El arte de ser un verdadero divo: Vittorio Gassman

1 de setiembre de 1922- 29 de junio de 2000
Vittorio Gassman, que murió por miedo a morir


El corazón del divo más importante del cine italiano se detuvo una madrugada cualquiera del infernal verano romano. A los 78 años, este actor bello, polémico y talentoso que protagonizó decenas de existencias y muertes en el escenario, partió en un sueño hacia la nada. O hacia la otra vida, que en los últimos años le reclamaba a Dios con insistencia. "La única cosa que le reprocho al Padre Eterno y sobre lo cual tengo ideas confusas, es que ha hecho la vida demasiado corta. O demasiado única. Yo habría pedido dos vidas: una para ensayar y una para actuar, para hacerlo mejor". Según su amigo, el director de cine Dino Risi, Vittorio Gassman murió por miedo a morir.

¿Un actor? Más bien un atleta. ¿Un matador? Más bien un matado. ¿Un mito? Más bien un incomprendido. Pero siempre un amigo. Es la opinión del actor y director Carmelo Bene, que sostuvo en el semanario L' Espresso que ya desde hace veinte años Vittorio Gassman estaba muerto". Juicio lapidario que probablemente y aunque resulte paradójico, le habría encantado al artista.

La categórica opinión de Bene es que la primera arruga lo había asesinado. Porque Gassman consideraba una indecencia envejecer. Una afrenta inaceptable. Según Bene, no aceptó jamás envejecer.

"Me hablaba de su terror. No de la muerte que vendría, sino de la que ya había sucedido. No, no siento su pérdida. Vittorio me faltaba ya desde hace tiempo..."

A su juicio, en los últimos tiempos Vittorio Gassman vivía una existencia póstuma. Y así lo había manifestado él mismo. El actor debería ser inmortal y, si esto no fuese posible, póstumo, jugando con la idea de su muerte como si esta ya hubiese ocurrido. En un filme de Dino Risi, en 1991, al recitar un texto melancólico-delirante, Gassman había sido enfático en el diagnóstico: "Yo estoy ya muerto". Y solía citar también al escritor Boris Vian: "No quisiera terminar mi vida sin haber gozado el sabor de la muerte". Otras variaciones suyas sobre el mismo tema: "Quisiera ser embalsamado, que me ubicaran en un comedor o mejor en un salón con un pequeño sistema de grabadoras en mi ataúd para seguir disparando mis tonterías". Y daba instrucciones a los periodistas para el momento de su muerte: "Era el mejor...". Dictándoles también un porfiado epitafio: "No se dejó nunca enterrar ni en el escenario ni en la vida".

Evidentemente no fue solo una crisis cardíaca lo que lo sacó del escenario. En la última estación de su vida, este hombre que en una oportunidad se había autodefinido como alto y fuerte, egoísta y triunfador, luchó desesperadamente contra el deterioro físico y la depresión. Y muchos de sus amigos sostienen que la muerte se produjo cuando el matador se dio por vencido ante este implacable mal del alma. Fumador acérrimo, un enfisema pulmonar le había producido algunas crisis respiratorias que habían dañado su corazón. Tenía dificultades para respirar, se cansaba al hablar y en los últimos meses había pasado dos largas temporadas en el hospital.

Con la ironía que lo caracterizaba, situó este proceso doloroso que amargó su etapa crepuscular en el tiempo. "Es justo cuando comienzan a decirte 'maestro'... Después de haber sido por tantos años el más joven de la compañía, en un determinado momento me convertí en el más viejo y me di cuenta de que a partir de ese momento sería siempre así. Te mirarán con respeto en el mejor de los casos si los jóvenes que te frecuentan son bien educados; o con una cierta compasión, con un sentimiento protector, con ganas de mandarte pronto a la cama, por temor a que te canses o quizás porque son ellos los que están cansados de ti".

Gassman confesaba sin tapujos que se devolvería feliz a los veinte años, "o a los cincuenta, que quizás es la edad más hermosa".

