El “Señor Dueño de la Tierra” es en su origen el vodun Sàkpàtà, de la familia de divinidades controladoras de la tierra como elemento. Se dice que su culto fue introducido en los territorios yoruba por ocasión de una epidemia de fiebres palúdicas, ya que sus sacerdotes o “sakpatasí” conocían métodos de alivio y cura de estas enfermedades. Los yoruba cedieron tierra en las afueras de la ciudad de Oyó para erigir su santuario-hospital, lo que ha originado la costumbre de separar sus altares e instrumentos sagrados del resto de las divinidades cultuadas por el clan. También le otorgaron el título de Omolu “El Hijo del Ama” por considerarse descendiente de la Gran Diosa Madre de la Tierra de los fon Ná Dragete o Nàná. Pero como toda divinidad antigua y de origen extranjero, su nombre verdadero es impronunciable, prefiriéndose llamarlo por eufemismos, como “Bàbá Ìgbònòn” –“Padre de las fiebres que están en el camino” o “Ajunsun” –“el serpenteante que asemeja a una planta trepadora”. Su vestimenta ritual confeccionada de paja lo vincula a los misterios de la transformación y los cambios que la fiebre produce y al ocultamiento de su verdadera faz, a la vez terrible e inefable. Le corresponden los tres colores básicos –blanco, negro y rojo- y entre sus funciones particulares está la de ser presencia constante en la iniciación a través de elementos confeccionados con paja –estera, mokan, ombliguero y pulseras profilácticas contra egun- porque ésta no es sino una separación y muerte simbólica, así como una transformación para el mundo de los vivos. Representa la ligación de las generaciones pasadas, presentes y futuras a través de su cetro fálico y fertilizador conformado por un haz de nervaduras de palmera confeccionado sin ayuda de instrumentos de metal. Estas características señalan su antigüedad, siendo quizá una de las divinidades que quedaran del Período Neolítico, y pese a sus transformaciones y relecturas, aun conserva entre sus símbolos la tabuación del metal proveniente de estadios más modernos de la cultura. Le pertenecen los huecos en la tierra y los montículos, excrecencias que parecen surgir de ella como si se tratara de tumores y granos; las leguminosas que se originan en vainas y los tubérculos que prosperan con la carencia de luz. Se le considera médico por excelencia, porque quien conoce la enfermedad seguramente conoce su remedio, y muy afecto a las comidas apimentadas porque son las que recuerdan el ardor de las fiebres y el calor del mediodía. Las leyendas lo describen como peregrino, tal vez como recuerdo de las migraciones internas de sus devotos, unas veces favorecidos y otras veces desterrados por los reyes dahomeyanos. En el curso de estas andanzas aparece vinculándose con divinidades yoruba como Yemoja, Òsun y Oyá con las que comparte espacios de poder. Sus ritmos musicales suelen ser vivos y calientes, como corresponde a una divinidad de características solares, y en su danza se refleja no sólo el dolor sino también la alegría propia de su epifanía de “transformador”. Consideramos a esta divinidad un verdadero maestro que enseña cómo el ser humano debe buscar la superación de sus propias miserias humanas para poder trascender.
El òrìsà ha confirmado como ògà de Su culto a este pequeño llamado Marquinho. Que tengas toda la felicidad del mundo, Marquinho, mi pai. Mo júbà re!
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