La historia del maíz

Quetzalcóatl descubrió que una hormiga cargaba un grano de maíz. La siguió, porque quería regalarnos la planta, y así descubrió su origen subterráneo. Encontró el lugar en que se depositaba todo el maíz, aún cerrado para los hombres. Para abrirlo contó con el apoyo del principal de los dioses de la lluvia, Nanahuátzin, quien lanzó su rayo sobre la montaña para que brotaran de ella los mantenimientos. Sus hermanos, sin embargo, aprovecharon su confusión para llevarse los depósitos a los cuatro extremos de la tierra, cada uno con su propio color. Con astucia, Nanahuátzin recuperó su autoridad sobre sus hermanos y les enseñó a cultivar el maíz para que se encargaran de abastecer a todos los hombres desde los cuatro extremos de la tierra.

Esta historia sigue siendo contada hasta hoy en versiones propias de cada pueblo indígena de México.

(Tomado del libro Sin maíz no hay juego publicado por la Dirección General de Culturas Populares)


El antropólogo argentino Dick Ibarra Grasso, conocido internacionalmente gracias a sus incesantes aportes a la ciencia y la investigación en diferentes órdenes del conocimiento, ha levantado polvo por sus afirmaciones sobre los orígenes del maíz y sus actuales características atávicas, las cuales ahora forman parte de una serie de trabajos realizados en territorio boliviano, país que le debe mucho, ya que a él se debe, por ejemplo, el descubrimiento de pueblos antiguos como los Yamparaes, Yuras, Uruquilla, Nascoide, Mojocoya y muchos otros más.Sus aportesSin embargo, uno de sus descubrimientos más importantes fue el yacimiento arqueológico de la cultura Viscachani, cuya data llega a los 30.000 años de antigüedad, constituyéndose en uno de los hallazgos más notables de su fructífera trayectoria, junto con otra realizada en cooperación de su colega Roy Querejazu, quien puso al descubierto la cultura Camachense, de características parecidas a la de Viscachani.

Ibarra Grasso dio forma durante esta segunda mitad del siglo XX a cientos de ideas que daban vueltas por su cabeza. Creó y diseñó museos como los de Cochabamba, Sucre, Potosí y Samaipata, espacios que en la actualidad guardan valiosos documentos testimoniales recolectados a lo largo de todo este tiempo y que muestran la importancia del trabajo que cumplió. También descubrió la escritura geroglífica de los indígenas altiplánicos y del valle bolivianos y que se encuentra en actual uso.

Nazcoides

Otro de los aportes de Ibarra Grasso al entendimiento de nuestra historia antigua, fue el descubrimiento de vestigios de la civilización Nazca en los valles bolivianos, a donde habría llegado y donde se habría asentado viniendo de su lugar de origen en la costa peruana, cruzando la cordillera antes del desarrollo de Tiwanaku y migrando a los valles ante la falta de adaptación a las altitudes del altiplano boliviano. Muchas piezas nazcoides que fueron descubiertas y que ahora se encuentran en el Museo de Cochabamba, dan fe de la realidad de estos descubrimientos, cuyas características se hallan en los dibujos curvilíneos y la utilización de hasta ocho colores, lo cual se diferencia de Tiwanaku, donde los trazos eran menos estilizados y solamente se utilizaban cinco colores.

Entre los estudios e investigaciones de Dick Ibarra Grasso se encuentra el maíz, cereal que hasta hace poco se creía de origen mexicano, teoría que, sin embargo cae como consecuencia del hallazgo de vestigios mucho más antiguos en Sudamérica, concretamente en el norte del Paraguay, parte del Matogrosso brasileño y en la región de Chiquitos de Bolivia.

Al respecto, Ibarra Grasso ha hecho de éste un tema apasionante que ha plasmado en la publicación de un libro en el que vuelca sus aportes y en el que señala, por ejemplo, que en la década de los 40, una serie de anormalidades que se dan en el maíz indígena le obliga a iniciar una investigación que se extiende, por mucho tiempo, dando como resultado el descubrimiento de que el maíz que hoy conocemos no se parece en nada al que cosechaban nuestros ancestros.

El investigador señala que el actual maíz es una degeneración del original, debido al hecho de que, en condiciones normales, nuestro maíz contemporáneo moriría y desaparecería de la faz de la Tierra por su imposibilidad natural de reproducirse, a no ser, gracias a la mano del hombre. Esto se debe principalmente a que, por su envoltura, los granos no pueden dispersarse, de tal modo que su sobrevivencia depende del factor humano, hecho que no ocurría en la antigüedad, cuando el grano desprovisto de esa atadura, podía hacerlo sin dificultad.

Ibarra Grasso descubrió que en los maíces indígenas se dan frecuentemente algunas anormalidades y aparecen plantas diferentes en los cultivos que no son sino una reacción atávica del maíz. O sea, un proceso natural de volver a sus orígenes. Estas plantas, conocidas como teocinte, son en realidad parientes lejanos del cereal que hoy conocemos como maíz. Estas plantas tienen también características distintas a las del maíz actual, pues se trataba de un pasto silvestre que los indígenas ataban en la parte superior con la finalidad de que las semillas cayeran al pie de la planta, donde las recolectaban, las sometían a la acción del calor en ollas de cerámica, donde estallaban como las actuales pipocas, forma en que eran consumidas. Como no vienen en forma de mazorca, nadie se da cuenta que se trata de maíz -dice Ibarra- quien agrega, "todo grano tiene su propia envoltura, como sucede con la cebada o el trigo, la cual no impide su reproducción".

El investigador grafica su afirmación señalando que, por ejemplo, cuando se cocina arvejas en lata, es muy frecuente encontrar algunas de color oscuro que se desechan generalmente pensándose que se encuentran ya en mal estado. Lo que sucede en realidad es que ésa es una forma atávica de la planta por mantener su especie, pues cuando se da en forma natural, el color oscuro impide que sea consumida por los pájaros que la dejan, permitiendo su reproducción.

Otro de los aportes al estudio de ese cereal es la gran variedad existente: alrededor de 400 tipos diferentes de maíz. Ibarra agrega que, en la actualidad, los agricultores se interesan por un gen primitivo conservado hasta hoy y que es conocido como Ciatunicada, pues produce túnicas que envuelven cada granito. Este grano silvestre aparece con muy poca frecuencia en los sembradíos de maíz no seleccionado, y los indígenas lo recogen para sacrificios a la madre Tierra o para su aplicación en la medicina natural.

El maíz crece en diferentes climas; sin embargo, su mejor producción se obtiene en clima cálido o templado, dependiendo también de la duración del día.

Todos esos detalles forman parte de las investigaciones de un hombre que hoy, con más de 84 años de edad, continúa aportando con su inquietud e ingenio innatos al descubrimiento de una parte de nuestra historia oculta.



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