Lula habló y no dijo casi nada. Hugo Chávez se siguió peleando con el viejo fantasma de Bush. Piñera se entusiasmó "más con el futuro que con el pasado" en una alusión elíptica y breve. Parecía caminar sobre arenas de vidrio. Mujica se sumó a un "consenso" vago e impreciso, porque no quería nombrar a Néstor Kirchner, y no lo nombró. El paraguayo Lugo recordó que existen diferencias entre los presidentes sudamericanos, pero las enterró en el acto. El canciller colombiano Jaime Bermúdez, en un acto casi solitario de recordación, mencionó la necesidad de "respetar los derechos de la democracia". Alvaro Uribe no estaba y Alan García se quedó en Perú.
La elección de Néstor Kirchner como primer secretario general de la Unasur valió más por los silencios, las incomodidades, los giros idiomáticos y las referencias disfrazadas que por lo que realmente se dijo. No hizo falta que Mujica subrayara el "costo político" que deberá pagar en Uruguay por haber levantado el veto impuesto en su momento a Kirchner como referente sudamericano. La decisión de vetarlo del entonces presidente Tabaré Vázquez contó con el apoyo explícito de todos los jefes políticos uruguayos, oficialistas y opositores. "Vengo de un país fieramente institucional, donde ningún presidente podría colocarse por encima del Congreso, el lugar donde están los representantes del pueblo", disparó Mujica, aparentemente ingenuo, seguramente pícaro. Sabía dónde hablaba y a quiénes les hablaba.
La política tiene sus dosis de hipocresía, pero Uribe y Alan García no podían llegar tan lejos; no podían, en fin, venir a aplaudir la designación de Kirchner, cuando antes habían aplaudido escondidos y eufóricos el veto de Tabaré Vázquez. Piñera no tiene historia presidencial y por lo tanto pudo disimular más fácilmente su aceptación. Pero es a Chile al que nunca le gustó la entronización de Kirchner; no le gustaba a la Concertación de Bachelet y menos le gusta a la derecha de Piñera.
¿Qué pasa entonces con Kirchner? El primer problema del ex presidente argentino es que nunca lo ilusionó la política exterior. No le agrada viajar al exterior, no entiende las diferencias culturales ni quiere entenderlas y, encima, hace política interna con las relaciones internacionales. Les agrega a éstas, además, una enorme cuota de ideología. El propio Chávez recordó ayer, en un discurso extrañamente breve, que Kirchner le gritó a Bush en Mar del Plata, en 2005: "No nos vengan a patotear". Chávez mismo no sabía si "patotear" es una palabra del lunfardo porteño o patagónico, según confesó. Pero "patota" es una palabra usada en casi todo el Cono Sur. Chávez hizo bien en marcar esa fecha, porque fue cuando comenzó -evidentemente al menos- un significativo vuelco del ex presidente hacia las posiciones más radicales del presidente venezolano, del ecuatoriano Rafael Correa y del boliviano Evo Morales. Hasta entonces, Kirchner bregaba más por llevarse bien con Bush que con sus pares latinoamericanos. Incluso Kirchner es, hasta hoy, el único presidente que visitó Venezuela y decidió recibir dos veces, no una, a la oposición antichavista. La primera fue en Caracas en febrero de 2004 y la segunda fue en la isla Margarita, varios meses después. Era Kirchner y no el embajador Eduardo Sadous el "anfitrión" de los antichavistas, según la falacia lanzada por el ministro Julio De Vido. Un testigo de esos dos encuentros, el argentino-venezolano Adolfo Salgueiro, descendiente de Juan B. Justo, encargado ahora del buró internacional de la oposición en Venezuela, recuerda que Kirchner reconoció entonces, veladamente, algunos excesos de Chávez. Asegura que Kirchner les dijo entonces que "las ventajas económicas de la relación con Venezuela no serán razón para abjurar de los principios de democracia y pluralismo que me comprometí a sostener en la Argentina y también afuera".
"Nuestras expectativas se diluyeron luego y ahora el sol brilla sobre la realidad", aseguró Salgueiro irónicamente. Kirchner no los recibió nunca más.