Bello y antipático

Diletta D'Andrea entró a la pieza de su marido alrededor de las diez de la mañana. Él estaba recostado de lado y al comienzo ella pensó que estaba descansando. Después, víctima de un trágico presentimiento le habló, pero no Vittorio le respondía. Algunas horas antes, uno de los más grandes actores de este tiempo se había muerto durante el sueño. Gassman, quien de joven fue miembro de la selección italiana de básquetbol, había nacido en Génova, el 1 de septiembre de 1922, pero vivió casi toda su vida en Roma. Era el segundo hijo de un ingeniero alemán y una dueña de casa toscana y ex actriz. Su progenitor aceptó de mal grado que abandonara la Escuela de Derecho para inscribirse en la Academia Nacional de Arte Dramático. Debutó en l943 en un pequeño teatro y a los 26 años ya recitaba a las órdenes del gran Luchino Visconti. En la pantalla grande, el éxito le llegó en 1948 de la mano de Arroz amargo.

Como actor de teatro, Gassman proyectaba una imagen distante, aristocrática, casi antipática. Siempre adoró la tragedia griega. Para él era lo máximo: sagrada, intocable. Y trabajó desde Edipo Rey, de Esquilo (1976) hasta Affabulazione, de Pier-Paolo Passolini (1977) Por último, encarnó un otoñal Otelo cuando ya lo roía la depresión. Su caso es extraordinario porque tuvo éxito en una difícil empresa: pasó del teatro clásico de Shakespeare que interpretaba magistralmente, a la "comedia a la italiana". Era una figura anómala: un atleta con una voz potente, sin inflexiones dialectales, indispensable para las historias populares que recogía el cine de entonces. Pero su inteligencia, ironía y comicidad lo convirtieron en el regalón del público y en el actor italiano más famoso de su generación. Además de ser el Hamlet seductor que desparramaba encanto y sensualidad, se transformó en el intérprete más importante del cine de su país, capaz de pasar de lo cómico a lo trágico y viceversa. Los años fueron dejando al descubierto su cultura, encanto y genio. Y desató la admiración de sus pares por su capacidad de recrearse continuamente, de intentar caminos distintos y de emitir juicios temerarios.

Vittorio Gassman fue el rival refinado e histriónico del otro gran mito de las tablas italianas, Marcello Mastroianni. Sin embargo, la competencia entre ellos nunca pasó de los límites aceptables, porque eran demasiado distintos. Gassman era bello como Mastroianni, pero tenía un aspecto mucho menos italiano, más aristocrático y poco apto para las historias de pobres y pequeñoburgueses que hacía el cine italiano en ese tiempo. Interpretó durante muchos años el papel de fresco y tramposo, lo que no dejaba de tener sus riesgos. Hacerlo implicaba ser odiado y, como si fuera poco, en esos años de estricto moralismo "cato comunista", su tempestuosa vida privada dejaba mucho que desear. El actor participó en un centenar de cintas y otras tantas representaciones teatrales y programas televisivos. Cuando ya era un reconocido actor teatral protagonizó a su primer sinvergüenza en Arroz amargo (1948) con la hermosa Silvana Mangano y el filme tuvo un éxito estrepitoso. Con esta actriz interpretó varias películas muy taquilleras en los años cincuenta: El lobo de la Sila, Anna y Mambo.
En La mujer más bella del mundo, biografía novelada de la prima donna operística de la belle époque Lina Cavalieri, también tuvo un éxito impresionante. Y aún ahora es el filme más transmitido por la televisión italiana. Sin embargo, él siempre consideró que esta era la película más horrenda que había hecho en su vida. Su coprotagonista fue Gina Lollobrigida y cada vez que la encontraba le reiteraba que ella era lo único bello de ese "fiasco profesional".

Los directores Mario Monicelli y Dino Risi fueron quienes lo bajaron del pedestal de la aristocracia del teatro. En Los desconocidos de siempre (1958), con Marcello Mastroianni, Monicelli lo disfrazó poniéndole una máscara de feo para que se lo aceptase como cómico. Luego, en Il sorpasso, se atrevió a presentarlo con su propia personalidad de guapo sinvergüenza en esa película cómica que arrasó con la crítica y la taquilla. Estas, como muchas otras de las cintas protagonizadas por el actor, se convirtieron en piezas claves de "la comedia a la italiana". Inolvidables resultan también sus actuaciones en La gran guerra (1959), donde midió su talento con el gran Alberto Sordi; en La armada Brancaleone (1962), con la bellísima actriz y cantante suiza Catherine Spaak, y en En nombre del pueblo italiano (1971), con el fantástico Ugo Tognazzi.

