Debido homenaje, obligado respeto





En este mes de febrero, Armando Ayala Grabino cumpliría años. Los cumple, de todos modos, en la memoria de quienes le conocimos, aún no siendo exactamente sus amigos pero con quien tuvimos una relación de respeto y cordialidad.
Hago esta salvedad porque es posible -más que posible- que salga alguien a decir: "Pero si tú nunca fuiste su hijo, o de su familia religiosa, o no se te veía todos los días en su casa". Y todo eso es cierto; muy cada tanto me aparecía por Guadalquivir a charlar con él o a llevarle algún artículo para su consideración. Porque sin duda me merecía mucha consideración, como me la merece su hermano de bacía Marcos de Haedo. Pero por diferentes razones: mientras bàbá Marcos detesta ser visto fuera de su ámbito natural, bàbá Armando era un comunicador por excelencia que adoraba ser notado. Un bahiano de cliché, de esos que "não nascem, estréiam". Derrochaba charme, cosa que hacía más fácil al contrincante de turno esquivar el filo de su lengua y los vericuetos de su verborragia. Personaje único, trabajador incansable por nuestras religiones afrobrasileñas -las sacó del anonimato, a la calle, a la televisión y a los diarios, a las tesis de licenciatura- en épocas difíciles, duras, intolerantes.
Hoy resulta más fácil, claro, porque él abrió el camino.
Como hoy en mi comunidad festejamos a Ògún -el òrìsà desbravador, el pionero, el que abre senderos para la civilización- encuentro significante este recuerdo a quien lo merece por su tesón, por sus rabietas, por sus odios y amores incondicionales, por su talento de seductor, por su permanente reconversión y su deseo de trascendencia.
Le debemos mucho, sin duda. La exposición pública que las religiones afrobrasileñas gozan en la República Oriental le deben su impulso, así como la estatua de Yemoja que testifica la presencia de los afrodescendientes y su cultura religiosa en el país. Le debemos sus libros, su programa radial, su revista Nuestra Umbanda, sus reconocimientos Paloma de Plata. Le debemos también, seguramente, la consideración que merece su memoria de ancestro de todas las casas de batuque -más allá de los rótulos de jèjè, oyo, cabinda, ìjèsà- porque nos representó y representa a todos, a amigos y conocidos, a enemigos e indiferentes.
Armando Ayala Grabino es el antes y el después de esta cultura mestiza que tanto contribuyó a difundir y mostrar.
Mi más caluroso mo júbà a este sacerdote impar, que brilla desde el infinito con la luz de la memoria.

2 comentarios:

Caetanus Agrigento dijo...

Sus Bendiciones Babami
Festejo su decisión de abrir este espacio y poder leerle con el placer que siempre me da.
Todavia no se como suscribirme y poder recibir avisos y demas cosas, pero ya aprenderé hacerlo.

Gracias Pai!!

Milton Acosta, Òséfúnmi ti Bàáyin dijo...

Hay una opción de seguimiento para las cuentas de gmail. Aprovéchala, así te enteras qué hay de nuevo. También en Atom te dan una ruta de seguimiento.
Bendiciones,
pai.