La designación de Kirchner sucede en un momento en el que también brilla el enorme fuego del escándalo por presuntos sobornos en la relación entre argentinos y venezolanos. Chávez (con quien Cristina Kirchner tiene hasta más afinidad que su esposo) labró una relación tensa -y belicista también- con Colombia, se metió en las elecciones peruanas y bolivianas, y habló públicamente mal del anterior gobierno chileno.
A Kirchner le tocará ser un árbitro imparcial (¿?) en esos pasionales enredos sudamericanos. El segundo problema de Kirchner es que nunca creyó en la Unasur, a la que consideró una "creación de Brasil", a la que "Duhalde fue funcional". Ese es el argumento real por el que no asistió a la reunión inaugural de la alianza, en Cuzco, aunque pretextó que sufría un extraño mal de alturas. "Yo corro cualquier riesgo por la unidad sudamericana", le respondió Lula indirectamente desde Brasilia. ¿Estaba equivocado Kirchner? Tal vez no. Es cierto que la Unasur fue una idea de Brasil que comenzó con Fernando Henrique Cardoso y se concretó con Lula. Y también es cierto que Duhalde fue el dirigente sudamericano que más trabajó en sus tiempos de secretario general del Mercosur por esa unión de naciones. En el fondo, Kirchner no creía en la viabilidad de una unión de países tan diferentes, conducidos por líderes tan distintos. Tampoco en esto carecía de argumentos.
La mejor prueba de que la Unasur es un sueño más que un proyecto (para usar las diferencias semánticas que ayer destacó Piñera) es la situación del Mercosur. Nunca la unión de los cuatro países sudamericanos, el proyecto más viejo y avanzado de unión de países de América latina, estuvo tan mal como ahora. Brasil y la Argentina viven peleándose por asuntos comerciales. Uruguay y Paraguay recelan de aquellos dos países, los más grandes del Mercosur porque se sienten relegados y, a veces, ofendidos. La Argentina y Uruguay tienen un pleito propio e irresuelto hasta ahora: la crisis por la papelera Botnia y el corte del puente binacional de Gualeguaychú-Fray Bentos.
"El Mercosur es la alianza de Brasil y la Argentina. Punto", solía ningunear Kirchner. El ex presidente tiene ahora en sus manos dos posibilidades. Una es la continuidad de su alianza de hecho con Chávez y Correa (este último fue el arquitecto obstinado de su designación), lo que abriría una crisis política tras otra en la Unasur y el probable abandono de la nueva organización regional por parte de algunos países. La otra es aprender el ejercicio de comprender al otro, de escucharlo, de armonizar posiciones y de aceptar que se puede pensar distinto sin cometer un delito. Aunque improbable, nada es imposible.
La elección de Néstor Kirchner como primer secretario general de la Unasur valió más por los silencios, las incomodidades, los giros idiomáticos y las referencias disfrazadas que por lo que realmente se dijo. No hizo falta que Mujica subrayara el "costo político" que deberá pagar en Uruguay por haber levantado el veto impuesto en su momento a Kirchner como referente sudamericano. La decisión de vetarlo del entonces presidente Tabaré Vázquez contó con el apoyo explícito de todos los jefes políticos uruguayos, oficialistas y opositores. "Vengo de un país fieramente institucional, donde ningún presidente podría colocarse por encima del Congreso, el lugar donde están los representantes del pueblo", disparó Mujica, aparentemente ingenuo, seguramente pícaro. Sabía dónde hablaba y a quiénes les hablaba.
La política tiene sus dosis de hipocresía, pero Uribe y Alan García no podían llegar tan lejos; no podían, en fin, venir a aplaudir la designación de Kirchner, cuando antes habían aplaudido escondidos y eufóricos el veto de Tabaré Vázquez. Piñera no tiene historia presidencial y por lo tanto pudo disimular más fácilmente su aceptación. Pero es a Chile al que nunca le gustó la entronización de Kirchner; no le gustaba a la Concertación de Bachelet y menos le gusta a la derecha de Piñera.