Vittorio Gassman fue feo y simpático, bello y odioso en la pantalla: el ladrón de Los desconocidos de siempre; el fresco que daba lecciones de vida irresponsables a Jean-Louis Trintignant en Il sorpasso; el cobarde de La gran guerra; el arribista de la obra de Ettore Scola, Nos habíamos amado tanto; el político de La terraza; el sinvergüenza de Arroz amargo, el boxeador destruido de Los monstruos o el espléndido militar ciego de Perfume de mujer. Marcado por un doble registro trágico y brillante, él mismo admitía que pagaba un precio bastante caro en el oficio de actor: "Mi naturaleza es lo opuesto de la extroversión que requiere el teatro. Yo soy de una timidez repugnante".

Advierte Carmelo Bene, este amigo-adversario del actor, que Gassman se vio siempre obligado a buscar la aprobación de un público masivo que lo hizo ser lo que no era: el antagonista malo, pillo, guapo e inescrupuloso, seductor y pérfido. A su juicio, el artista decidió ser actor para darle el gusto a su madre, María Luisa, a la que él adoraba, pero siempre fue un tímido que vivió el éxito como un handicap y no creyó jamás en lo que hacía.
Vittorio Gassman fue quedando atrapado en su personaje de matador cinematográfico, hombre fuerte, protagónico y siempre vencedor. Así aparecía en público. Pero en realidad, según sus cercanos, era frágil y tranquilo. "Ser el primero exige una fatiga monstruosa", dijo en varias ocasiones a sus amigos.

"En el teatro, Vittorio utilizaba un tono autoritario que no tenía nada que ver con el hombre irresistiblemente divertido, tallero, tenaz y explosivo que era en la vida", según Monicelli. Y esa imagen que ofrecía de sí mismo era un edificio construido en nombre de su gran inseguridad. Como si viviese asustado de que le faltase la tierra bajo los pies de un momento a otro. La depresión sombría, violenta, devoradora habría nacido en él por el contraste con el personaje que se había construido, como precio de su verdad. Se reconocía egoísta: "Lo somos todos los artistas porque si no, hubiéramos hecho otro trabajo". Y agregaba: "Además, soy tan hipócrita y mentiroso como el resto de los seres humanos". Un día le dijo a su amigo el actor Paolo Villagio: "¿Te parece que soy un imbécil? ... Me da miedo ser un hombre artificial que vive para las apariencias, para el teatro. Para tener la certeza de haber vivido de verdad, anoto en muchas hojitas lo que me sucede, mis pesadillas". Y según lo expresado por Villagio a la revista italiana Oggi, "Gassman no solo no fue nunca ese ser de cartón piedra que temía ser, sino la persona más verdadera y más fiel que él haya conocido".

"Siempre que estuve de tú a tú con Vittorio percibí un sentido de grandeza. Él era un pedazo de historia del 900 y la pequeña Italia provinciana que quema incienso frente a los presentadores de televisión. Quizás solo ahora, con su muerte está comenzando a tener conciencia de lo que ha perdido".

A juicio de sus amigos, este hombre no fue jamás un amante del poder, no aceptó nunca puestos dirigenciales en las instituciones, ni candidaturas políticas. Solo creía en la cultura. En las postrimerías de su existencia comenzó a rechazar el contacto con la gente y las apariciones públicas.

De vez en cuando volvía al escenario con su hijo Alessandro. En 1983, dirigió el filme De padre en hijo, en el cual estuvo toda la familia, incluido el pequeño Jacopo. Y la televisión, en la cual había tenido un gran éxito con El matador, le ofreció algunas ocasiones de reaparecer como gran actor y entretenedor en 1990 y realizó tres capítulos de Todo el mundo es teatro para la RAI.

Su último trabajo cinematográfico fue con su gran amigo Ettore Scola en La cena, un momento de tregua en la depresión. También realizó un balance de su vida artística llevando al escenario el monólogo Alma y cuerpo, una autobiografía teatral que protagonizaba él solo durante tres horas, mientras en el teatro no volaba una mosca.

También en televisión, Gassman fue uno de los primeros actores de fama que interpretó spots publicitarios. El último lo filmó en diciembre con Dino Risi. Aparecía despidiendo a un niño que representaba el año 2000 en un adiós que hoy parece bastante profético. Su última aparición fue en Argentina para retirar un premio. Pero el desenlace de este episodio fue dramático. Quizás se voló e imaginó por un instante ser de nuevo "el matador": se relajó en el escenario dialogando con el público y encendiendo incluso un prohibidísimo cigarro. Inmediatamente se sintió mal y tuvo que volver a Roma y hospitalizarse de inmediato. Alarmados, los médicos estaban estudiando la posibilidad de ponerle un by-pass en las coronarias. Pero no tuvieron tiempo. El corazón destrozado de este hombre, cuya vida fue una espléndida batalla cuerpo a cuerpo con la palabra, dejó de latir en la madrugada del jueves 29 de junio. Pero, probablemente, como afirmó Giancarlo Dotto en el semanario L'Espresso, seguirá recitándole a la luna como hacen los gigantes de Rabelais y todos los lobos del mundo.

