una plataforma de relanzamiento para el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. La sociedad francesa está confundida y se ahoga en el vómito racista de sus líderes.
En 1998 cuando su selección levantó la Copa del Mundo la misma prensa se congratulaba de mostrar al mundo una Francia multiétnica de negros, blancos y árabes que en sí mismo era el símbolo de una nación que respeta la diversidad.
Hoy es común que las crónicas señalen al "senegalés Patrice Evra", al "negro Nicolás Anelka", o que recuerden que Frank Ribery se convirtió al Islam porque decidió casarse con la hija de una pareja de inmigrantes argelinos.
De los 23 seleccionados, 13 son negros y sólo dos de ellos nacieron en suelo francés. Pero todos son ciudadanos franceses, con los mismos derechos republicanos que cualquier parisino o bearnés o un buen hijo de la Bretaña. Son hijos de esos inmigrantes provenientes de las colonias que durante siglos alimentaron la codicia y la fastuosidad versallesca de los que explotaron a media África y buena parte del globo para levantar a una Francia para la que hoy, los valores sagrados de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" no son más que un falso eslogan.
Jugarán bien, mal o regular al fútbol; pero son franceses aunque no ganen o aunque les duela a los racistas de turno.
Creo que en el fondo su dolor es haber sido eliminados en una justa deportiva por orientales bien sudamericanos, por mexicanos con nombres aborígenes como Cuauhtémoc ¡y lo peor! por sudafricanos, que desde el más oprobioso y segregacionista apartheid levantaron una verdadera nación multiétnica y multirracial.
Pero casi unánimemente las crónicas parisinas y no parisinas que leí se centraban en la falta de patriotismo, la ausencia de valores compartidos y el desconocimiento de lo que es el honor nacional francés achacado a una enorme mayoría de los jugadores seleccionados que son negros, mestizos, nacidos en las colonias y ex colonias o descendientes de inmigrantes.
La crónica más abominable que leí fue la del filósofo (¿?) Alain Finkielkraut, quien criticó la "ausencia de asimilación francesa" y dijo que los jugadores de Francia "no son un equipo sino una banda de matones que sólo conocen los valores de los guetos suburbanos y que ni siquiera entonan una estrofa de La Marsellesa"
Peor fue leer los comentarios de la clase política que empezaron hablando de valores como el patriotismo para terminar desbarrancándose para el lado de la raza, la inmigración, los valores religiosos y completar su strip-tease racista diciendo que son "una basura de inadaptados con kebab en la cabeza en lugar de cerebro".
¡Esa frase rompe el hígado! Y debe ser un deleite para el racista Jean Marie Le Pen, el único político prominente francés que cuando su selección ganó la copa del Mundo de 1998 declaró que "sintió ganas de vomitar cuando vio la imagen de un argelino proyectada a lo grande en el Arco del Triunfo", en obvia alusión a Zinedine Zidane.
La tendencia a mirar el fiasco futbolístico desde un punto de vista etnicista es más vergonzosa que la novela entre Domenech y sus seleccionados. Que el propio presidente Nicolás Sarkozy se sumara al debate sobre la identidad nacional y advirtiera sobre la pérdida de los valores democráticos y republicanos en el equipo que representa a Francia es casi una plataforma de relanzamiento para el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. La sociedad francesa está confundida y se ahoga en el vómito racista de sus líderes.
En 1998 cuando su selección levantó la Copa del Mundo la misma prensa se congratulaba de mostrar al mundo una Francia multiétnica de negros, blancos y árabes que en sí mismo era el símbolo de una nación que respeta la diversidad.
Hoy es común que las crónicas señalen al "senegalés Patrice Evra", al "negro Nicolás Anelka", o que recuerden que Frank Ribery se convirtió al Islam porque decidió casarse con la hija de una pareja de inmigrantes argelinos.
De los 23 seleccionados, 13 son negros y sólo dos de ellos nacieron en suelo francés. Pero todos son ciudadanos franceses, con los mismos derechos republicanos que cualquier parisino o bearnés o un buen hijo de la Bretaña. Son hijos de esos inmigrantes provenientes de las colonias que durante siglos alimentaron la codicia y la fastuosidad versallesca de los que explotaron a media África y buena parte del globo para levantar a una Francia para la que hoy, los valores sagrados de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" no son más que un falso eslogan.
Jugarán bien, mal o regular al fútbol; pero son franceses aunque no ganen o aunque les duela a los racistas de turno.
Creo que en el fondo su dolor es haber sido eliminados en una justa deportiva por orientales bien sudamericanos, por mexicanos con nombres aborígenes como Cuauhtémoc ¡y lo peor! por sudafricanos, que desde el más oprobioso y segregacionista apartheid levantaron una verdadera nación multiétnica y multirracial.
5 comentarios:
ME VOY CORRIENDO A LEER LE MONDE A VER QUE DICE.COMPLETAMENTE DE ACUERDO CONTIGO, NO HAY CASO NO QUIEREN ASIMILAR QUE TODOS LOS HUMANOS DESCENDEMOS DE UNA PAREJA DE PIGMEOS NEGROS.
OPINO COMO CHARO!!!
Vergonzoso, mis amigas. La gente es buena o mala independientemente a su color, creencias, posición política, opción de vida, etc.
¡Y fueron los franceses los que difundieron los derechos del hombre y del ciudadano en 1792!
che, deberían acreditar esta columna a su autor, el periodista uruguayo martín sarthou. está acá: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_37532_1.html.
aclarar la firma y poner un link a la nota original no cuesta nada
Me intriga saber ¿quién le copia a quién?
http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_37532_1.html
O ambos autores utilizan las mismas fuentes??
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