Seducida por el Carnaval y el mundo al revés, Milita Alfaro se liberó de los requisitos de la historia que apunta "al análisis crítico y a la interpretación del pasado", dejándose llevar por "la mirada `menor` de la memoria, que se conforma con recuperarlo, redescubrirlo y disfrutarlo".
Pese al título, en el libro casi no aparecen las vivencias personales de las memorias, la narración en primera persona dando testimonio de una época. De esos cien años (1850-1950), ella no debe de tener recuerdos propios, a no ser los de su padre, el escritor y periodista Hugo Alfaro, un memorioso de maravilla a quien nombra poco, a pesar de haber compartido con él tablados y canciones de las viejas troupes.
En cambio abundan las anécdotas y curiosidades, despojadas de nociones teóricas, como miscelánea histórica de formato variable, ameno y ágil. En ese espacio vagamente intersubjetivo las impresiones o evidencias de la realidad se ven reforzadas por el derroche visual del volumen. El acertado equilibrio del diseño realza la autonomía relativa de la letra y la imagen, que marchan cada una por su carril por falta de registros gráficos de épocas remotas y de aclaraciones escritas de las figuras. Ya divulgadas en otros medios, las fotos son de personas anónimas, solemnes y en pose; de macacos típicos de tablados y carros alegóricos, inmóviles en el vuelo o la carrera; algunas instantáneas difusas de bailes y desfiles y la excepcional miniatura de una batalla de agua, que se ve caer transparente, lanzada por los guerrilleros.
Bajo la tiranía de la brevedad la narración, en la que pueden faltar hechos imprescindibles o casos de antología, llega a ser discutible. En el siglo XIX, investigado por ella en base a los aportes de José Pedro Barrán, según consta en dos libros anteriores, se destacan las picardías bárbaras de las clases altas, que "en un mundo construido por la imaginación" se transformaron en gracias galantes y suntuosas de una Estambul o Venecia del Plata. El énfasis puesto en el esplendor festivo tiende a eclipsar los ardides que atenuaron el poder igualitario de disfraces y antifaces, relativizando entre otros el "protagonismo" femenino.
Al llegar a la prosperidad del siglo XX, el lente conmemorativo repasa tablados, concursos, comparsas de negros y lubolos, murgas, troupes, parodistas, humoristas, la "típica", la jazz y demás. La concisa genealogía de títulos carnavalescos o inventario de protagonistas y escenarios propone una descripción tentativa de las categorías derivadas del ritual festivo, que pasó a contemplarse en espectáculos organizados y premiados por la dupla portentosa del barrio y el Estado.
El libro se vuelve estimulante y polémico porque deja mucho por decir y por analizar. "Sin comentarios" concluye al mencionar los desfiles de antes y de hoy, interrumpidos por la gente que se lanza a la calle, poco contenta con mirar y deseosa de participar de verdad. Al hablar de la "pasión" nacional por el canto y la competencia también desatiende el entramado social, laboral y económico. Seguidora del milagro carnavalero como aficionada, periodista en la modalidad del reportaje o la crítica y jurado en el concurso oficial, al escribir este libro en el marco del Programa Huellas de Coca Cola, Alfaro ha intervenido sin menoscabo de la libertad de expresión en el espacio cultural esponsorizado del merchandising, entre cuyos inicios se cuentan el tablado Cidriz, decorado por la botella de esa gaseosa - al que iba su papá - y el carro fuera de concurso de El Chaná.
MEMORIAS DE LA BACANAL: VIDA Y MILAGROS DEL CARNAVAL MONTEVIDEANO, de Milita Alfaro. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo, 2008. 95 págs.
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