"Mi estructura mental permanece infantil. Cuando se ven mis fotografías en medio del clan, todo es verdad, pero se deben invertir mentalmente los papeles. No soy yo el que sostengo a mi familia, sino mi familia la que amorosamente me socorre" (entrevista en el semanario Oggi)
Vittorio Gassman tuvo cuatro hijos de cuatro mujeres distintas. Paola, actriz (55), con Nora; Vittoria (47), que es médica, con Shelley Winters; Alessandro (35), también actor, con Juliette Mayniel; y Jacopo (20), con Diletta. Junto a sus hijos y nietos, todos lloraron desconsolados a este gran actor que había confesado sentirse verdaderamente solo aún con ellos. Su hijo Alessandro, ya famoso, no se avergüenza de confesar cómo ha idolatrado a su padre. Debutó con él en Affabulazione, con el texto de Passolini, y cuenta que era un maestro severo que lo fustigó en forma ruda: "Con esa bella cara que tienes, o haces el artista o haces el gigoló porque seguramente las mujeres siempre andarán detrás de ti", lo retaba. Pero, según su hijo, después de la pesadez se recuperaba con una risotada y una mirada de cómplice y camarada.

Desmiente absolutamente que Gassman haya sido un padre ausente: "Estaba... y cómo.... Multiplicando energía y ganas de vivir conseguía amar, trabajar, escribir, divertirse, ser el patriarca que nos abrazaba a todos con idéntico afecto. Y esta generosidad suya hacia la vida y hacia los demás ha sido una gran enseñanza". Alessandro Gassman dice conservar la imagen de su padre escribiendo páginas y páginas en un cuaderno con su diminuta caligrafía. Sin perder jamás, ni en los momentos más oscuros, aquella que fue la gran fe de su vida, la fe en la palabra, en la fuerza regenerativa de la escritura y del teatro.

Un aplauso cerrado despidió a este gran artista el día de su muerte cuando su ataúd fue llevado en andas. El aplauso a un gran porvenir que ahora se sitúa verdaderamente a su espalda.

La vida privada de Gassman fue tumultuosa, matizada de matrimonios, grandes amores y flirteos. Conoció a Nora Ricci en la Academia de Arte Dramática. Se casaron en plena guerra cuando él tenía 21 años y ella 19. En 1945, tuvieron a su hija Paola. En el intertanto, el actor tuvo varias aventuras. "Éramos tan inmaduros", diría recientemente, "y con ella fui muy cruel, como sólo pueden serlo los jóvenes". Se separaron tres años después. A comienzos de los cincuenta, Gassman había firmado un contrato por siete años con una casa de producción estadounidense y se había transferido a Hollywood. Allí conoció a su segunda mujer, la fascinante diva norteamericana Shelley Winters. Celebraron un matrimonio relámpago en México, dos horas después de que Vittorio hubiera obtenido el divorcio de Nora. Nació Vittoria, pero en 1954 se separaron porque Gassman se enamoró perdidamente de la actriz veinteañera Anna María Ferrero. Se dejaron en 1960. Y en su autobiografía, él contó que se dio cuenta de que la pasión se había esfumado cuando una mañana, desayunando, le molestó en forma exagerada ver una miga en los labios de su compañera. Después Gassman se vinculó a dos actrices extranjeras. La primera fue la danesa Annette Stroyberg, con la que vivió dos años de amor (ella acababa de separarse del director francés Roger Vadim) Después se ligó a otra fascinante actriz francesa, Juliette Mayniel. La relación duró entre 1963 y 1968 y de ella nació el hijo actor Alessandro. La Mayniel fue la única mujer que abandonó a Gassman y lo cuenta: "Como Vittorio estaba acostumbrado a la adoración, él lo consideró un delito de lesa majestad". Diletta D' Andrea fue su último gran amor. Permanecieron juntos durante 32 años. Gassman se casó con ella que era veinte años más joven en 1970, y diez años más tarde nació Jacopo. "Era un marido distraído, con sus tiempos, su fragilidad, su manía por la puntualidad, su obsesión de recitar siempre, pero sabía hacerse querer. Tal vez se olvidaba de los aniversarios porque no era un tipo romántico, sino pura cabeza. Pero después se presentaba con una poesía estupenda en el bolsillo y en cada recital había un rinconcito, un pensamiento para mí". Diletta asistió a su funeral vestida de blanco y ahora se dispone a crear una fundación en su memoria.

