Se necesita coraje y honestidad para afirmar que los mismos habitantes negros de Africa vendieron millones de personas a los traficantes de esclavos. Hasta el presente se había impuesto la versión sobre la codicia de una sola parte, la blanca. Pero Philip Amoa-Mensá, un guía turístico de la lúgubre fortaleza Emina, sobre la costa ghanesa, dice que mucho antes de que los europeos llegaran allí se practicaba la esclavitud. Añade que se vendían miembros del propio pueblo. “Y por esa iniquidad debemos pedir perdón.”
La siniestra fortaleza de Emina, helada y tenebrosa, construida con enormes piedras, recibe los golpes furiosos del mismo océano que vio un comercio incesante de personas cazadas como animales, encadenadas sin clemencia y puestas a esperar las naves que las llevarían a su destino misterioso que intuían infectado de humillación y crueldad. El año que viene se celebrará medio siglo de la independencia de Ghana, primer país negro liberado del yugo colonial. Ha lanzado la audaz iniciativa de expandir por el mundo una campaña turística en torno del tráfico de esclavos. Ghana pretende activar el interés de las comunidades negras dispersas para reconectarse con el país de sus ancestros. Pero lo sorprendente es que la invitación viene acompañada de una conmovedora disculpa. No una disculpa de los países que se señalan como responsables del comercio vil sino de los mismos africanos residentes en Africa, algunos de cuyos antepasados fueron cazadores de su propia gente.
Emmanuel Hagan, del Ministerio de Turismo y Relaciones Diaspóricas, afirma: “Debemos mirarnos a la cara; algo anduvo mal. Se cometieron errores y estamos arrepentidos por lo que ha pasado”. La Unesco estima que 17 millones de niños, mujeres y hombres fueron tomados por la fuerza y hundidos en barcos que los llevaron a América. La travesía era un anticipo del horror que les esperaba. Muchos perecieron en el curso del viaje y pavimentaron el fondo del océano con largas alfombras de cadáveres. Los libros de historia se han concentrado en forma predominante en los negreros (horrible palabra) de origen portugués, holandés y británico que compraban la angustiada mercadería humana en la costa de Africa y la vendían en los puertos americanos con una brutalidad sin límites. Pero se marginaba casi siempre el dato horrible de que jefes y jefezuelos africanos eran quienes secuestraban y vendían a los extranjeros hombres, mujeres y niños para arrastrarlos a fortalezas sin retorno desde donde se los embarcaba con el granizo de los azotes.
El gobierno de Ghana no se queda en ambigüedades y asume con dignidad la verdad entera. Los folletos que ha imprimido para este inédito y doloroso turismo de reencuentro describen las junglas próximas al mar y también cómo eran cazados hombres y mujeres, arrancándolos de sus aldeas. Describe las columnas de gente golpeada con garrotes y látigos, asesinada ante la menor resistencia y sujetada con cadenas que desollaban la piel. Ghana posee unos cincuenta monumentos que evocan esa época trágica. Funcionarán como hitos del peregrinaje que harán los que vayan en busca de sus raíces. Es el primero y hasta ahora el único país de mayoría negra que formula su pedido de perdón por el tráfico de esclavos de una manera inequívoca. “Sólo queremos decir «perdón», sólo queremos pedir que nos calmemos ante tanto sufrimiento e intentemos repararlo –insiste Emmanuel Hagan–. Creo que si decimos «perdón» no importará la intensidad de los sentimientos contrarios. Las cosas mejorarán.” Quienes ya efectuaron estas visitas han tenido reacciones diferentes, desde una rabiosa devastación hasta una serenidad nirvánica.
El proyecto se llama “Joseph”. Hace referencia a José, el novelesco personaje de la Biblia que fue vendido por sus propios hermanos, que fue luego encarcelado en las prisiones del faraón de las que logró salir para iniciar un camino de prosperidad que, finalmente, lo llevó a reencontrarse con su familia. Lejos de guardar resentimiento, la abrazó con lágrimas de felicidad. Esta iniciativa ya ha desatado numerosas investigaciones. Es sabido que la esclavitud persiste hasta la actualidad. En países como Mauritania y Sudán fueron denunciados muchos casos. Pero la Comisión de Derechos Humanos de la ONU está controlada desde hace décadas por gobiernos dictatoriales, corruptos y reaccionarios que se cubren unos a otros las respectivas fechorías. Por lo general nunca llegan a tratarse los hechos más horribles de los que son responsables.
Además, contrariamente a la idea que impusieron los mitos, la esclavitud no empezó con los africanos trasladados a América. La misma palabra “esclavo” lo revela en forma elocuente. Proviene de “eslavo”, y se refiere a la gran cantidad de pueblos de origen eslavo que fueron sometidos a esa degradante condición, aunque los eslavos no fueron los primeros ni los únicos en sufrirla. Tampoco la esclavitud tiene estricta vinculación con la raza. La Biblia se refiere a los siervos que provenían de pueblos vecinos y que en realidad no eran más libres que los esclavos de otras partes, aunque el monoteísmo ético imponía fuertes límites al abuso. Los hebreos no dejaban de repetir que también ellos habían sido esclavos en Egipto.
Mucho antes aún había empezado esta institución nefasta -en la remota prehistoria- cuando el hombre se dio cuenta de que en vez de matar al enemigo derrotado convenía hacerlo trabajar en su provecho. Para esa época fue un progreso, porque se pasó del asesinato a cierto respeto por la vida. La esclavitud, en consecuencia, fue un fenómeno universal durante la antigüedad, en la que cabían todos los colores de la piel y todas las raíces del origen. Para Aristóteles era una institución aceptable.
La ardorosa polémica en torno a la esclavitud que se desarrolló en los Estados Unidos desde su independencia creó la falsa impresión de que en este país tuvo una presencia más numerosa y catastrófica que en el resto del mundo. La constitución sancionada por los padres fundadores determinaba: “todos los hombres nacen iguales”, y esa frase la puso en escandaloso enfrentamiento con la realidad. Dinesh D’Souza, ensayista de origen hindú, escribió: “En muchas civilizaciones de Occidente y de Oriente, la esclavitud no necesitó defensores, porque no tenía críticos”. En cambio en los Estados Unidos sobraban los críticos y no se dejaba de debatir una cuestión que irritaba el principio constitucional. La consecuencia fue la sangrienta Guerra de Secesión, con el triunfo de los antiesclavistas.
En su libro Controversia sobre reparaciones por la esclavitud, David Horowitz señala que entre los años 650 y 1600, es decir, antes de que Occidente empezara su comercio negrero, cerca de diez millones de africanos habían sido comprados por mercaderes musulmanes que los usaban en las sociedades saharianas y para su comercio con el océano Indico. En contraste, la esclavitud en los Estados Unidos duró 89 años, desde 1776 hasta 1865, y el número total de esclavos que ingresaron redondea las 800.000 personas, menos de las que fueron a América latina.
El debate continúa, porque existen organizaciones y personalidades que exigen el pago de reparaciones por la esclavitud de sus antepasados. Las demandas no han podido prosperar aún ni siquiera en las organizaciones internacionales porque, como ya señalamos, casi todas están controladas por países que prefieren concentrarse en algunas cortinas de humo para no tener que asumir sus propios pecados. La iniciativa de Ghana echará sal a la polémica al introducir una cuña de sinceridad y de inédita coloratura, al margen de las reparaciones. El proyecto Joseph beneficiará al espíritu humano, porque focalizará iniquidades que no deberían persistir en este mundo.
Por Marcos Aguinis
Para LA NACION
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