¿Qué pasa entonces con Kirchner? El primer problema del ex presidente argentino es que nunca lo ilusionó la política exterior. No le agrada viajar al exterior, no entiende las diferencias culturales ni quiere entenderlas y, encima, hace política interna con las relaciones internacionales. Les agrega a éstas, además, una enorme cuota de ideología. El propio Chávez recordó ayer, en un discurso extrañamente breve, que Kirchner le gritó a Bush en Mar del Plata, en 2005: "No nos vengan a patotear". Chávez mismo no sabía si "patotear" es una palabra del lunfardo porteño o patagónico, según confesó. Pero "patota" es una palabra usada en casi todo el Cono Sur. Chávez hizo bien en marcar esa fecha, porque fue cuando comenzó -evidentemente al menos- un significativo vuelco del ex presidente hacia las posiciones más radicales del presidente venezolano, del ecuatoriano Rafael Correa y del boliviano Evo Morales. Hasta entonces, Kirchner bregaba más por llevarse bien con Bush que con sus pares latinoamericanos. Incluso Kirchner es, hasta hoy, el único presidente que visitó Venezuela y decidió recibir dos veces, no una, a la oposición antichavista. La primera fue en Caracas en febrero de 2004 y la segunda fue en la isla Margarita, varios meses después. Era Kirchner y no el embajador Eduardo Sadous el "anfitrión" de los antichavistas, según la falacia lanzada por el ministro Julio De Vido. Un testigo de esos dos encuentros, el argentino-venezolano Adolfo Salgueiro, descendiente de Juan B. Justo, encargado ahora del buró internacional de la oposición en Venezuela, recuerda que Kirchner reconoció entonces, veladamente, algunos excesos de Chávez. Asegura que Kirchner les dijo entonces que "las ventajas económicas de la relación con Venezuela no serán razón para abjurar de los principios de democracia y pluralismo que me comprometí a sostener en la Argentina y también afuera".
"Nuestras expectativas se diluyeron luego y ahora el sol brilla sobre la realidad", aseguró Salgueiro irónicamente. Kirchner no los recibió nunca más.
La designación de Kirchner sucede en un momento en el que también brilla el enorme fuego del escándalo por presuntos sobornos en la relación entre argentinos y venezolanos. Chávez (con quien Cristina Kirchner tiene hasta más afinidad que su esposo) labró una relación tensa -y belicista también- con Colombia, se metió en las elecciones peruanas y bolivianas, y habló públicamente mal del anterior gobierno chileno.
A Kirchner le tocará ser un árbitro imparcial (¿?) en esos pasionales enredos sudamericanos. El segundo problema de Kirchner es que nunca creyó en la Unasur, a la que consideró una "creación de Brasil", a la que "Duhalde fue funcional". Ese es el argumento real por el que no asistió a la reunión inaugural de la alianza, en Cuzco, aunque pretextó que sufría un extraño mal de alturas. "Yo corro cualquier riesgo por la unidad sudamericana", le respondió Lula indirectamente desde Brasilia. ¿Estaba equivocado Kirchner? Tal vez no. Es cierto que la Unasur fue una idea de Brasil que comenzó con Fernando Henrique Cardoso y se concretó con Lula. Y también es cierto que Duhalde fue el dirigente sudamericano que más trabajó en sus tiempos de secretario general del Mercosur por esa unión de naciones. En el fondo, Kirchner no creía en la viabilidad de una unión de países tan diferentes, conducidos por líderes tan distintos. Tampoco en esto carecía de argumentos.
La mejor prueba de que la Unasur es un sueño más que un proyecto (para usar las diferencias semánticas que ayer destacó Piñera) es la situación del Mercosur. Nunca la unión de los cuatro países sudamericanos, el proyecto más viejo y avanzado de unión de países de América latina, estuvo tan mal como ahora. Brasil y la Argentina viven peleándose por asuntos comerciales. Uruguay y Paraguay recelan de aquellos dos países, los más grandes del Mercosur porque se sienten relegados y, a veces, ofendidos. La Argentina y Uruguay tienen un pleito propio e irresuelto hasta ahora: la crisis por la papelera Botnia y el corte del puente binacional de Gualeguaychú-Fray Bentos.
"El Mercosur es la alianza de Brasil y la Argentina. Punto", solía ningunear Kirchner. El ex presidente tiene ahora en sus manos dos posibilidades. Una es la continuidad de su alianza de hecho con Chávez y Correa (este último fue el arquitecto obstinado de su designación), lo que abriría una crisis política tras otra en la Unasur y el probable abandono de la nueva organización regional por parte de algunos países. La otra es aprender el ejercicio de comprender al otro, de escucharlo, de armonizar posiciones y de aceptar que se puede pensar distinto sin cometer un delito. Aunque improbable, nada es imposible.
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