Un mal oscuro lo había golpeado desde fines de los años setenta. Una angustia de vivir implacable que ya no lo abandonó a pesar del éxito, del afecto de los hijos y del amor de su última mujer. Comenzó la etapa oscura del silencio y de buscar ayuda en la medicina y la fe. Y del intento de exorcizar el dolor hablando y escribiendo. Gassman sufrió tres depresiones. La primera empezó con el nacimiento de Jacopo, su hijo menor. "Nacimiento querido, gozado, en un momento de gran felicidad que me desencadenó la depresión", confesó el actor a su amigo Luciano Lucignani. En los momentos de crisis, según su médico tratante, tenía miedo de la muerte. A medida que avanzaba en edad, más lo amargaba la melancolía por el pasado que consideraba un tiempo perdido para siempre. Y comentó en una oportunidad: "La depresión es una rata que te roe el pecho, una vergüenza, una desesperación... " Entre altos y bajos, Vittorio convivió con la depresión hasta el fin. Según su hijo Alessandro no era fácil estar cerca de él en esos períodos, porque no soportaba que trataran de tranquilizarlo. "Nos explicaba que a una persona deprimida le incomodan cierto tipo de atenciones que subrayan su condición". "Este hombre majestuoso que había dominado cincuenta años de vida artística italiana se negaba a hablar de las propuestas de trabajo que continuaba recibiendo y que rechazaba porque, tal como me decía: 'No puedo más, Gianni. Todo me desagrada", contó a "El Sábado", su amigo el periodista Gianni Minà.

Gassman mejoraba fundamentalmente escribiendo. Terminó el libro Memorias debajo de la escalera, El mal de la palabra y también su autobiografía, Un gran porvenir detrás de la espalda. Además, estaba grabando en CD una antología de la poesía italiana. Lo otro que lo sostuvo fue la búsqueda de respuestas existenciales. Se debatía entre la racionalidad y las ganas de creer. La fe, aunque alimentada por las dudas, le parecía la única ancla de salvación.

 "Creo que creo, pero con miles de dudas. Preferiría que Dios existiese, me gustaría que existiese... Piensen en un hombre como yo, aficionado a la retórica, a la ampulosidad, a los ejercicios de estilo barroco que hoy se ve pronunciando esa obra maestra de simplicidad que es el Padre Nuestro",  confesó.



5 comentarios:

Charo dijo...

A GASSMAN LO VI ACTUAR EN EL SOLIS NO ME ACUERDO EN QUE AÑO PERO YO ERA MUY JOVEN. ME FASCINO ERA INCREIBLE. LO QUE MAS ME ACUERDO ERA QUE A PESAR DE NUNCA HABER ESTUDIADO ITALIANO EN ESE MOMENTO NO HABIA LLEGADO A LO QUE ERA EN AQUEL ENTONCES PREPARATORIOS) LE ENTENDI TODO LO QUE DECIA. SU DICCION ERA IMPECABLE.

Milton Acosta, Òséfúnmi ti Bàáyin dijo...

Creo que en el 64. Yo iba al liceo y fuimos con nuestra profesora de Literatura. Escenario oscuro, un taburete alto... y Gassman. Inolvidable.

gallega dijo...

LO VI,ME PARECIO Y ME PARECE EL MEJOR ACTOR DE TEATRO DE TODA LA VIDA,PERO SU DEPRESION QUE LO SEGUIA,SUS FANTASMAS TAL VEZ LO HICIERON GENIO!

PATO08 dijo...

HAY ME FASCINO !!! QUE VIDA TAN HERMOSA Y A LA VEZ TRAGICA,NO PUDE DEJAR DE LEER DURANTE QUINCE MINUTOS ME PARALICÉ, REALMENTE EXCELENTE BARON !!!
Y SU FRASE
que murió por miedo a morir
ES TAN REAL , BESOS Y GRACIAS

Charo dijo...

No se realmente si fue esa vez u otra pues la que yo vi tenia elenco.